Nada puede salir mal en una comedia romántica de enredos que cuenta con cuatro estrellas nominadas previamente al Oscar o Globo de Oro, ¿verdad? A menos que seas Michael Jacobs y ese proyecto sea tu ópera prima basada en una obra de teatro de tu propia autoría. Esa es la mejor lección que uno puede aprender gracias a Quizás para siempre, un relato anacrónico acerca de la importancia del matrimonio y el cuestionamiento de un principio moralino cómo la idea de la lapidaria frase de “hasta que la muerte los separe”.
En su primer largometraje, Jacobs cuenta la historia de la joven pareja compuesta por Michelle (Emma Roberts) y Allen (Luke Bracey), una relación que ha llegado al punto de proponerse la aparente única respuesta a tan longeva relación: el matrimonio. Sin embargo, las dudas nacen entre la armoniosa pareja por lo que acuden al consejo de sus respectivos padres, Sam (William H. Macy) y Monica (Susan Sarandon) por el lado del novio así como Grace (Diane Keaton) y Howard (Richard Gere) en el de la novia.
Entonces, llega el momento de tener una pequeña comida entre todos para definir el pasado de sus enamorados hijos. Pero los padres tienen algo en común que los une, lo que detona en un conflicto de intereses entre los cuatro que puede afectar el destino de sus hijos. Aunque la premisa suena interesante, el relato de Jacobs se pierde entre lagunas enormes de problemas de continuidad, grandes dilemas argumentales y una falta de comprensión del lenguaje cinematográfico, entre otros conflictos, al tratar de hacer sentir todo tan teatral que nunca acaba por funcionar del todo.
Primero está el gran cast reunido para el filme. No cabe duda que estos cuatro estelares tienen cierto bagaje, por no decir experiencia, para sacar adelante un guión que no les favorece en nada. De este cuarteto popular que acumula un sinfín de reconocimientos en sus carreras, el que más destaca es H. Macy, cuya senda inocencia le sienta natural para muchos de los remates de algunas bromas eficientes en la historia. Aunque los otros tres intentan hacer gracioso algo que no tiene chiste, su veterana les provoca conseguir uno que otro chispazo de risas de algo que no fue quemado por el tráiler de cine.
Keaton se siente como una versión perdida en el tiempo de Annie Hall (Allen, 1977) sin el antagónico sarcasmo de Alvy Singer. Gere, otrora galán de Hollywood, parece negar la cruz de su penitencia que lo llevó a hacer comedias románticas como Mujer bonita (Marshall, 1990) o el galán carismático de Gigoló americano (Schrader, 1980) para convertirse en un santurrón que cuestiona su infidelidad. Y qué decir de Sarandon, que parece revivir su popular papel de Janet Weiss perdida en las arenas de su sexualidad en El Show de Terror de Rocky (Sharman, 1975) pero sin mucha gracia.
Eso no es culpa de los histriones, sino de un guión mal elaborado disfrazado de comedia romántica cuando es más bien un drama acerca de la longevidad de las relaciones, el tedio, las infidelidades y todo aquello que aqueja a las parejas longevas. Si bien pareciera que esto formularía un planteamiento crítico disfrazado de comedia de situación, Quizás para siempre termina por ser un panfleto moralino y vacío donde, cual película de los 70 u 80, el amor vence cualquier reto, siendo más importante el mantenerte unido a alguien que la posibilidad de seguir adelante o buscar la felicidad sin una sensación de culpa.
Ese planteamiento es uno de los más grandes fallos de la ópera prima de Jacobs. A eso, se le suma una de las más malas ediciones que se ha visto en los últimos años dentro de un largometraje, haciendo cortes abruptos entre las tres historias que narra, incluso dentro de la misma casa donde suceden dos terceras partes de la narrativa, rompiendo la continuidad para sentirse como un abrupto cambio de escena en el teatro que no funciona de esa forma en cine. Existe también el detalle de la música diegética digna de una cinta para televisión del canal HallMark, misma que busca transmitir las emociones que el relato falla en concretar muchas veces.
Asimismo, existe una enorme vaguedad entre las historias, pues acaban por no tener un desarrollo concreto salvo una de ellas, mientras que las otras dos se resuelven gracias a la bendita magia del cine. Esto llega a tal grado que la pareja que supuestamente sería la guía de los cuestionamientos amorosos desaparece por completo hasta acabar felices por siempre sin saber siquiera cómo sucedió eso. Incluso el dilema de la infidelidad es tratado de manera tan básica que es mejor el perdón a un confrontamiento porque ¿qué más da si te acuestas con otra mujer por cuatro meses mientras tu esposa te ama?
Ese tipo de planteamientos, junto con el manejo de los créditos iniciales y la mala adaptación de la comedia teatral al cine hacen que Quizás para siempre tenga escasos momentos de ligereza y una que otra interacción brillante entre los cuatros veteranos histriones, dando como resultado una película que se siente mucho más como un producto de menor categoría para ellos que no pueden hacer nada por levantar un proyecto que, a todas luces, muestra la inexperiencia de su director en plasmar las crisis amorosas y la falsedad del felices para siempre en tiempos actuales, romantizando este tema cuál comedia ochentera donde las reflexiones no llevan a algo más que la clásica justificación: todo sea por el bien del amor.
Copyright © 2023 La Crónica de Hoy .