Un estreno inocuo devenido en suceso de taquilla. Una cinta interesante que solo permaneció una semana en cartelera. Un debut promisorio. El testamento de un director de culto. Un remake-calca maquilado únicamente para hacer crecer una franquicia. Un filme insólito y arriesgado, hecho de manera independiente…
… Un videohome formulaico realizado por algún prolífico artesano de aquella industria. Un cortometraje íntimo grabado por una estudiante. Un aparatoso desastre fílmico. La esperada nueva película de un polémico autor. Y en fechas recientes, un contenido hecho al vapor para alimentar alguna plataforma de streaming.
En cincuenta y seis años de oficio, el decano de la crítica cinematográfica, Jorge Ayala Blanco, no ha discriminado alguna expresión dentro del cine mexicano. Para él, cualquier película es digna de ser vista, escrita y pensada. Así lo confirma La resiliencia del cine mexicano, decimonovena entrega de su célebre Abecedario del cine mexicano.
Volumen significativo que captura un momento clave, debido a que el maestro consigna, desmonta y reconstruye ciento un películas nacionales estrenadas en 2021, el malhadado segundo año de la pandemia, ya sea en las salas tímidamente abiertas o en toda clase de plataformas, como Noche de fuego (Tatiana Huezo), Te nombré en el silencio (José María Espinosa de los Monteros), Cosas imposibles (Ernesto Contreras)...
… La civil (Teodora Mihai), Una película de policías (Alonso Ruizpalacios), Juega conmigo (Adrián García Bogliano), ¡Ánimo juventud! (Carlos Armella), Animales humanos (Lex Ortega), Sin hijos (Roberto Fiesco) o Guerra de likes (María Ripoll); además de varias cintas que se quedaron escondidas en la programación de festivales híbridos o en puestos piratas y que poca gente supo de su existencia.
Pero también se trata de un libro en cuyas páginas se registra indirectamente la manera en que el cine mexicano intentó, con resultados desiguales, encarar esa época llena de zozobra, la cual ahora se nos antoja demasiado lejana –de la proliferación de los autocinemas a la distribución guerrillera como ocurrió con el director Isaac Cherem y su primer largometraje, Leona–.
Y de igual modo, es un testimonio de la resistencia del propio Ayala Blanco para seguir escribiendo, a pesar de todo, acerca de ese cine que, en partes iguales, amamos y odiamos, como es el mexicano.
A propósito de la reciente presentación de La resiliencia del cine mexicano en la Cineteca Nacional, compartimos la entrevista con el crítico, quien habló acerca de la época de la no opinión en la que vivimos, la fascinación por descubrir películas, hasta hace no mucho, ignotas, gracias a cinéfilos obsesos que están subiendo compulsivamente archivos a la nube, y también del sinsentido por querer revivir el cine popular.
Es sabido que la concepción de La resiliencia del cine mexicano, así como su antecesor, La querencia del cine mexicano (2022) ocurrió en un escenario atípico y extraordinario como fue el lento regreso a las salas de cine, la consolidación de las plataformas de streaming y la incertidumbre derivada de la pandemia. ¿Podría describir cómo fue el proceso de escritura bajo este contexto y la dinámica para abordar las películas en esta ocasión?
La resiliencia del cine mexicano es el tercer libro de algo que bauticé como el Pentateuco panteón pandémico, el cual comencé con La potencia del cine mexicano, pero el eje rector es precisamente este nuevo libro, porque cada entrega cubre un año y el 2021 resultó un año clave: en enero todavía fallecieron algunos de mis amigos, nos tocó que nos aplicaran las primeras vacunas, presenciamos el retorno a las salas de cine con sus aforos limitados y vivimos lo que llamaron la nueva normalidad.
La gente ya no quiere hablar de lo que experimentó en la pandemia, fue demasiado traumático, y justamente mi libro es una especie de recordatorio. En este libro lo iba a ver todo desde el punto de vista de la resistencia; sin embargo, en 2021 se empezó a hablar del fenómeno de la resiliencia, palabra que en ese momento casi nadie manejaba.
