
Escuchar a la banda islandesa Sigur Rós puede ser como caer del cielo, rodar bajo las nubes y caer. Es una de esas bandas que trae a la mente la sensación de vacío a través de guitarras espeluznantes, cuerdas tristes o un piano deprimente, sin embargo en su estupor siempre hay algo extraño que apela a la belleza. Sus canciones se perciben como la inmersión a un plano onírico con la bruma cruel de la realidad. Así se sintió el concierto de la banda en su regreso a México en el Teatro Metropólitan la noche de este jueves.
Sigur Rós, cuyo nombre se inspira en la hermana del vocalista Jón Þór Birgisson (también conocido como Jonsi), y que es un nombre muy común en Islandia que significa “Rosa de la Victoria”. Tanto la hermana del músico como la banda nacieron el mismo día. Este simple dato sirve de introducción a la manera en que la banda ha buscado los simbolismos a través de su música post rock, tan psicodélica como etérea.
En su visita a México hizo una interesante retrospectiva de su discografía. Casi estaban delineados los bloques de acuerdo a cada placa discográfica. Comenzaron con Ágætis byrjun (1999), ese disco que significa irónicamente “Un buen comienzo” y que simboliza la internacionalización de la banda. Además, este álbum llevó a otro nivel el término de “vonlenska”, que es un recurso que utilizan los islandeses como un lenguaje falso que no usa una gramática verdaderamente consciente. Esa es la propuesta de este disco que se percibe por momentos como una imitación de los balbuceos de un bebé, es decir, es un disco creado desde la ignorancia de un niño.
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En el escenario había minimalismo. Lámparas regadas por el escenario y cortinas de hilos de las cuales algunas de ellas estaban trenzadas simbólicamente. Jonsi y sus compañeros aparecieron puntualmente a las 20:30 horas. En la oscuridad, el cantante tomó el arco (el palo con el que se tocan instrumentos de cuerda frotada como el violín o el contrabajo) y comenzó a hacer sonar su guitarra creando una atmósfera melancólica.
Así inició “Svefn-g-englar”, ese tema que la banda no tocaba en vivo desde el 2013 (cuya traducción del título es “Ángeles sonámbulos”) y que en su letra marcaba el tono destructivo y apocalíptico: “Lloro y lloro desconectado/El cerebro destrozado es colocado en el pezón/y alimentado por ángeles sonámbulos”, reza la letra.
También ese primer tema nos ayudó a conocer la forma de sentir de Jonsi en el escenario, casi cegado por la música, como si estuviera solo, poniendo la guitarra entre el micrófono y su boca para hacer un eco distinto, mientras daba paso a la batería que llegó como un estruendo, al mismo tiempo que la iluminación palpitaba en naranja tenue y la voz de Jonsi hipnotizaba como si fueran lamentos angelicales. Al terminar el tema se sintió como ser parte de un ritual o quizás nos conectó a la idea del sentir de un niño al salir del vientre de su madre a un mundo peligroso como en el disco.
El palo de violín rechinó contra la guitarra como un trueno que rompe el sonido del piano entre las sombras. Las luces lo acompañan y una luz lateral emula el nacimiento de algo. Son los acordes del bajo que armonizan el caos. “Partimos juntos/hacia lo desconocido/hasta que destruyamos y dominemos todo una vez más”, dice el segundo tema de la noche “Ný batterí” del mismo Ágætis byrjun. Este tema se manejó con la dulce línea de bajo de Georg Hólm (también llamado “Goggi”) que nos muestra a Jónsi sacando todas las frustraciones entre gritos, en compañía de una sección de instrumentos de aire y mucho reverb de guitarra.
Es un “crescendo” que agrega una sección de metales a la orquestación, la cual va integrándose lentamente con diversos sonidos electrónicos. Hacia los cinco minutos entraron la batería y el bajo, haciendo progresivamente más fuerte la pieza, pero insertando ocasionales silencios que le dieron mayor dramatismo a la interpretación.
