Basada en la obra de teatro de Carlos Olmos, El Eclipse, llega la ópera prima de Julían Robles, Estoy todo lo iguana que se puede, un retrato que nos confirma que pueblo chico, infierno grande, al llevarnos a los conflictos de una familia tradicional de la zona de El Palmarcito (Pijijiapan, Chiapas). Una historia que el novel director logra llevar de una forma poética, pero sin suavizar la brutalidad de su relato, desnudando la ignorancia, las fobias y la lucha de una generación por romper con las costumbres ancestrales que les atan.
En El Palmarcito, la comunidad se prepara para un eclipse de sol, la familia de la matriarca Dominga vive en un luto eterno provocado por la muerte del esposo de Mercedes, ella ejerce de forma tiránica su autoridad, la cual es replicada por su hija con sus propios hijos, la soñadora Indira y Gerardo, quien trabaja para la escuela. Por el fenómeno natural llega al lugar un fotógrafo, Mario, amante de Gerardo, y cuya presencia catalizará una serie de eventos que trastocará todo.
Estoy todo lo iguana que se puede descansa en una dirección arriesgada de Robles, quien, en lugar de irse a la pornomiseria, decide irse por una sobria dirección, que raya en lo poético en ciertas escenas de rompimiento, las cuales corren a cargo en su mayoría por la adolescente de la familia, quien sueña con cumplir de alguna forma su fallida fiesta de XV años, arruinada por la muerte de su padre. Es en esos rompimientos donde la cinta alcanza niveles que pueden desconcertar al espectador, al ver infiltrarse en la realidad cuestiones de fantasía que nos permiten entender a ese personaje.
El papel de la matriarca recae en Luisa Huertas, quien representa a una dura mujer que controla de forma total a su familia, obligándole a preservar luto por el muerto, a desterrar la felicidad por las costumbres de la zona. La forma domina a su familia hace que todos los personajes siempre estén a su sombra, incapaces de alcanzar la felicidad o su bienestar, callando por lo que ella pueda decir.
Dolores Heredia interpreta un personaje complicado, por un lado, vive con el dolor de su viudez, por otro, vive sometida por su madre, intentando recrear ese patrón con sus hijos, a los que mangonea y busca controlarles todo, sólo para descubrir, a cada paso, de lo inútil de sus actos. Mayra Batalla nos muestra a la mujer que debe cuidar a la madre, atada a ella, pero que logra tener sus propias victorias con pequeños detalles que le permiten soñar con poder dejar todo atrás en algún momento, ella puede transmitir demasiado con una mirada o con la rutina de peinar a su madre.
Uno de los personajes más interesantes es el de Kristyan Ferrer, quien vive hastiado del lugar, que desea irse, que lamenta la muerte de su padre, quien buscaba abandonaran la zona pero que su muerte les ha atado de una forma irremediable a ella, sufre no sólo el saber que su futuro no está ahí, no solo porque tiene que ocultar sus preferencias sexuales, tan claras para su hermana, pero inconcebibles para su madre, quien ve en él al hombre del hogar y al que exige comportarse como tal, sino porque en esa fosa de agua no hay nada para él. Con él brilla Fernando Álvarez Rebeil, quien dice haber ido a tomar fotos del futuro eclipse, aunque en realidad está en búsqueda de quien se ha quedado prendado, dispuesto a perder y ganar todo por estar a su lado.
La zona es un protagonista más, el mar y las actividades de los pescadores, la lucha contra un crimen organizado, al cual nunca vemos o hace presencia pero que está presente con toda su ignominia, la figura del tren que traslada en sus lomos a indocumentados no sólo abre la cinta y la cierra, sino que también simboliza la muerte y la esperanza que lleva en sus lomos.
La mirada ancestral de las relaciones familiares se ve confrontada con un eclipse solar que será visible en el lugar, el cual desata los miedos a este tipo de fenómenos, desde el miedo que causa en la embarazadas, a un terror milenario de que el sol sea vencido por la luna en esa batalla tendrán y que podría dejar sumido al mundo en la oscuridad. Oscuridad que viene precedida de funestos presagios, como el que revela esa extraña criatura marina que es capturada en la zona. El eclipse, al llegar, no sólo muestra el terror que provoca, sino que también sirve de metáfora para la figura matriarcal que oculta la luz a la familia, es el punto máximo que también hace recordar que tras la incertidumbre siempre llega la luz.
La lectura, entonces, del poema de Carlos Pellicer que da título a la cinta, encapsula de forma perfecta el sentir del personaje de Kristyan, el único que decide tomar las riendas y hablar de todo lo que se ha callado, conocedor de que lo que no se dice, se pudre al interior y ata, condena, mata.
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