En 1993 fue estrenada la entrañable comedia estadounidense de corte fantástico Hechizo del tiempo (Groundhog Day). Dirigida y escrita por Harold Ramis y protagonizada por el legendario Bill Murray, la comedia narra lo acontecido a un meteorólogo televisivo quien por una extraña razón, se queda atrapado en una especie de loop temporal, y está condenado a revivir el mismo día (y sus acontecimientos) una y otra vez, siendo solo él consciente de ello. Y continúa así hasta que, al cambiar ciertas cosas (particularmente su forma de pensar y de relacionarse con los demás), rompe con ese ciclo y puede seguir con su vida normal la cual, dicho sea de paso, se transforma grandemente a consecuencia de este fenómeno.
Desde entonces, en diversos años y en diferentes partes del orbe, han surgido filmes los cuales han empleado de distintas maneras el recurso del loop temporal, que van desde dramas adolescentes hasta sofisticados trabajos de ciencia ficción. En México también se ha usado dicho recurso al menos en dos ocasiones. La primera de ellas en 2021, en una producción estrenada directamente en plataformas digitales intitulada El ascensor del cineasta Daniel Bernal, y ahora en Infelices para siempre, la reciente apuesta cómica de Videocine.
Realizado por Noé Santillán-López (Una última y nos vamos, Ni tú ni yo) y protagonizado por los comediantes televisivos Consuelo Duval y Adrián Uribe, el largometraje se retrasó un año desde que comenzó a anunciar su llegada a cines, y ahora es el primer lanzamiento de la mencionada casa productora y distribuidora estrenado en la cartelera comercial de este 2023.
La cinta gira en torno a María José (Duval) y Alfredo (Uribe), un matrimonio el cual va a cumplir dos décadas de casados, pero están muy lejos de sentirlo como motivo de celebración, porque si bien cuando se unieron estaban muy enamorados y en ese entonces tenían muchas ilusiones, su relación al pasar de los años se ha descompuesto y enfriado al grado de que apenas se soportan y pelean continuamente.
Tratando de encontrarle remedio a esta situación, sus hijos se ponen de acuerdo entre sí, y cuando la fecha del aniversario de bodas se acerca, deciden darle a sus progenitores un obsequio anticipado: un viaje todo pagado al mismo hotel donde tiempo atrás pasaron su luna de miel, ubicado en un destino turístico. Un tanto a regañadientes, la pareja acepta el regalo, y los menores se quedan al cuidado de su abuela quien también es madre de Alfredo (Angélica Aragón), la cual dicho sea de paso no siente mucha simpatía por María José.
Desde su primer día de llegada al lugar, las cosas no salen bien: su hotel -el cual ya no es lo que antaño era- traspapela su reservación, y terminan por darles una habitación en pésimas condiciones. Las cosas al siguiente día no mejoran, al deber lidiar entre otros, con un gerente incompetente (Luis Arrieta); un médico borrachín (Ari Telch); un turista ruso suicida (Niko Antonyan), y otras situaciones que no hacen sino hacer su estancia desagradable y fisurar aún más la ya de por sí agrietada relación entre ambos.
Al despertar al siguiente día, poco a poco la pareja se percata de algo extraño, y las cosas que pasaron el día anterior parecen estar volviendo a suceder. Y lo mismo ocurre al día siguiente, y de nuevo al siguiente de ese, y así sucesivamente. Tratando de entender qué pasa, se acercan a una chamana (Elizabeth Cervantes) quien los casó a través de un ritual años atrás, buscando en ella una explicación. Y les señala a un poderoso hechizo como el causante, revelando también que solo ellos mismos pueden encontrar la manera de romperlo. Y así, durante tres cuartas partes de la película, se la pasan tratando primero de huir, y al no lograrlo, deciden empezar a probar de todo (incluso fingir volverse a querer) con tal de librarse del sortilegio el cua les tiene atrapados en ese (irónicamente) paradisiaco lugar.
Aunque Santillán-López ha demostrado ser un director con buen sentido y rango versátil para la comedia, en Infelices para siempre se siente un tanto perdido y no puede dar pie con bola. Ello puede deberse a varios factores.
El primero reside en la forma como la trama es presentada y relatada, emulando el lenguaje audiovisual y el nivel de producción propios de las más rutinarias series cómicas televisivas, reuniendo una serie de sketches en torno a los personajes, los cuales resultan muy elementales, de trazo muy grueso y apenas conectados entre sí, análogos a los que la pareja cómica están acostumbrados a ejecutar en la pantalla chica para los diversos programas en donde han participado. Y lamentablemente, dichos sketches son muy fallidos y no están bien trabajados.
El guion y los diálogos, elaborados a ocho manos por Miguel García Moreno, Francisco Payó González, Adriana Pelusi y Alfonso Suárez, se afanan en calcar la fórmula estupendamente desarrollada por Ramis en Hechizo del tiempo, pero lo hacen de una manera incorrecta, accidentada, y torpe llegando a lo ridículo, al grado que la propia historia comienza a contradecirse sola en cierto punto, y situaciones importantes para los personajes -y el relato en general- se diluyen y pierden relevancia, o sencillamente son en un momento dado abandonados, para ser “mágicamente” retomados en el desenlace, el cual resuelve sus arcos argumentales -y conflictos- de forma precipitada y burda.
Por su parte la edición, en lugar de imprimir dinamismo a la narración de los sucesos repetitivos los cuales acosan y atormentan a sus protagonistas y de paso, amortiguar las ausencias y deficiencias antes mencionadas, solo enmaraña y vuelve más cansina la narrativa, incluso haciendo que sus defectos (errores de continuidad y de libreto sobre todo) se acentúen.
Además de su confuso y caótico desarrollo, la obra no consigue capitalizar adecuadamente a sus protagonistas principales quienes, pese a haber trabajado juntos en televisión por años, aquí no muestran en pantalla química alguna entre sí, ni tampoco pueden construir un personaje medianamente simpático sino todo lo contrario. De hecho, algunos personajes secundarios (como el de Arrieta y Aragón), o los cameos de José Luis Cordero “Pocholo” y Eduardo Yáñez les roban varias escenas, logrando estos últimos empatizar, brillar y hacer reír mucho más que los estelares.
En lo único en donde Infelices para siempre atina es en su título, porque describe con precisión un producto que resulta casi nada gracioso, y son en realidad 90 minutos de hastío los cuales pueden sentirse eternos. Un trabajo solo recomendable para los fans más recalcitrantes del dúo de actores protagónicos, quienes han mostrado momentos más inspirados en la televisión que los plasmados en este largometraje.
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