De nuevo el canto como un lamento, mientras en las pantallas hay sombras superpuestas, hasta que la batería llegó a iluminar con destellos en cada batacazo. Sonidos de cadenas se asomaron luego el del órgano fúnebre en manos de Kjartan Sveinsson (quien regresó a la banda tras su salida en el 2013) acompañó en las pausas amplificando el lamento. “Querría cortarme/y desgarrarme hasta morir/pero no tengo valor/así que voy a desconectarme./Estoy solo una vez más”, cerró la letra.
Durante la velada el disco más tocado fue () (también llamado Svigaplatan). Al ser lanzado el disco todas las canciones venían sin título como el mismo título del álbum que es impronunciable con los símbolos de paréntesis. En este material, el vonlenska llegó a un nivel de exploración sensorial máximo. Ese idioma inventado por Jonsi y formado por sílabas sin ningún significado, pues cada una es elegida en función de su musicalidad. Es posible que el mismo músico no sepa sobre qué está cantando, pero se comunica de la misma manera.
Así llegó el tercer tema de la noche, “Vaka”, que es el nombre de la hija del baterista Orri Páll Dýrason quien quedó fuera de la banda en el 2018 por las denuncias de abuso sexual en su contra. La banda sin embargo, tuvo un baterista cuyo nombre no fue revelado ni por la misma agrupación como un anonimato que busca no sacar de contexto lo musical.
Para el tema regresaron las lámparas rojas, inició un piano más esperanzador: lento pero vivo. Jonsi no usó el arco, tocó su guitarra con sus dedos acompañando las teclas del piano y luego llegó su voz, más contenida y dulce, como un extraño lullaby para hacer dormir al resentimiento, sin embargo, al paso del tema, una parte del canto se resistió a la paz. Cabe recordar que el videoclip nos muestra a niños en un mundo post apocalíptico jugando con las cenizas de lo que está destruido, hasta que un niño se desprende de su máscara. Quizás nos dijo que a estas alturas del concierto somos niños ingenuos descubriendo el mal.
El cuarto tema fue “Fyrstadel” (que significa “La primera canción” y que no tocaban desde el 2006) en el que ruidos radiofónicos son callados por la melodía. La música atrapó con su lentitud e hizo entrar en trance al público. La voz estaba como en un sueño, como un canto perdido que quiere ser faro. Otras voces sonaron como coro de lamentos. Las luces se apagaron lentamente con la canción, sólo quedó un halo que iluminó naranja a los músicos cerca del piano. Nadie se atrevió a hacer algún ruido, todos éramos parte de esa conversación entre el silencio y el piano hasta que dio inicio el siguiente tema.
Así llegó Samskeyti (“Anexo”). El piano dulce comenzó a abarcar todo el lugar: son centelleos con abandono. Todos los músicos seguían en ese rincón del piano. El baterista tocó un órgano, el bajista estaba tímido detrás de ellos como una sombra y un “crescendo” aumentó los latidos, adornados con soniditos dulces de campanas. El silencio llegó como alejándose poco a poco hacia la nada.
Este instrumental se sintió como embrujado, derritiéndose con teclados fluidos y repetitivos, una sonoridad deslumbrante y perfecta para un viaje nocturno insular. La canción, paradójicamente, posee una cualidad arcaica, simple, así como una novedad refrescante. Es una canción que florece.
Luego llegó la primera de tres sorpresas de temas inéditos. Sonó “Gold 2”, en el que regresó el arco a juguetear con la guitarra de una forma acechante hasta que entró cautelosamente la voz. Fue un tema limpio en sonido, sonó sólo la guitarra y el sintetizador acompañando la voz que se alzó más rebosante. Pura melodía y atmósfera que casi revienta las bocinas con sus agudos. Un tema tímido y rispido al mismo tiempo.