Entonces, esta entrega se trata de una recuperación, podríamos decir casi espiritual y moral de nosotros mismos; mi perspectiva es un concepto y ese concepto esta vez tenía que ser forzosamente la resiliencia, porque, por un lado, me permitió ver todas las películas dentro de ese contexto que has formulado perfectamente y, por otra parte, vivir mi propia resiliencia a través de la escritura.
Yo siempre concibo cada libro como un fin en sí mismo, es decir, nunca volveré a estar en la misma situación terrible que fue la pandemia, la cual nos cambió a nosotros y cambió al mismo cine mexicano. Lo acabas de plantear, la idea de las plataformas digitales sustituyendo el deseo de ir a la sala de cine hasta desbordarse, porque es un fenómeno que llegó para quedarse.
Recordemos que para 2021 los festivales de cine continuaban siendo en línea, como FICUNAM, Black Canvas o Guanajuato y por ejemplo, ese año FICUNAM tuvo catorce películas mexicanas en las diferentes secciones de competencia, ese formato me permitió verlas todas y esas películas por supuesto entraron en este libro, como ¿Qué harás cuando Dios muera? (Hugo Villaseñor), Luz viaje oscuro (Tin Dirdamal), Ricochet (Rodrigo Fiallega), Los fundadores (Diego Hernández), El compromiso de las sombras (Sandra Luz López Barroso), Estanislao (Alejandro Guzmán Álvarez), o Sol y Tud (Valeria Annemick), un cortometraje documental muy personal realizado en los primeros meses del confinamiento.
Son ciento un ensayos que incluyo en cada tomo en una especie de ritual o de disciplina o como quieras llamarle, porque escribo dos textos por semana y solo tengo dos semanas del año para poder vivir (risas).
Conforme avanza su lectura, se vuelve bastante claro que este es uno de sus libros más personales. ¿Cómo fue el volcar esa parte de Jorge Ayala Blanco, no el crítico, sino el individuo al papel?
Totalmente. No solo está involucrada ahí mi resiliencia, sino también la idea de rescatar las películas, pero no nada más para mencionarlas, sino para recrearlas por medio de una construcción verbal, porque yo sabía que estas películas difícilmente las estarían viendo mis futuros lectores, y eso es lo que le da ese acento subjetivo, personal y reflexivo que señalas.
Sin embargo, dentro de mi subjetividad no podía emplear el mismo lenguaje de siempre, entonces lo modifiqué un poco para que fuera más claro y descriptivo y así el lector pudiera imaginar lo que vi en la pantalla, intención que siempre he tenido, pero ahora muchísimo más.
El caso más representativo es el de Luz viaje oscuro, de Tin Dirdamal, un documental que registra el viaje del director y su hija de ocho años en tren a través de Vietnam, después de que este visitara a un amigo de la infancia confinado a un hospital psiquiátrico tras cometer un homicidio.
Es un caso extremo debido a que se hizo bajo el Dogma Hanói creado por el propio director, en cuyo manifiesto se específica que la película debía de ser destruida habiendo pasado dos años de su estreno en festivales, una idea que me parece absolutamente insólita dentro de la historia del cine y por lo mismo, casi nadie la vio.
El concepto de la memoria también ha sido un eje rector dentro de su obra. Recuerdo que hace algunos años, en la presentación de La lucidez del cine mexicano (2017) citaba el caso de Preludio (Eduardo Lucatero, 2010), una película boy meets girl hecha en un único plano secuencia de manera independiente que se estrenó tres años después de haberse filmado, que se perdió en la cartelera y que usted rescató en aquel libro, lo cual resultaba contrastante, porque fue la entrega en la que aparecen Nosotros los Nobles (Gary Alazraki, 2013) y No se aceptan devoluciones (Eugenio Derbez, 2013). Y así, podemos mencionar decenas de películas más. ¿En qué momento, mientras iba ejerciendo su oficio, descubrió que la memoria es la columna de su trabajo?
Al escribir una crítica, la pregunta siempre debe de ser: “¿Qué quedó de la película?”. Yo nunca escribo acerca de una película acabándola de ver, ¡simplemente no puedo! Tengo que hacerlo al día siguiente. Mi disciplina me obliga a despertarme a las 5:20 de la mañana, levantarme de la cama, ponerme mis lentes de contacto, encender la computadora y ponerme a escribir sin tener algún ruido que me distraiga.
