Tradicionalmente, el mes de diciembre es cuando los hogares se adornan con arbolitos y toda la parafernalia relacionada con las celebraciones navideñas. Y también es la temporada donde las salas cinematográficas comienzan a ceder sus espacios a los blockbusters de temporada invernal (casi siempre de corte familiar); o bien a aquellos filmes los cuales (temática o sentimentalmente) se relacionan con el espíritu de estas fechas, o aquellos que simple y sencillamente versan sobre tópicos navideños, casi siempre con historias románticas o para toda la familia, siempre exaltando los valores relacionados con la fecha: el amor, la unión familiar, la generosidad, la buena voluntad, y la paz.
Aunque claro, cada cierto tiempo en la cartelera del último mes del año, puede aparece un filme que sea la excepción a estas reglas, como ocurre con Noche sin paz (Violent night, Estados Unidos, 2022), en el cual casi todos estos valores parecen extinguirse, y Santa Claus (interpretado aquí por David Harbour) hace algo más que reír bonachonamente y repartir regalos para hacer felices a los niños alrededor del orbe.
En la trama escrita por Pat Casey y Josh Miller, (guionistas de Sonic, la película parte 1 y 2) y dirigida por el noruego Tommy Wirkola (Dead Snow 1 y 2; Hansel y Gretel: Cazadores de brujas), desde sus primeras escenas se nos muestra a un Papá Noel cínico, desencantado y borrachín, evocando al interpretado por Billy Bob Thornton en Un santa no tan santo (Zwigoff, 2003) y su secuela (Waters, 2016). Con la diferencia de que aquí no se trata de un fracasado bribón disfrazado con traje y barba, sino del verdadero Santa quien, tras años y años de desempeñar su trabajo rutinariamente y estar un tanto hastiado del mismo -aunado a que el personaje no está atravesando por un buen momento en su vida privada-, lo hacen desempeñar su trabajo sin entusiasmo y con escepticismo, al percibir que las nuevas generaciones se han vuelto insensibles y materialistas, y parecen haber olvidado ya el verdadero sentido de la navidad.
Al mismo tiempo que éste decepcionado Santa cumple con su deber, Jason Lightstone (Alex Hassell) se dispone a pasar nochebuena en casa de Gertrude (Beverly D'Angelo), su prepotente y arrogante madre quién siempre ha fomentado la competencia entre él y su hermana Alva (Edi Patterson), por el cariño y la aprobación de ella, y obtener de ese modo las riendas del gran emporio presidido por Gertrude. A Jason lo acompaña su esposa Linda Matthews (Alexis Louder) y su pequeña hija Trudy (Leah Brady). Linda es menospreciada por la opulenta matriarca, pero en cambio está última adora a Trudy. Complementa el cuadro Bertrude (Alexander Elliot), hijo de Alva con ínfulas de influencer, y Morgan Steele (Cam Gigandet), una incipiente estrella de acción y actual esposo de la señora Lightstone, y deseoso de que la progenitora de su cónyuge le ayude a producir su próximo filme.
Las hostilidades no tardan en aparecer, y casi al momento donde Gertrude hace acto de presencia ante sus hijos, comienzan a hacerse mutuas reclamaciones e insultos. Pero todas ellas son opacadas cuando irrumpe alguien que no estaba invitado al festejo: Jimmy ‘Mr. Scrooge’ Martínez (John Leguizamo), líder de un grupo de pintorescos mercenarios con nombres clave alusivos a la Navidad (Galleta de jengibre, Bastón de caramelo, Krampus, etcétera…), con ayuda de los cuales pretende dar un gran golpe y robar una fortuna en efectivo oculta en las entrañas de la mansión Lightstone, tomando a la familia como rehenes. Y lo hace justo en esa fecha porque, en sus propias palabras, detesta la navidad.
Pero con lo que Martínez no contaba es con la presencia de alguien más: Santa Claus, quién se encontraba en casa dejando regalos al momento de su intrusión, y el cual en principio intenta huir de allí, pero cambia de opinión inspirado por la inocencia y candidez de Trudy (con quién se comunica gracias a un viejo Walkie-Talkie de juguete), y decide enfrentarse a los maleantes, dejando aflorar paulatinamente su yo del pasado remoto: el de un salvaje guerrero nórdico. Y durante la segunda mitad del filme, Santa se dedica a repartir golpes y castigar (severa y violentamente) a aquellos que se han portado mal.
Con un argumento el cual copia al carbón (sino es que de plano saquea) premisas, situaciones y otros elementos de varios filmes como Duro de matar (McTiernan, 1988); Duro de matar 2 (Harlin, 1990); Mi pobre angelito (Columbus, 1990) e incluso Noche de paz, noche de muerte (Sellier, Jr., 1984), la cinta plantea una comedia negra y de violencia fársica donde intenta (a través de algunos subtextos) lanzar algunos dardos en contra de algunos vicios de la sociedad actual: el consumismo, la banalidad, la codicia desmedida, la falta de solidaridad y el egoísmo, y la pérdida de valores (en especial los vinculados a esta época).
Aunque en su primera mitad su ritmo resulta denso y un tanto cansino, Noche sin paz corrige el rumbo en la segunda mitad, cuando el humoroso y sanguinolento estilo de Wirkola consigue romper el dique, y se desborda en una delirante orgía de sangre presidida por un cómicamente excesivo Harbour el cual golpea, fractura, estrangula y mutila a los villanos en todas las formas inimaginables, valiéndose muchas veces de objetos relacionados con la iconografía de esa colorida época del año: desde bastones de dulce pasando por luces navideñas, hasta una chimenea. No hay límites para este Santa enloquecido, quien además recibe la ayuda de Trudy, que imitando al travieso Kevin de Mi pobre angelito, pone una serie de trampas en casa. Como es de imaginar, aquí toman un giro un poco más gore, pero igual de hilarante.
Quizás no sea la mejor película de Tommy Wirkola. Vamos, ni siquiera es original. Pero el cineasta sabe sacarle jugo a su elemental trama para crear una divertida comedia antinavideña muy sangrienta y un tanto irreverente. Aunque en su desenlace termine (a su manera) exaltando los valores propios de esa temporada. Queda como una opción para quienes busquen algo de variedad de entre los productos edulcorados de estas fiestas.
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