¿Qué tienen en común un simio el cual enloquece durante un programa televisivo, un hombre quien muere de una manera insólita, y una pareja de hermanos los cuales comienzan a ver cosas extrañas surcando los cielos de su propiedad? Que todos ellos forman parte de la trama de ¡Nop! (Nope, 2022), el nuevo largometraje del estadounidense Jordan Peele.
En él, se cuenta la historia de Otis Jr. ‘OJ’ Haywood (Daniel Kaluuya), uno de los propietarios de Hollywood Horses Ranch, empresa familiar ubicada en Agua Dulce, California; dedicada a entrenar caballos para ser empleados en diversas producciones de cine y televisión. El padre de OJ, Otis Haywood Sr. (Keith David) falleció seis meses antes, cuando una moneda atravesó su ojo y se alojó en su cerebro, la cual formó parte de una serie de objetos que un día, “llovieron” del cielo y se cree, cayeron desde un avión.
Tras la muerte de su padre, el taciturno Otis ha tratado de dirigir el negocio familiar junto con su hermana, la extrovertida y parlanchina Emerald “Em” (Keke Palmer). Pero las cosas no han salido muy bien, y el joven se ha visto en la necesidad de vender algunos de sus caballos para mantenerlo a flote, principalmente a Ricky “Jupe” Park (Steven Yeun), otrora niño actor y ahora propietario y creador de Jupiter's Claim, un parque de diversiones con temática del Viejo Oeste, ubicado muy cerca del rancho de los Haywood.
Park alberga en sus memorias de infancia un recuerdo siniestro: durante la grabación de un capítulo del sitcom intitulado Gordy's Home donde él participaba, la estrella (uno de varios de los chimpancés amaestrados para interpretar a Gordy), enloquece súbitamente y ataca a varios de sus coprotagonistas, asesinando o lesionando grave (y permanentemente) a varios de ellos. Ricky (interpretado aquí por el niño actor Jacob Kim) logra sobrevivir cuando el simio -en un aparente momento de lucidez-, intenta ejecutar una de sus rutinas cómicas consistente en chocar las manos con él, antes de ser ultimado a tiros por las autoridades.
El traumático evento todavía atormenta ocasionalmente a Jupe, pero este último ha decidido beneficiarse de su propia desgracia, y en su parque temático incluye un mini museo con memorabilia de dicha serie (y de la masacre que le puso punto final), al cual se puede acceder pagando previamente una suma adicional de dinero.
Pero la vida de los Haywood, de Ricky y su familia, y de todos los residentes de Agua Dulce está por cambiar drásticamente, a consecuencia de una serie de sucesos extraños que tienen lugar allí, coronados por el avistamiento de un enorme Objeto Volador No Identificado, el cual deambula por los cielos del lugar, ocultándose entre las nubes y apareciendo de súbito, especialmente por las noches.
Las reacciones de los Haywood y de Jupe ante la presencia del extraño objeto son distintas en forma, aunque no tanto en fondo: los primeros –especialmente Em- buscan hallar la forma de obtener una foto clara y precisa del OVNI para volverse famosos y aparecer así en la televisión, sumando en su cruzada a Ángel Torres (Brandon Perea), vendedor de una tienda departamental, y a Antlers Holst (Michael Wincott), un reconocido director de fotografía; mientras que el segundo, creyendo haber establecido un vínculo especial con los “alienígenas” quienes supuestamente tripulan la “nave”, decide montar en su parque una nueva atracción a la que bautiza como la Star Lasso Experience, y con ella atraer más público (y ganancias). Sin embargo, todos ellos descubrirán (de forma aterradora), cuán equivocados estaban en lo tocante a la verdadera naturaleza del objeto volador.
Abrevando tanto de los filmes Encuentros cercanos del tercer tipo (Steven Spielberg, 1977) y Señales (M. Night Shyamalan, 2002), combinándolos con otros como Tiburón (Spielberg, 1975) y Terror bajo la tierra (Ron Underwood, 1990), y adicionalmente salpicándole con diferentes referencias provenientes de variadas fuentes cinematográficas y televisivas -por ejemplo, los animes Akira (Katsuhiro Otomo, 1988) y Neon Genesis Evangelion (Hideaki Anno, 1995)-; el autor de títulos ya emblemáticos como ¡Huye! (2017) y Nosotros (2019), erige una película de acción, suspenso y –sobre todo- horror donde, además de continuar con su línea de comentario social presente en sus obras antes mencionadas, convergen además dos homenajes claros al séptimo arte.
En lo tocante al comentario social, Peele esgrime aquí un discurso el cual, partiendo de una misma raíz, se bifurca en dos direcciones: por un lado, la apremiante codependencia de una sociedad –en particular la norteamericana- por los mass-media y el mundo del espectáculo, buscando a través de ellos obtener para sí cierta notoriedad o por lo menos trascendencia. Y, por otra parte, como esa búsqueda y la necesidad de alimentar la insaciable maquinaria del showbiz, banalizan incluso lo más extraordinario, o lo explotan indiscriminadamente, aun tratándose de aquello que no debería ser tocado, perturbado, y mucho menos domesticado… como la naturaleza misma.
De forma transversal a estas reflexiones, el cineasta (de)construye en su cinta la icónica y simbolismos propios de uno de los géneros cinematográficos más arraigados en la tradición y la cultura estadounidense: el western. Todo ello presente no solo en elementos y referencias incluidos dentro de la misma, sino en la propia estructura del argumento donde, al final, quienes confrontan al OVNI en cuestión en esencia, son dos vaqueros muy opuestos entre sí. Uno (Jupe) quien es –al igual que su propio parque- un conjunto de clichés, un mero producto de la parafernalia mercantil, y solo busca capitalizar la presencia del objeto volante como hizo con la macabra experiencia de su infancia. Y por el otro lado, está OJ, un vaquero afroamericano, el cual ha trabajado y convivido con equinos desde edad temprana, y ello lo ha hecho desarrollar un espíritu fuerte e indómito a la par de una comprensión profunda de la conducta animal, herramientas claves para enfrentarse a esa inesperada presencia.
Finalmente, se podría decir que la trama de ¡Nop! es también un reconocimiento al esfuerzo colectivo de hacer cine, especialmente cuando ello requiere resolver dificultades y enfrentar retos al parecer insalvables. Ello queda condensado en la presencia de Holst (Wincott) excéntrico fotógrafo de corte herzogiano quien, para lograr fotografiar al misterioso objeto aéreo, hace uso de una cámara diseñada por él, partiendo de un modelo IMAX, pero la cual opera mecánicamente, empleando una manivela. Esta imagen sintetiza el encuentro del cine altamente tecnológico del presente, con ese cine del pasado donde la voluntad de filmar (y crear) lo era todo. Y ahora, fusionados en uno, consigue lo imposible, y transforman al proceso del rodaje en sí mismo en toda una aventura, la cual consigue transferirse hasta el espectador.
En ese sentido, es necesario señalar que el largometraje fue rodado en formato IMAX, y lo ideal es verla en una pantalla con ese formato, tanto para disfrutar el espectacular trabajo fotográfico desplegado por el neerlandés-sueco Hoyte van Hoytema, como para apreciar adecuadamente el increíble diseño sonoro concebido por Johnnie Burn. Ambas experiencias tan gratificantes como el mismo filme.
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