Escenario

‘Post mortem’: Un filme que indaga en los miedos desde la simbología de la fotografía mortuoria

CORTE Y QUEDA. Péter Bergendy dirige la que es considerada la primera película de terror realizada en Hungría y que llegó este jueves a las salas nacionales

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Fotograma de 'Post mortem'.

Fotograma de 'Post mortem'.

CORTESIA

La muerte es un hecho que, sin duda, se liga con el dolor y la memoria. Es el único hecho del que no podemos escapar, está presente sin saberlo entre nosotros y, para algunos, es solamente un paso hacia otro plano. Por ello, la fotografía post mortem era la posibilidad de mantener un recuerdo de la vida extinta a través de la muerte, la cual veíamos de la forma más directa posible a través de lo captado por ese lente mágico de la cámara. Funcionaba como un culto a la memoria, el recuerdo de alguien y la necesidad de no perderlo para siempre en los recovecos de la traicionera mente.

Es a través de la fotografía tipo post mortem, que se alimenta curiosamente de una tradición pictórica y escultórica inspirada por el Ars moriendi, libro medieval que indicaba las reglas para saber cómo morir bien, que la muerte se hacía presente en la vida de las familias. Ahora, ese peculiar ritual considerado un tanto morboso en la actualidad sirve como el pretexto para una cinta de terror húngara que explora varios clichés del género como recordatorio de que los fantasmas y los muertos pueden ocultar secretos no muy gratos.

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Dirigida por Péter Bergendy, la cinta Post mortem nos lleva al frío invierno de 1918, donde la Primera Guerra Mundial encontraba su final y un militar de nombre Tomás (Viktor Klem), sobrevive a la muerte de forma milagrosa para dedicarse a la fotografía “post mortem”. Su reputación lo lleva hacia un pequeño pueblo húngaro donde los extraños ruidos nocturnos, la hostilidad de sus habitantes, las muertes misteriosas y sombras son una constante que infunde miedo. Con la ayuda de la pequeña Anna (Fruzsina Hais), el fotógrafo buscará poner fin a estos hechos escabrosos.

Aparentemente vendida como la ‘primera película de terror’ de su país, Post Mortem: Fotos del más allá se alimenta en sus mejores instancias de un horror gótico en su estética así como de unos aires de folk horror con reminiscencias a The Wicker Man (Hardy, 1973) donde el poblado adquiere cierto protagonismo en esta especie de fábula macabra acerca de la muerte y lo que hay más allá de la misma en medio de un relato que también bebe del drama histórico.

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Un aspecto interesante es ubicarla justo en ese contexto de la posguerra en la zona central de Europa, mostrando a su protagonista como ese ex combatiente convertido en fotógrafo después de su propia experiencia cercana a la muerte. Asimismo, encontramos ecos de la época en el pueblo al que llega para hacer su labor, mismo que ha sido azotado por la gripe española, convirtiéndolo en un gran cementerio embrujado y lleno de miseria. Suma a ello el ingrediente del horror con el que juega en su relato a través del breve recorrido que hace en sus primeras escenas para mostrar vistazos de pequeños fragmentos de leyendas rurales, supersticiones

Esta ambientación resulta uno de los puntos más fuertes del relato. A través de la fotografía se percibe un filtro gris, opaco, que siente y respira la muerte en cada rincón. Asimismo, Bergendy es capaz de mostrarnos a los sobrevivientes restantes usando una mascarilla, dándole un toque de atemporalidad al pánico colectivo que viven en este pueblo azotado por la tragedia. Todo esto lo hace a través de un halo misterioso que oculta las verdaderas razones por las que el mal y la muerte misma ha decidido quedarse en el lugar.

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Visualmente, la idea que Bergendy plasma encuentra ecos del expresionismo alemán, especialmente sacándole jugo a todo lo que tiene que ver con los cadáveres y las fotos en el oficio de Tomás. En ello utiliza la luz y las sombras como aquello que daba miedo en el cine de terror silente. Hay incluso tomas que remiten a grandes clásicos de la época vistas de repente en el clímax, plasmando de buena forma esos reminiscentes del cine de horror europeo. Aunque, claro está, de repente los efectos visuales que crean la malvada oscuridad son tan sencillos que no resultan tan creíbles para la trama.

Existe también un peculiar dúo que sirve de guía para el relato. Entre Tomas (Klem) y Anna (Hais) hay un vínculo que roza, de repente, en lo incorrecto pero que la historia explica como un punto común: la experiencia de volver de la muerte. La dinámica entre ellos puede sentirse como de un mentor y su aprendiz, similar a la vista en Doctor Sueño (Flanagan, 2019) entre Abra y Dan Torrance no sólo para desvelar esa gran oscuridad detrás del pueblo, sino por una necesidad mutua de protección mutua ante lo sobrenatural que los amenaza constantemente y parece no dejarlos nunca en paz.

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Si bien existen estas virtudes alrededor del filme húngaro, es en el guión donde, por momentos, encuentra sus puntos más flacos. Parece que uno de los problemas del filme es encontrar un buen balance entre el tono que comienza y el desenlace de la misma. Además, realmente el tema del terror sobrenatural nunca queda del todo bien explicado, terminando por irse hacia ideas similares a Destino final (Wong, 2000) donde la muerte tiene una deuda pendiente con Tomás, además de factores como levitaciones, posesiones y asesinatos que por muy alocados o violentos parecen no encajar del todo en la atmósfera creada previamente.

A pesar de esos dilemas, no cabe duda que Post Mortem: Fotos del más allá tiene cierto encanto gracias a su naturalismo que de repente rompe con la ilusión de una cinta de época, tratando de revitalizar los miedos más básicos a través de una metáfora de la vida y la muerte cargada de una simbología mortuoria que nos ofrece una reflexión acerca de la memoria y la tragedia, la luz y la oscuridad pero sobre todo de esa delgada línea que de repente las une hasta encontrar el último aliento (o foto) en la muerte.

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