Entonces, realmente lo que escribo es sobre la huella que me dejó la película, eso es para mí de lo que vale la pena escribir, lo demás, pues ya no se quedó en mi disco duro mental.
Claro, uno puede hacer un poco de trampa y comprar la película, volverla a ver y rectificar algunas cosas, diálogos, pequeños detalles, pero la idea general de la película y sus momentos significativos son exactamente lo que tú señalas, cuestiones de memoria, la cual al fin de cuentas es selectiva, y eso es lo que uno tiene que ofrecerle al lector, la esencia, el espíritu de la película, da lo mismo si esta es buena o mala, yo no juzgo películas y eso es algo que quizás irrita a algunos de mis lectores, constantemente me preguntan: “Bueno, ¿pero le gustó o no le gustó la película?”.
Aunque creo que el tono mismo del texto, el uso de la ironía, el humor, las palabras te dan la respuesta. Jamás, y eso fue una decisión desde que escribí mi primer texto, recomiendo una película; puedo burlarme de algunos aspectos de la película, pero lo que me importa es la posibilidad de desmontarla y volverla a crear.
En lo personal, me ha pasado con muchas películas de las que usted ha escrito, de bote pronto me viene a la mente el cine de propaganda cristiana dirigido por Paco Del Toro o Seis días en la oscuridad (Gabriel Soriano, 2003) o Canon (Fidelidad al límite) (Mauricio Walerstein, 2014) o El lado oscuro de la luz (Hugo Carrillo Brumbaugh, 2013), las cuales, justamente con el lenguaje empleado y la recreación de las imágenes, uno puede intuir que son títulos demasiado fallidos y de una calidad cuestionable, pero usted invita a querer verlos. Claro, ya después uno descubre que, en efecto, son muy malos.
¡Sí, son unos churrazos pavorosos e insufribles! Pero a veces ese tipo de películas tienen los mejores temas. Picasso decía que nunca se perdía una exposición por más mala que fuera, porque pensaba que los peores artistas plásticos eran los que tenían las mejores ideas, solo que no las sabían desarrollar, y eso me impactó cuando lo leí.
Mencionas las películas de beata evangelista dirigidas por Paco Del Toro, son horribles, pero de pronto te das cuenta de que él fue el primero que hizo una ficción en torno a la Santa Muerte o en otra cinta le entró de frente al tema del aborto, incluso en una secuencia mostraba un legrado explícitamente.
Eso ocurría en Punto y aparte (2002), ¿cierto?
¡Exacto! Era espeluznante, yo nunca había visto algo así, bueno, en general, todo lo que tiene que ver con la medicina, me parece aterrador. Pero al final se trata de películas límite y señalar eso también me parece importante.
Continuando con el tema de la memoria, me acuerdo de que en la participación que usted tuvo en el Foro de la Crítica Permanente organizado por FICUNAM hace nueve años, evocaba lo complicado que fue concluir la Cartelera cinematográfica 1912-1919 (2009), por el hecho de que se topó en la Hemeroteca Nacional o en colecciones privadas, con periódicos recortados, mutilados o maltratados, evidencia de que dialogamos mal con la historia.
¡Claro! El célebre Investigador Gillete ya había pasado por ahí y luego te encontrabas el recorte que faltaba en los libros de Aurelio de los Reyes, claro, por una casualidad extrañísima (risas).
Había periódicos recortados por todos lados, aquello era terrible; lo que tuvo que hacer mi compañera de investigación, María Luisa Amador, fue ir a los periódicos que tenían archivos, como El Universal, pero aun así, se encontró con el hecho de que no todas las películas o salas se anunciaban en todos los periódicos, ese fue un gran problema, además de que nunca ha existido la tradición y la cultura del registro y justamente la memoria.
Nos costó mucho trabajo terminar la cartelera de los años diez y también la de los noventa, que tiene ochocientas páginas, algo totalmente delirante.
Con ese libro cayó la guillotina y se dio por terminada esa serie, es un trabajo que ya no se puede hacer, las salas de cine ya no se anuncian en los periódicos, gracias a los multiplex las carteleras cambian a otro ritmo, hoy día te enteras de las películas y dónde se están exhibiendo por medio de Internet, pero eso a la postre no deja huella, el periódico sí; uno iba a la Hemeroteca Nacional y aquello era una fiesta.
