Desde las épocas prehistóricas, la cacería ha sido un método que originalmente se practicaba para subsistir. Poco a poco, con la evolución del hombre como especie, se convirtió en una actividad que se llega a practicar a la fecha por diversión o recreación. Sin embargo, para algunos, como los pueblos originarios y los indios americanos, ésta tenía un significado más profundo.
Para los comanches, por ejemplo, la cacería implicaba un punto de maduración, donde se dejaba la adolescencia atrás para convertirse en un adulto, un líder de la comunidad. Con ese panorama, ubicado hace unos 300 años y en medio de esas reglas patriarcales encontramos a una joven guerrera, Naru (Amber Midthunder) que está dispuesta a probar su valía a pesar de lo socialmente establecido.
Pero, ¿qué sucede cuando la cacería se vuelve algo más y pasas de ser el cazador a la presa? Naru, su hermano Taabe (Dakota Beavers) y los mejores cazadores de su tribu lo pondrán a prueba en Prey, donde la llegada del primer Depredador se da en el territorio comanche, desatando una batalla por la supervivencia que nos remonta a aquel clásico ochentero de ciencia ficción y acción que dio inicio a esta saga, Depredador (McTiernan, 1987).
Después de sendos tropezones que mandaron a descansar la franquicia un rato con dos terribles secuelas, Dan Tratchenberg da pauta a esta precuela interesante que vuelve a las bases de las primeras dos cintas, donde la cacería, ya sea en la jungla natural o de asfalto, era una parte fundamental del relato pues esta criatura alienígena venía con ese afán: cazar y encontrar al mejor guerrero para demostrar su valía.
Sin embargo, aquí la cacería adquiere un significado más profundo no sólo por la creencia comanche, sino en un tema de inclusión social interesante que funciona muy bien. Naru se convierte en una guerrera que rompe los paradigmas con tal de defender a su tribu. El proceso de ser aquella aparentemente desvalida e inofensiva persona y su evolución a la gran guerrera digna de la atención del antagonista alienígena es algo que le consigue un lugar memorable en la saga.
El guion de Patrick Aison, además, respeta al pueblo comanche y les da cierta voz representativa incluso ubicándonos en un contexto histórico en el que la persecución y cacería a los pueblos indios americanos también era un pan de cada día. Todos esos pequeños detalles, aunados a un montón de bellos homenajes a la saga del Depredador, le dan la suficiente sustancia a la cinta para que destaque por encima de sus predecesoras.
Los vestuarios y el diseño de este primer Depredador son de una calidad muy llamativa. Ver al cazador extraterrestre retratado de una manera un tanto rústica pero imponente, sin tantas armas ni armaduras como las de otras versiones, le da un toque especial al primer enfrentamiento entre el hombre (o mujer) y el alienígena. Hay que darle mérito al actor detrás del traje, Dane DiLiegro, por hacer de su criatura un muy feo pero imponente hijo de perra que busca ejercer su dominio a toda costa.
La fotografía de Jeff Cutter también es destacada, una que va de lo natural y brillos a lo gris y opaco conforme la caza avanza. Incluso la musicalización por parte de Sarah Schachner es de aplaudir debido a que nos contagia de esa sensación de cacería sin necesidad de hacer abusiva alusión al clásico tema del Depredador. Todo esto ayuda a que el relato funcione de buena forma y que este enfrentamiento otorgue buenos y violentos resultados.
Cabe resaltar que la película no solo busca representar la cultura comanche con autenticidad a través de su elenco sino que todo el proyecto fue concebido enteramente de esta manera, buscando crear ese mundo verosímil a la experiencia de los pueblos originarios de principios del siglo XVIII, para lo que recibieron ayuda de la educadora y asesora comanche Juanita Pahdopony, quien colaboró estrechamente con el director y guionista para que el idioma comanche se incorporara en los nombres de los personajes.
Tal vez uno de los puntos más flojos de esta honrosa precuela sea el apartado de los efectos visuales, un talón de Aquiles en toda la franquicia y que aquí, derivado de que no es una cinta para cines (tristemente), los efectos especiales de repente carecen de efectividad, pecando un poco de falsos, rompiendo así esa sensación de realidad fantástica en la que se desarrolla la acción.
Si bien el primer acto parecería ser un poco lento en su planteamiento, plantea lo necesario para que el segundo y tercer acto de Prey se conviertan en ese juego doble de la cacería y la presa, siendo ambos un acto ritualista que clama sangre para lograr la gloria de probar su valentía o de morir en el intento. Con una gran química entre los protagonistas y un villano clásico que está de vuelta como en sus mejores tiempos, esta cacería demuestra que aún existe vida para una franquicia que se había convertido en la presa de la mala crítica y de su público para ahora volver a ser el cazador.
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