El horror natural, un subgénero del terror que suele recordarnos lo amenazante que puede ser la naturaleza para la especie humana, ha existido desde los años 20. Usualmente utiliza plantas o animales para demostrar que nuestra especie es francamente inútil ante la ira que ellos pueden tener en nuestra contra, ya sea en forma de una horrible venganza o una lección interesante (Los pájaros, 1963; Tiburón, 1975) o simplemente mera diversión de serie b en la que los excesos son permitidos y la lógica de los hechos es prácticamente inexistente (Anaconda, 1997; El ataque de las arañas, 2002).
Dentro de la última categoría entra Megalodón 2: El gran abismo, secuela inspirada aún en las novelas de Steve Alten que combinaban un poco de ciencia ficción con el horror natural. La historia continúa con las desventuras de Jonas Taylor (el indestructible Jason Statham) que, después de la muerte de su querida Suyin (LI Bingbing), continúa en el proyecto de investigación creado por ella. Sin embargo, Jonas y compañía enfrentarán un mayor reto al tener que realizar una inmersión exploratoria en las profundidades más oscuras del océano sin contar con que este viaje se convertirá en un caos donde tendrán que pelear por su supervivencia.
Llega al relevo de esta segunda parte el director británico Ben Wheatley (Kill list, 2011; A field in England, 2013), que no es un desconocido de las bases del terror pero que últimamente no ha tomado los mejores proyectos. El inglés decide tomar al tiburón por la aleta para tratar de hacer una cinta tan entretenida como la primera entrega a pesar de sus fallos. Sin embargo, domar al Megalodón para hacerlo algo divertido resulta más complicado de lo que aparenta ser.
No todo es culpa del director. El guion escrito nuevamente por Dean Georgaris, b, trata de incluir temas como el saqueo ambiental, la amenaza de la naturaleza y una explosión de criaturas de mar casi prehistóricas que se convertirán en los depredadores despiadados que buscan derrotar a Statham y compañía. El problema es el planteamiento inicial, mismo que se hace aletargado debido a la exploración del Gran Abismo al que hace alusión el título, mostrando un lado serio carente de buen ritmo por el que ni el más astuto Meg podría salir airoso.
Esa primera parte es un camino rocoso que sirve meramente para dos cosas: mostrar a Jason Statham como el hombre de acción que es, dejando de lado las ínfulas medio serias que su personaje mostró en la primera parte. Aquí, el ex clavadista inglés utiliza todo lo que puede para mostrar ser alguien casi sobrehumano que tiene mucho de sus roles anteriores como Chev Cheelios de Crank; Lee Christmas de Los Indestructibles o Frank Martin de El Transportador. Ante eso, no hay amenaza latente que pueda interponerse, siendo todo un pretexto iluso pero perfecto para lucirse.
El paso por el Gran Abismo casi mata la cinta de aburrición, además de tener la ausencia del verdadero protagonista del filme: el Megalodón. Pero después de una subtrama de traiciones corporativas y con un exceso de factor humano, Wheatley sale a flote en el relato cuando comienza la siguiente mitad del filme. Aquí, tanto el realizador como los guionistas dejan de lado todo ese aire formal para convertirlo en un alocado espectáculo de serie b digno de los clásicos exagerados del sci-fi de los años 50 como Tarántula (Arnold, 1955) o Them! (Douglas, 1954), no sin hacer guiños a varias cintas de tiburones asesinos y amenazantes que están ahí para disfrute del espectador.
A pesar del gran problema de ritmo que adolece en esa parte, hay aspectos destacados en el diseño de producción. La vista de los tiburones de más de 20 metros y las nuevas criaturas nos ofrece un vistazo de las criaturas a las que tendrán que enfrentarse los héroes no sólo en las profundidades del abismo, sino fuera de él. Asimismo, el equipamiento biólogo de gran tecnología que permite realizar las tan arriesgadas misiones en las profundidades del mar no luce nada mal. Pero son los colores rojo y azul utilizados por Haris Zambarloukos en la fotografía los que destacan más dentro de esa persecución floja en las profundidades.
Otro gran acierto para salvar esta secuela es el utilizar a sus protagonistas como soporte cómico, sacando lo mejor de Cliff Curtis o Page Kennedy, que con todo y su morral de emergencias más efectivo que la bolsa de Barney el dinosaurio, provoca momentos bastante hilarantes. Pero dentro de esa camada de personajes con un nulo arco de desarrollo, sobresale la presencia de Meiying, interpretada por Shuya Sophia Cai. El carisma y buena onda que irradia hace que esta adolescente no se vuelva alguien atorrante sino una chica que, a pesar de ser necia o desobediente, tiene el buen corazón de su madre además de un buen sentido de la comedia.
Los efectos especiales son medianos, notándose a veces el uso de la pantalla verde o de la digitalización extrema de ciertas criaturas, lo cual para ese segundo acto y el clímax refuerza la idea de esas cintas de horror natural pero con un giro hacia la comedia de acción de pastelazo. Si bien es una apuesta arriesgada que deja de lado la posibilidad del gore, la sangre y muertes violentas a causa de los amenazantes Megalodones, funciona de forma excelente para por fin hacer una declaración de principios donde el mensaje es no tomarse absolutamente nada de esto en serio.
Más cercana entonces a las exageraciones de la saga Sharknado pero sin llegar a ese nivel de absurdo, Megalodón 2: El gran abismo es un entretenimiento a secas que, después de un sinuoso principio bastante repetitivo, encuentra su explosión creando una verdadera isla de diversión alrededor de los tiburones gigantes, los personajes ridículos, un clásico villano resentido y sobre todo, del enfrentamiento que todos esperamos ver por más tarde que llegue: Jason Statham contra los megaescualos asesinos, ofreciendo así una cinta de espíritu serie b metida en un blockbuster de gran presupuesto.
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