El argentino Martín Benchimol presenta en la Berlinale su primer largometraje en solitario, El castillo, un filme que gira en torno a la idea de propiedad y pertenencia en una sociedad, la latinoamericana, en la que “el ascenso de clases es prácticamente imposible”.
En entrevista con EFE, el realizador cuenta que cuando se encontraba rodando su película anterior junto a su amigo Pablo Aparo dio un poco por accidente con este castillo, en sí mismo uno de los protagonistas de su nuevo filme, y conoció a Justina y a Alexia, los personajes principales, y su historia.
“Cuando conocí a Justina, además de impactarme su historia, me parecía que tenía una dramática natural muy fuerte”, que “ponía en escena la imposibilidad de ascenso de clase, en Latinoamérica al menos, aún recibiendo una herencia que parece salvadora”, señala.
Para el cineasta, “las herencias definen bastante los estratos sociales” y la historia de Justina es interesante precisamente para trabajar sobre esto, agrega.
El castillo, que se proyecta dentro de la sección Panorama, cuenta la historia de Justina, que tras trabajar como empleada doméstica toda su vida, hereda de su antigua empleadora una enorme mansión en medio de las pampas argentinas con la única condición de no venderla jamás.
La venta del ganado y del mobiliario heredados no alcanza para financiar los gastos de la decadente propiedad
Mientras Justina planea quedarse en el castillo, aferrada a su legado, Alexia, su hija, quiere volver a la ciudad y trabajar como mecánica de coches con el sueño de ser piloto de carreras.
El realizador quiso centrarse en el presente, en el vínculo de esta madre y esta hija, que “condensa todos los temas” de la película, y también con ese espacio, “que es una herencia, pero también una especie de cárcel”.
“No sólo están en proceso de separación y cada una de alguna manera de cruzar una frontera o emanciparse de algo, sino que además entre ellas hay una diferencia de clase producto también de esta casta que heredaron de la dueña anterior”, dice.
El proceso que hacen la protagonista y la película tiene relación con “la idea de propiedad y de pertenencia”, agrega.
Cuando conoció la historia de Justina, se dijo que ahí había algo “muy fuerte” y sobre todo le conmovió y le hizo preguntarse cosas, porque al igual que los personajes que van apareciendo en la película, también él la animó a convertir ese lugar “en algo productivo”.
“Y el proceso de hacer la película me enseñó que no es la única manera de vincularse a un espacio y de sentir pertenencia convertirlo en algo productivo, como una forma súper capitalista y súper productivista de vincularse con todo”, señala.
En ese sentido, “la película habla también de cómo sentir pertenencia de otra manera”.
Llegó al lugar en el que transcurre su película “por mera curiosidad” porque es “muy extraño” realmente la presencia de ese castillo construido hace mucho tiempo en un área que no prosperó, por lo que se encuentra “solo en medio de la nada”, completamente desconectado.
En su primer encuentro con Justina pensó que se trataba de alguien que trabajaba en el lugar y, con su “prejuicio de clase”, le pidió hablar con el dueño.
Ella le dijo que era la dueña y le invitó a pasar y ahí Benchimol descubrió “este espacio que tiene como un estilo aristocrático antiguo, pero claramente venido a menos”, y quedó fascinado con ella y su historia.
Desde ese momento tuvo ganas de hacer el filme y durante los cinco, seis años de desarrollo del proyecto atesoró muchas historias y muchos momentos con las protagonistas y forjó con ellas “un vínculo muy lindo y una amistad que fue la base para trabajar en esta película”.
Su intención era “contar esta historia de la manera más interesante, potente y cariñosa posible”.
“Pero para mí realmente tiene un carácter documental muy fuerte, porque la historia es real, las protagonistas de la historia son ellas, y todo el guión fue construido en base a situaciones que yo había compartido con ellas o que me habían contado, y ese trabajo para mí es fuertemente documental”, señala.
Después, el rodaje es un momento de “juego”, de “creación”, donde toda esa realidad que es el sustento de la película, “cobra un carácter a veces mágico, a veces un poco más libre”, por lo que igual no tiene la “fidelidad” que quizás se busca en un documental de pura observación, dice.
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