La cineasta argentina Ingrid Pokropek está en la Berlinale con su filme debut, Los tonos mayores, un “coming-of-age” que mezcla el interés de la realizadora por la adolescencia y por lo sobrenatural y en el que la música y el código morse pueden ser el camino para descifrar mensajes secretos.
En entrevista con EFE, la realizadora explicó que quería hacer una película con una protagonista de catorce años particularmente, por parecerle una “edad rara, medio puente hacia la adolescencia” y le gustaba la idea de que por medio de su cuerpo recibiera un mensaje, le llegara un código morse.
Los tonos mayores narra la historia de Ana, una adolescente de catorce años, que durante las vacaciones de invierno comienza a sentir impulsos rítmicos a través de una placa de metal que tiene en el brazo por un accidente que sufrió de pequeña.
No se lo cuenta a su padre, con el que vive en Buenos Aires, pero sí a su amiga Lepa, que compone una pieza musical inspirada en las señales que recibe Ana.
Tras una discusión con Lepa, Ana pasea sola por las calles una noche y conoce casualmente a un joven soldado que le revela que lo que realmente hay detrás de los impulsos rítmicos es código morse.
Ana cree que su brazo sirve de antena para transmitir un mensaje cifrado y está decidida a descifrarlo, mientras se pregunta quién es el destinatario de las palabras y si incluso podría ser ella.
La rareza del cuerpo adolescente, doblemente extraña
Así, “la rareza que uno tiene con su cuerpo en la adolescencia” es ahora “doblemente extraña por el hecho de que algo sobrenatural está pasando”, explicó la realizadora.
Hay un momento de “absoluta ruptura para el personaje y de gran decepción”, cuando comprende que “no hay tal cosa como un mensaje del más allá” para ella, sino que hay otra cosa.
Pero esa decepción es la que después da lugar a la aceptación y al cierre del duelo, dice, al referirse al hecho de que la protagonista crezca con el padre al haber perdido a su madre.
Ya antes de esta película, Pokropek (1994) había rodado varios cortometrajes que tenían en común sobre todo el interés por la juventud, “por esa edad extraña de la vida en la que uno es un poquito un niño, pero quiere ser un adulto”, pero también el trabajo con “elementos fantásticos”, explicó.
En ese sentido, lo que le interesa no es lo que en la literatura se diferencia como lo fantástico y lo maravilloso, o pensar una película de vampiros, o hadas, o magos, dice, sino que “en un verosímil más o menos realista puede aparecer un elemento extraño, un elemento sobrenatural que conviva en esa rareza”, explicó.
Así, por ejemplo, su corto Chico eléctrico (2021) cuenta la historia de un chico que tiene el poder de dar electricidad con su cuerpo y aprovecha el verano en Buenos Aires, cuando hay siempre muchos cortes de luz, para ganarse unos pesos con ese poder.
“Pero nadie se pregunta de dónde viene ese poder, es algo con lo que convive”, señaló, y agrega que precisamente eso es lo que le interesa en particular, “la convivencia de cierto realismo con algo extraño o algo de otro orden”.
Para la realizadora, estar con su primera película en la Berlinale y que el estreno internacional fuera a ser en el festival fue “muy sorprendente”, pero le dio, sobre todo, “mucha, mucha alegría”.
La cineasta, que presentó su película dentro de la sección Generation, dedicada al cine infantil y juvenil, afirma que el estreno fue “espectacular” y que el recibimiento del público fue muy bueno.
Copyright © 2024 La Crónica de Hoy .