El 21 de mayo de 1999 llegó a salas mexicanas una cinta de ciencia ficción que marcaría a una generación que vivía con el temor de la llegada del nuevo milenio y la posibilidad de que las máquinas, de las que tanto dependemos ahora, se rebelaran ante nosotros. Un miedo latente desde tiempos de Asimov y sus leyes de robótica o incluso en sagas como Terminator, de James Cameron.
Influenciada también por la corriente del “steampunk” y la filosofía de obras de los 80 y 90 como Blade Runner o el anime Ghost in the Shell, los entonces hermanos Wachowski crearían Matrix, una cinta que propondría no sólo esta cuestión de una era predigital sino una cuestión sociológica planteada por Baudrillard en su novela Simulacro y Simulación, donde la realidad no es lo que aparenta y la profecía de un elegido llegado para liberar nuestras mentes serían la guía de muchos.
Veintidós años después de esta primera entrega y dieciocho desde que la saga tuviera su aparente final con Matrix Revoluciones, la ahora realizadora Lana Wachowski regresa a este universo creado a finales del siglo pasado para resucitar la franquicia y darle un nuevo enfoque de la mano de sus dos protagonistas estelares, Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie Anne Moss), donde es momento de regresar a la fuente con algunos cambios en este universo virtual.
Ha pasado mucho tiempo y Thomas Anderson/Neo no recuerda nada de lo sucedido anteriormente. Pero es hasta la aparición de ciertos personajes familiares y visiones que rompen la realidad en la que vive que nuestro protagonista comienza a cuestionar su día a día. ¿Será este un nuevo despertar para librar una batalla que parece no haber terminado en el pasado?
Algo queda claro de esta nueva etapa de la saga. La espectacularidad de los efectos especiales y las explosivas secuencias de acción con el ‘bullet time’ y las peleas queda un poco de lado por un relato con más sustancia, mismo que sirvió para sacar del retiro a Lana así como una especie de catarsis debido al fallecimiento de sus padres. Aquí, las motivaciones parecen rondar el mismo camino de la original, pero no es así ya que la dinámica de poder y la relación con las máquinas cambia drásticamente.
La reaparición de Neo y Trinity es buena, dándole un giro a esta relación y explicando de mejor forma la importancia de ambos dentro de este universo que sigue usando a los humanos como fuente de energía aunque los métodos sean un poco más rudos. Aquí, más que el viaje del elegido, Lana Wachowski se inclina por otras cuestiones en un mundo que, como el nuestro, también ha sufrido cambios por ambas partes.
De entrada, hay muchas alusiones a la trilogía que antecede esta cinta, convirtiéndolas en una especie de experiencia muy ‘meta’ en la que no está exenta la sátira por parte de Wachowski acerca de la originalidad, la crisis creativa y otros aspectos interesantes, mismos que dan paso posteriormente a otros dilemas que más que buscar una explicación de la realidad, tratan de encontrar una respuesta a la interrogante de la identidad propia, el quiénes somos y el rol que jugamos en la ruleta de la vida.
Al lado de nuestros personajes clásicos, hay algunos regresos que serán polémicos así como la integración de nuevos personajes como Bugs o Lexy que tienen sus buenos momentos, sobre todo porque su forma de ser y actuar dependen mucho de la de Neo y Trinity. Esto, aunado a una estética que también trae guiños de la saga original, especialmente los colores verdes y azules que marcaban lo real de la simulación en la anterior. Aquí, John Toll y Daniele Massaccesi juegan con ello pero añaden un par de paletas que resultan diferentes estéticamente, como el uso del rojo o los amarillos.
La música no se queda atrás, ya que encontramos, por ejemplo, un cover del tema original de Rage Against The Machine, “Wake up”, así como grandes guiños a lo realizado en la trilogía original por Don Davis. Aunque la curiosa combinación entre el rock y la música electrónica quedan un poco de lado, la dupla de Johnny Klimek y Tom Tykwer consiguen mantener parte de esa esencia y darle un toque un poco más épico.
Otro punto destacado es el juego de los espejos, algo que también viene de la cinta original pero que aquí es explotado aún más debido a esta identidad de crisis a la que se enfrenta Thomas Anderson/Neo así como otros personajes que, de nuevo haciendo alusión a Alicia en el País de las Maravillas, funcionan no sólo para manejar la dualidad de las personalidades sino como entradas a un agujero de conejo que puede ser brutalmente real, ese escape de la prisión mental más elemental: la cuestión de ser quienes somos.
A su vez, Matrix Resurrecciones funciona como un recordatorio de lo que sucede en nuestras vidas diarias donde el celular y la relación de apego que tenemos con la tecnología puede ser tan peligrosa o tóxica como las humanas, mismas que poco a poco se han ido quebrantado. Pero a la vez, esta cuarta entrega parece funcionar como un puente generacional entre dos puntos, aquellos que temían a la era digital y los que la abrazaron por completo, tratando de hacer un balance en el que se propone que todo cambio nace de liberar nuestras mentes de lo que las condena.
Si bien no tiene tanta acción como las anteriores, Lana Wachowski trata con respeto a la franquicia que ella creó al lado de su hermana y su padre, entregando un episodio nuevo que invita a que tomemos de nueva cuenta la píldora roja, nos enfrentemos a la realidad que nos espera pero sobre todo a que abracemos los cambios, las identidades propias y liberemos la mente antes de que la Matrix nos atrape en este reinicio de una franquicia que busca ganarse a toda una nueva generación.
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