Escenario

‘El Menú’: Metáfora culinaria sobre la banalización del arte y la vida

CORTE Y QUEDA. La película producida por Adam McKay, Betsy Koch y Will Ferrell, y dirigida por el británico Mark Mylod, destaca por las actuaciones de Anya Taylor-Joy, Nicholas Hoult y Ralph Fiennes

El chef
El filme debutó en México antes de su estreno comercial en el Festival Internacional de Cine de Morelia. El filme debutó en México antes de su estreno comercial en el Festival Internacional de Cine de Morelia. (CORTESÍA)

Margot (Anya Taylor-Joy) es invitada por Tyler (Nicholas Hoult) fanático de los shows sobre cocina, para asistir a una experiencia culinaria preparada por Julian Slowik (Ralph Fiennes) un afamado chef; la cual se celebrará en un lugar muy exclusivo: una isla privada donde este personaje tiene su restaurante. Entre los comensales de dicha cena, se encuentra un grupo de jóvenes empresarios, un par de críticos gastronómicos, una celebridad y su pareja en turno, y una madura pareja de millonarios.

La velada comienza de forma tranquila, y los platillos gourmet comienzan a ser preparados y servidos de forma perfectamente cronometrada, cada uno de ellos meticulosamente preparado por un escuadrón de cocineros comandados por Julian, quién presenta cada platillo antes de servirlo, con un discurso que se devanea entre la jerga propia de su profesión y ciertas pretensiones filosóficas.

Pero lo que comienza como prometedora velada, gradualmente comienza a tornarse en algo anormal y siniestro, no tardando en brotar la violencia y haciéndose evidente que la verdadera razón por la que todos los comensales se encuentran allí no es solo para llevar a cabo una degustación de finos platillos, sino para ser testigos y formar parte de una elaborada venganza orquestada por Slowik y su equipo.

El Menú es producida por Adam McKay, Betsy Koch y Will Ferrell, y dirigida por el británico Mark Mylod (mejor conocido por su trabajo en series como Game of Thrones, Succession y Shameless), y en ella se desarrolla un relato de suspenso salpicado de humor negro, en el cual el chef de marras decide tomar revancha en contra de aquellos a quienes considera que han pervertido su trabajo, al cual no puede considerar menos que un arte.

Así como el menú de esa noche está pensado y ejecutado minuciosamente, donde cada platillo tiene una función y una razón de ser dentro del sofisticado y macabro plan del artista culinario, lo mismo ocurre con los invitados al banquete, quienes también han sido seleccionados cuidadosamente por Julian, ya sea porque desde su perspectiva, tuvieron que ver (directa o indirectamente) con la degradación de su profesión, o sencillamente porque le hicieron pasar un mal día. Pero en ese elaborado plot, la presencia de Margot no estaba contemplada, y ella termina por convertirse en un inesperado elemento disruptor, potenciando la tensión de la trama y enganchándose reiteradas ocasiones, en un duelo (actoral, sobre todo) entre ella y el máster chef enloquecido.

La cinta comparte algunos ingredientes con otros filmes que tienen a la cocina y a sus artesanos como personajes centrales. Allí está el artista culinario atormentado convertido en megalómano grandilocuente y obsesivo de Una buena receta (Wells, 2015), o la venganza en contra del patrón y propietario del restaurante que recuerda a la llevada a cabo por Richard Boarst en El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante (Greenaway, 1989), e incluso hay un momento en la cinta en la cual Slowik experimenta una profunda alegría, emanada de un alimento sencillo el cual le remite a sus humildes orígenes, como le pasaba al personaje de Anton Ego en Ratatouille (Bird, 2007).

Pero el ingrediente principal de El Menú reside en la crítica que hace a la banalización que el arte culinario (y el arte a secas, en general) ha sufrido en los tiempos que corren, de la cual hace responsable a ciertas figuras glorificadas tanto por las posturas snob de la clases adineradas, como por los medios de comunicación y las redes sociales, y representadas en el filme por los invitados a la fatal cena: allí está la celebridad émulo de influencer carente de talento alguno; los plutócratas que gastan miles de dólares comiendo en lugares lujosos solo por presumir; los inescrupulosos especuladores a quienes solo les interesa ganar (y gastar) dinero –aunque sea ilegalmente- para alardear de un vano status, los pomposos críticos cuya insoportable verborrea y presunción sustituye a la verdadera apreciación estética, y el petulante wannabe quien hace aspavientos de sus vastos conocimientos sobre un tema, para ocultar su absoluta ignorancia.

De este modo, con base en el guión de Seth Reiss y Will Tracy, Mylod logra conseguir una eficaz y mordaz metáfora sobre cómo la sociedad actual ha decidido encumbrar como líderes de opinión (por cuestiones monetarias o mediáticas) a verdaderos cretinos quienes dictaminan no solo lo que debemos comer, sino cómo debemos vestirnos y comportarnos, que debemos consumir, y hasta qué tipo de entretenimiento es el que debemos de gozar. Y dichas imposiciones se equiparan a algunos de los platillos del propio Julian Slowik: presentados con mucho oropel y presunción, pero carentes de sustancia y que ni siquiera pueden satisfacer completamente el apetito.

Y aunque la metáfora esgrimida por el cineasta termina por diluirse en medio de un desenlace efectista y una conclusión que deja al espectador con más preguntas que respuestas, vale la pena darle un vistazo al filme, y reflexionarlo. 

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