De regreso al () sonó “Dauðalagið” o “La canción de la muerte”, una de las más aclamadas de la noche. El escenario se tiñó de amarillo, en medio de gritos de verbena del público en el que apenas algunos imprudentes fueron capaces de hacer ruido. La distorsión de la guitarra atrapó como magnetismo. Lo bajo del tono de los instrumentos llegó a hacer vibrar el pecho: “Por dentro, pienso/luces del bosque revelan un incendio/soy uno conmigo mismo”, cantó Jonsi.
Fue el tema más salvaje hasta el momento, que creció y se calló de repente, con la voz como un instrumento de tortura: es más directo que violento. El estruendo incomodó, el canto excitó. La batería dio dos zarpazos y luces blancas flashearon al público al borde de la ceguera o un ataque epiléptico. La banda sonó como una aurora boreal. La canción tuvo un cierre espectacular en la voz que hizo estremecer a todo el lugar: “Con su calma contra la tormenta/ahora la superficie ondea/y ahora rompemos la calma muerta”, cierra la letra.
Para el octavo tema la banda da un salto a otro tiempo. Suena “Fljótavík” (cuyo nombre se refiere al de una bahía en la península de Hornstrandir, Islandia) del Með suð í eyrum við spilum endalaust (Con un zumbido en nuestros oídos tocamos eternamente, 2008). Las luces de las lámparas emularon estrellas en la noche. La voz fue más alegre y volvió el piano dulce. El más suave de los temas fue el más convencional pero no menos precioso: “No me encontré/Infinitamente gracias/Refugiado en una casa improvisada/Y dormimos/A medida que la tormenta se calmó”, reza la letra.
Así se fueron entretejiendo los temas de los discos. Tocó el turno de Takk (Gracias, 2005), cuarto disco del grupo y otro recorrido emocional a través de su mezcla de art-pop, new age, música orquestal y ambientes psico progresivos, enfocados en la creación de atmósferas preciosistas con voces casi andróginas (en ocasiones fantasmagóricas y operísticas).
Se hizo sentir “Heysátan” (que significa “Montón de heno”) que tocaron por primera vez desde el 2008. Regresaron los músicos a un rincón iluminado de naranja. Una armonía simple y en tono poético; la letra más amable y entendible en la voz. Se distinguió cierta alegría y deseo de belleza. La música en esta canción se sintió como una caricia. Al terminar los músicos salieron del escenario para hacer un intermedio.
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Al volver el escenario cambió, sus lazos trenzados cambiaron a lucir como cortinas lisas. Sonaron los sintetizadores y el palo a la guitarra marcó el regreso. Se iluminó en amarillo el lugar y se percibió una vibración más luminosa. Poco a poco encontró su estridencia, hasta que hizo explotar la canción en sonidos y una lluvia de luces.
Se trata de “Glósóli” (“Sol resplandeciente”), la segunda pieza de ese icónico disco que progresó de forma rotunda, maravillosa y estremecedora, con los aullidos agudos y chirriantes de Birgisson, que se dispararon a través de un espeso y ruidoso mar de campanillas y ecos de guitarra. La canción se construyó lentamente, finalmente estalló en una explosión ensordecedora de golpes de guitarra fuertemente distorsionados.
Antes de comenzar el siguiente tema hay un juego de gritos en la audiencia desde el “son una verga”, respaldado del “sí es cierto” hasta el que les respondió a regañadientes “no es un concierto de Los Ángeles Azules”. Luego todo fue silencio y respeto a la música. Así llegó “Sæglópur” (“Perdido en el mar”) en el que las primeras notas del piano causaron aplausos.
Reunidos en el rincón de antes con una luz blanca, los músicos cantaron y tocaron un tema vivido y esperanzador, con una bella melodía y el augurio de buen despertar que se convirtió en una especie de muestra de la furia de la belleza. Voces de fondo en un coro ecléctico de hombres, una mujer sumergida entre peces en los visuales y la batería más viva que nunca. El tema es una acumulación eterna en un choque de magia, instrumentos y palabras que la mayoría de sus oyentes nunca entenderán.