Los únicos que podrían hacer ese trabajo actualmente son los de la CANACINE, que son los que llevan ese récord, pero meterse a sus archivos se lo dejo a mis nietos, yo jamás lo haría. Así que ya solo me quedan dos series de libros: la de cine internacional, El cine actual, y la de cine nacional, El abecedario del cine mexicano.
El último libro de El cine actual que se ha publicado es Delirios narrativos (2018). ¿En qué estado se encuentra esta serie?
Ya tengo terminados dos libros de El cine actual, el problema es que su publicación está en pausa por un tiempo indefinido, a lo mejor aparecen post mortem. Lo que pasa es que también los demás maestros tienen todo el derecho del mundo de publicar y los recursos de la ENAC y la UNAM no son ilimitados.
Por otra parte, de la serie de cine nacional, recientemente entregué los tomos correspondientes a las letras S y T, y el primero aparecerá posiblemente a principios del próximo año. También el plan es que el año entrante ya estén los diecinueve libros que forman al momento El abecedario del cine mexicano en formato ebook, porque ya difícilmente alguien puede tener las versiones impresas, sobre todo de los primeros libros.
Una sentencia que usted popularizó es aquella de que el cine mexicano contemporáneo está conformado de óperas primas y óperas póstumas, las cuales muchas veces pueden ser la misma cosa. A juzgar por lo profuso de los capítulos dedicados a las segundas películas y a los corpus fílmicos de los directores en sus libros más recientes, parecería que esto ha ido cambiando un poco. Sin embargo, da la impresión de que ahora el problema no es la continuidad de las carreras, sino la construcción de una identidad del director mexicano. Existen cineastas cuyas obras tienes rasgos muy distintivos, como Julián Hernández, Nicolás Pereda o Amat Escalante; sin embargo, repentinamente nos topamos con debuts promisorios o filmografías ascendentes que dan paso a proyectos despojados de cualquier personalidad (Celso García haciendo el remake de La boda de mi mejor amigo, después de haber dirigido La delgada línea amarilla o Ernesto Contreras maquilando una nueva versión de Papá o mamá, por poner dos ejemplos). ¿Qué opinión tiene al respecto?
Yo creo que las propias películas juegan con esta idea, este sube y baja que señalas, como una especie de montaña rusa en donde el cineasta continúa su carrera, a veces con unos bajones terribles, y después vuelve a subir y luego vuelve a desbarrancarse y termina haciendo series con lo que uno dice: “Ya se fue, ya lo perdimos”, sin embargo, regresa, como fue el caso de Elisa Miller, cuya película más reciente, Temporada de huracanes, me pareció espléndida. Todo se vuelve imprevisible.
Ahí discreparía con aquella idea con la que nos formamos varias generaciones que tiene que ver con le cinéma d'auteur y con la necesidad de buscar, hasta en las peores películas, las palabras del autor, su sello personal y su concepción del mundo. Eso no es cierto. Los grandes cineastas, y todos en general, han tenido bajones horrorosos; no todas las películas de Lynch o Cronenberg valen la pena.
Yo siempre parto de la idea que mencionaba Unamuno de que Cervantes no inventó al Quijote, sino que el Quijote inventó a Cervantes; tus obras inventan quién eres tú, tú eres tus frutos y me parece que ahí hay una manera de crear identidad.
Yo soy mis libros, muero, renazco, me desarrollo y vuelvo a morir en cada libro. Actualmente llevo 78 capítulos del tomo correspondiente a la letra U de El abecedario, lo cual es una locura, pero siguen saliendo películas, mientras que la capacidad de respuesta crítica en México es escasa.
Yo agradezco leer críticas aunque no necesariamente esté de acuerdo con sus autores, para mí es una suerte de ofrenda personal, porque el arte de la crítica de cine, creo que va en camino de desaparecer, sustituido por esa cosa banal que son los influencers y youtubers, quienes solo repiten las mismas tonterías de los boletines que les mandan las distribuidoras o de plano plagian reseñas de Filmaffinity. Digamos que estamos en el mundo de la no opinión.