Una nueva pausa llegó para las canciones del Takk que dio el regreso del () con “E-Bow”. En la batería sonaron tambores como sonidos de guerra medieval, acompañados de un “in crescendo” tétrico y chirriante del sonido de la guitarra y un canto doloroso. El corazón del público se agitó al ritmo de los tambores marcados por la distorsión del sonido. En el camino se vivieron momentos de luz y luego la melodía se reencontró con la belleza, se elevó y se sintió la locura transformada en tensión con la distorsión final.
Siguieron las otras dos sorpresas inéditas de la velada. Primero fue “Gold 4” que arrancó a piano y voz en un escenario azul en el cual la voz se sintió como sumergida en una pecera, fue simple y bella que sirvió de transición para “Angelus 4” una pieza más oscura y pesada con sonidos casi tenebrosos en sintetizadores largos y envolventes. La música se sintió como una bruma pesada con un canto dulce. La magia del bajo prolongó la densidad. Fue un tema casi espacial.
La despedida del disco Takk llegó con dos temas, primero con la entonación de “Gong”, que no sonaba en vivo desde el 2012 y que es otro de esos temas aparentemente convencionales, pero con un raro arreglo de batería que sonó al choque de tubos metálicos como si tocara una batería casera; con un tempo más reconocible, que contrasta con el lamento en la voz de Jonsi. El otro tema fue “Andvari” (“Brisa”) que dio un tremendo salto hacia lo triste y melancólico. Con el escenario iluminado en rojo se percibió el dolor en cada nota hasta que salió del escenario Birgisson.
La recta final fue una experiencia sensorial máxima. Un arco emocional deslumbrante. Primero con “Festival”, del Með suð í eyrum við spilum endalaust (2008), ese tema suave pero irónicamente esperanzador y luminoso que poco a poco cobró energía con la batería y cuya letra alude a cuando Jonsi Birgisson hacía su temblorosa rutina de niño de coro sobre un órgano de iglesia durante cuatro minutos y medio interminables antes de convertirse en una erupción instrumental. El vocalista se llenó de euforia con la música cada vez más hasta explotar en sonidos en uno de los grandes momentos de la noche.
El penúltimo tema fue “Kveikur”, que da nombre al álbum homónimo del 2013, el más explosivo de su carrera. Inició con una batería ecléctica y metálica. La música vibró y la voz fue contenida, es un tema palpitante y entusiasta, que alienta a la velocidad. El alucine llegó con las luces, cuando se intensificó la música poco a poco: “Seamos sinceros/el ruido lastima los oídos/las membranas de sonido se filtran/con ojos negros”, cantó Jonsi. Luego la canción se volvió un siniestro y grave rechinar de instrumentos. “Quememos la palma de la mano en el hueso/chamuscándolo/desaparecemos del horizonte”, concluyó Jonsi.
El final se dio con la espectacular ejecución de “Popplagið” (“Canción de pop”) del ( ) (2002), que contó con una bella entrada de notas. Tan atmosférica como melódica; intensa y poética. Un tema que se siente como la búsqueda de algo enigmático, sórdido e inmersivo. Por un momento los agudos afectaron la garganta del cantante pero es que pasando la mitad del tema la música absorbió al cantante, en gritos fue poseído por ella. Con el tiempo estallaron fragmentos de furia que luego se refrenaron y se acumularon nuevamente para otro episodio climático, una colisión. El cantante se transformó en algo salvaje y tiró el micrófono y su guitarra en su euforia. Al salir del escenario se tomó las manos en trance convertido en algo más.
Luego de unos minutos de aplausos la banda salió gritando de emoción en medio de la ovación solo para hacer una reverencia a su público y la promesa de regresar.
Hace unos meses se descubrió que las auroras boreales en Islandia emitían sonidos, si me lo preguntan, Sigur Rós podría ser la representación artística de aquellos sonidos, tan hermosos como indescriptibles.
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