En una entrevista que hace un año le concedió al productor y director Roberto Fiesco, afirmó que existe una reciente generación de críticos que no está escribiendo acerca de cine mexicano y que sus miras están centradas en los autores que engendran los festivales, como Pedro Costa o Hong Sang-soo. Existen plumas como las de Karina Solórzano, Carlos Rodríguez, Nicolás Ruiz, Arantxa Luna o Elías Leonardo que están interesadas en revalorar títulos y también hablar desde el presente. Pero, quitando fenómenos mediáticos como en su momento lo fueron Roma (Alfonso Cuarón, 2018), Ya no estoy aquí (Fernando Frías de la Parra, 2019) o Nuevo orden (Michel Franco, 2020), efectivamente, la omisión en general es considerable. ¿A qué cree que se deba esto? ¿Qué pierde la crítica?
Creo que es un problema de selección y también de formación. Una cosa que yo les digo a mis alumnos es: “Cualquier persona puede escribir un ensayo sobre Cien años de soledad, pero yo los desafío a que escriban un ensayo sobre una película como Danyka, de Michael Rowe, por ejemplo. ¿Con qué armazón, con qué instrumental pueden acercarse a una película como esa?”. No cualquiera afronta el reto.
Y también hay un problema de interés personal, a los nuevos críticos no les interesa ver una película de la que nadie está hablando y que casi tienes que inventarte; un caso reciente es Todo el silencio, de Diego del Río, película acerca de una actriz teatral que descubre que está perdiendo gradualmente la audición e intenta ocultárselo a su novia sorda oralizada, la cual, a pesar de ser un caso insólito y sin precedentes en el cine nacional, fue enviada a Amazon Prime Video, pasó de noche y de la cual he leído solo una crítica aparte de la mía.
De hecho me decidí a publicar mi crítica en Confabulario aunque comúnmente no escribo acerca de cine mexicano en el periódico por la simple y sencilla razón que mis textos son bastante largos y para hacer una versión periodística de seis mil caracteres tengo que sacrificarme a mí mismo, algo así como automutilarme los dedos, pero en este caso hice una excepción, porque consideré que se tenía que hablar más acerca de esta película.
Busco y me precio de leer todo lo que se publica sobre el cine mexicano y en general es poco y pobre.
De hecho, es común encontrarse que incluye en sus ensayos la opinión u observación de otro crítico, incluso, a partir de lo que dijo un colega, usted desarrolla otras ideas y aristas del mismo tema.
Para mí realmente resulta un placer leer crítica de cine y también el descubrir películas que valen la pena con las que me siento obligado a dar el pitazo: “¡Aquí hay una película importantísima, véanla!”. Es un acto de rescate y en algún momento habrá otras personas que vayan a ver la película.
Además, hay una ventaja: las películas ya no se pierden, todas se pueden encontrar y recuperar. Ahí está la televisión por cable, las plataformas, los proveedores de cultura cinematográfica, los cuales todos conocen como piratas, aparte de que existe aquello que le llaman la nube.
Siempre lo menciono y lo repito mil veces: mis alumnos están seguros de que cualquier película está en la nube, lo que pasa es que casi todo el mundo solo googlea.
También se necesita paciencia y dedicación para encontrar títulos con los que solo queda preguntarse: “¿De verdad existe esto?”. Una película iraní de terror dirigida a finales de los años sesenta de la que casi nadie ha escuchado hablar o un thriller checoslovaco hecho por una mujer en la década de los ochenta.
Además, hay una cosa importante: ubícate en mi generación, la cual solo podía ver las películas en salas comerciales o ser pacientes y cazarlas en la televisión abierta. Para escribir La aventura del cine mexicano a los veintitrés años tuve que verlas por televisión, yo antes había visto prácticamente todo el cine mexicano en las llamadas salas piojito, ahí iba uno a ver las películas mexicanas.
Algo que me encontré al escribir ese libro es que las críticas de la época eran de una vaguedad espantosa, nunca podía enterarme de qué trataba la película, no había manera de reconstruirla mínimamente, por ahí algún crítico decía: “El personaje hace tal cosa” y uno pensaba: “Ah, qué bonito tuvo que haberse visto eso”, pero casi todo se reducía a la anécdota y no a lo que estaba en la pantalla, que es lo que realmente importa.
Aunque todavía la preservación del cine mexicano, es una asignación institucional pendiente, afortunadamente, entre links de las nubes que se comparten voluntaria y espontáneamente por redes sociales o servicios de mensajería, páginas rusas y plataformas gratuitas, al menos algunas lagunas han ido desapareciendo.
Hay muchas películas que me perdí en su momento o que no conocía, las cuales hoy día he rescatado y he visto en televisión o en alguna plataforma o que me consiguió algún alumno justamente por medio de la nube y que resultaron ser sensacionales, por decirte un ejemplo, Celos, de Arcady Boytler con Arturo de Córdova y Fernando Soler, un melodrama que es muy ingenuo en algunos sentidos y extraordinariamente avanzado en otros aspectos. Siempre hay una película por descubrir.
En la ya mencionada presentación de La lucidez del cine mexicano, usted mencionaba, a propósito de 3 idiotas (Carlos Bolado, 2017) y su origen en el cine de Bollywood, que no escribía mucho acerca del cine indio, porque es una cinematografía vasta y compleja de abordar. En ese sentido, ¿cuál debe de ser el crítico ideal en la actualidad? ¿El que se especializa en un tipo concreto de cine o el que abarca la mayor cantidad de películas posible y que de alguna manera cultiva su cinefilia?
No sé cuál puede ser el crítico ideal, pero mi postura ideal es ser especialista precisamente en cine mexicano y tratar de abarcar lo más posible del cine internacional, aunque sea el que se estrene en lo que llaman el circuito alternativo.
Una cosa no niega a la otra, al contrario, una alimenta a la otra; si yo solo escribiera acerca de un cine, creo que sería el hombre más frustrado del planeta, viviría en una entelequia rarísima, me faltaría una densidad, un peso específico desde donde estoy plantado.
Me parece que esa dialéctica es fundamental, al menos para mi trabajo, quizás no así para otros críticos, yo respeto las posturas de los colegas.
Por ejemplo, los críticos argentinos son de una especialización bárbara, concentrándose, por ejemplo, en el cine italiano de los años setenta, estudiando ese periodo perfectamente, algo que me parece maravilloso y estupendo, pero yo no puedo darme ese lujo, porque mi postura siempre ha sido hablar de la historia viva, la historia muerta la dicto en mis clases y ahí se queda.
También hay algo que me parece importante que está cerca de la evolución de nuestras costumbres: la mayoría de las películas mexicanas que estamos viendo este año, no pudieron haber sido concebidas hace una década, es un mundo completamente distinto, o sea, hay una aceleración de nuestro cambio mental y nuestros intereses.
Por ejemplo, mis estudiantes han visto una cantidad enorme de películas, tienen una sobreoferta y lo que observo es que sus criterios son totalmente desiguales, nadie responde a la cultura cinematográfica del otro. En fin, son pequeñas percepciones, pero la diversidad ganó en donde menos se imaginaba uno.
Y esa sobreoferta, esa urgencia de ver y desechar películas todos los días en un ciclo imparable, ¿qué tanto puede beneficiar o afectar a las nuevas generaciones de cineastas?
Por una parte, les ayudará y, por otra parte, los bloqueará; esa misma sobreoferta servirá de barrera. Es muy extraño, es una situación que desajusta un poco mi visión que tenía de cierta homogeneidad en cada generación; ahora yo veo una especie de dispersión de intereses.
Me supongo que en unos cinco años, podremos comprobar qué tanto influyó, para bien o para mal, el que los directores tengan mayores referencias.
A ver qué hacen estos chavos en el futuro. Si encuentran enfoques novedosos para sus inquietudes. O finalmente, terminan formando parte de la generación Netflix cuyos cineastas lo único que les interesa es prepararse para hacer series; algunos de ellos no ven la diferencia entre una serie y una película.
Uno creía que los temas que nunca se habían tratado en el cine y la televisión, gracias a las plataformas, sí se iban a tocar, pero no, todo se ha vuelto banal y con una estética estandarizada.
Dentro de La resiliencia del cine mexicano, rescata e incluye un videohome como es El todas mías (Héctor Rodríguez, 2018); un intento tardío, como gran parte de la filmografía de su director, de querer emular las claves de la sexy comedia de los años ochenta y noventa, solo que ahora con Silverio Palacios en el lugar de Alfonso Zayas. Este año se estrenó El Halcón (Eduardo Valenzuela, 2023), que busca hacer lo propio, pero con el cine de luchadores y a lo largo de la historia de El abecedario del cine mexicano han aparecido cintas como Los pajarracos (Héctor Hernández y Horacio Rivera, 2006), Volando bajo (Beto Gómez, 2014) o El ocaso del cazador (Fabrizio Prada, 2017), que siguen ese tenor. ¿A qué atribuye esa insistencia en perseguir la esencia de un cine popular que ya no existe?
Yo creo que es la nostalgia de lo no vivido. Si lo hubieran vivido en su época, no harían esas películas.
Existe una necesidad de hacer una película popular a como de lugar; me recuerda un poco lo que hacía, por ejemplo, José “El Perro” Estrada con sus películas como Ángel del barrio (1981) o Cayó de la gloria el diablo (1972) con las que él y sus guionistas querían rescatar lo que ellos creían que era el cine popular, lo que recibieron e idealizaron como cine popular, siempre como algo ajeno, vaya, inventarse a Ignacio López Tarso como un tragafuegos era absolutamente disparatado o bien, lo más chafa que se podía encontrar.
Si el director o el guionista o el actor hubieran descubierto lo que realmente es un tragafuegos, les hubiera dado un infarto.
Como en su momento sucedió con los personajes de ascendencia barriobajera en dramas urbanos como De la calle (Gerardo Tort, 2001), Don de Dios (Fermín Gómez, 2005), Fuera del cielo (Javier Patrón, 2006) Nesio (Alan Coton, 2008), o Aerosol (Mauricio De Aguinaco, 2015); teporochos, vendedores ambulantes convertidos en raterillos, boxeadores, luchadoras o graffiteros de Ciudad Neza, todos inverosímiles.
Exacto. El querer condensar todo el cine de Ismael Rodríguez o de Alejandro Galindo o de Alfonso Patiño Gómez o de Miguel Morayta en una sola película y creer que eso va a obtener un éxito popular y lo único que consiguen es hacer una película aberrante que además no le llegará al público al que supuestamente va dirigida, porque este ya no existe, es un público romantizado.
Sin embargo, como rarezas muchas de esas películas me parecen formidables, por eso no me importó que El todas mías no fuera una película tan nueva, la conseguí en no sé qué puesto, el vendedor me dijo “Es algo que está totalmente fuera de esta época”, la vi, me pareció interesante justamente por anacrónica y la incluí en este libro.
Y como esa, hay muchas películas más. Por ahí tengo guardadas en algún cajón, por ejemplo, dos o tres películas populacheras porno que son curiosas, pero que no tienen difusión, pareciera que no son consideradas redimibles por la mayoría y a veces me causan un verdadero conflicto: “¿Le doy o no le doy espacio y existencia a esto?”.
Tal vez lo haga para el tomo correspondiente a la letra U, no lo sé. Es que yo también tengo una sobreoferta de películas mexicanas, principalmente de cortometraje; la producción ha sido profusa y pródiga.
En La resiliencia del cine mexicano incluyó treinta y siete cortometrajes y mediometrajes dirigidos por hombres y mujeres, pero el número que vi fue más de doscientos en un solo año y la pregunta obviamente era: “¿Con cuáles me quedo?”. La selección fue muy complicada.
Para la letra U, tengo una cantidad inmensa de películas ya estudiadas, yo creo que un día voy a terminar sepultado por DVD's. Te diría que ya ni siquiera recuerdo los títulos de todas las películas que incluí en la letra R (risas). Tendría que releerme, algo que me parece el horror; no hay algo peor que volverse a leer.
¿Nunca se acerca a leer sus propios libros?
¡No, nunca! Imagínate tener que estar revisitándote todo el tiempo. Por ejemplo, para mí fue un ejercicio muy provechoso escribir en el momento más atroz de mi vida, pero el señor que escribió La resiliencia del cine mexicano ya no existe más.
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