Hay veces que el lema ‘basado en hechos reales’ usado en alguna película puede resultar engañoso. Si bien el personaje puede ser alguien de la vida real, la dramatización o cambios en el relato para efecto de un mayor impacto en la visión cinematográfica o, simplemente, para tratar de convencer a propios y extraños de alguna postura que un proyecto conlleve. Tal es el caso con Sonido de libertad, que toma la historia de Tim Ballard, un hombre que trabajó para la Seguridad Nacional de los EU que abandonó su trabajo para crear una fundación, la OUR (Operation Underground Railroad) con el fin de terminar con las redes de tráfico de niños en el mundo.
Pero, ¿qué tanto puede afectar una visión unilateral de un relato que navegue con la bandera de la verdad absoluta acerca de este reprobable crimen sin profundizar realmente en los problemas que conlleva? Eso es algo que Alejandro Monteverde (El gran pequeño, 2015) no toma en cuenta en su cinta más reciente protagonizada por Jim Caviezel (La pasión de Cristo, 2004), quien personifica a Ballard y su peculiar misión de rescate realizada en conjunto con el gobierno de Colombia para rescatar a 123 víctimas de la trata de blancas, 55 de ellos siendo niños en Sonido de libertad.
Tomándose sendas libertades en cuanto a la realidad de lo sucedido, Monteverde centra el filme en la peculiar conversión de Ballard hacia el rescate de niños que sufren esta horrenda situación. Sin embargo, constantemente cae en la contradicción de un discurso que, supuestamente, debe dar voz a las víctimas pero le cede todo el peso narrativo al cuasi perfecto ex agente y esa abnegada misión casi salida de película ochentera de acción con el pretexto de exacerbar los logros de esta persona mientras se aprovecha de la imagen de, efectivamente, los infantes a los que supuestamente intenta darles resonancia.
Este no es un patrón ajeno a temas relacionados con la figura de Ballard, pues el ex agente estadounidense ha sido objeto de investigaciones que han revelado las sendas exageraciones en sus relatos, creando una mitología alrededor de sus logros. Esas acusaciones no han sido atendidas por Tim, algo que provoca un sentido de contradicción salido desde la misma persona en la que este ‘hecho real’ se basa. Pero lo escabroso del filme y los hechos detrás del Sonido de libertad no paran ahí.
No todo es problema de Monteverde y su limitada visión bastante conveniente del relato en contra del tráfico de niños que alega clamar la verdad acerca de lo que sucede detrás de ello, sino también de sus protagonistas. Caviezel, por ejemplo, es firme creyente de las causas de un grupo particular de conspirólogos conocidos como QAnon, cuyos miembros son culpables de la irrupción ilegal al Congreso de los Estados Unidos después de la derrota de Donald Trump en las elecciones estadounidenses. Si bien no se juzga la libertad de credo ni su ferviente catolicismo, queda claro que su postura conforme a esta historia es tendenciosa, más allá de los rumores y declaraciones soltadas por el grupo acerca del tema del tráfico de niños, sugiriendo que son los multimillonarios y famosos los culpables de esos actos atroces.
Ni qué mencionar la clara postura política que conlleva el principal productor del filme, Eduardo Verástegui, cuyas alianzas con partidos de ideología ultraderechista como Vox así como sus declaraciones abiertamente ultra conservadoras, son de llamar la atención, o también el lamentable arresto de uno de los financiadores de la cinta por una acusación de secuestro infantil. Lamentablemente para la ficción de Monteverde, el contexto y los participantes del juego que plantea acaban afectando con creces las intenciones de una cinta, que, además, parece tener una mirada sesgada de todo ello, creando un maniqueísmo poco o nada acertado acerca de un problema muy real que es tomado como espectáculo.
Después de pasar cinco años sin poder ser exhibida, Sonido de libertad peca de un guión complaciente y doloroso, no por la exposición del terrible mundo del tráfico de niños, sino por utilizar el recurso de la descarada re victimización que algunos de los menores vivieron. Es reprobable que Monteverde quiera explotar ese maltrato junto a las insinuaciones y diálogos lastimeros que rayan cercanamente con la porno miseria así como una falsa sensación de, en verdad, centrarse en el gran problema.
Asimismo, no se atreve a señalar a todos los involucrados, pues solamente los ricos y poderosos son pederastas pero se olvida drásticamente de señalar a uno de los principales involucrados en el tema: la Iglesia, misma que ha sido exhibida en los casos del Padre Maciel en México así como en cintas como En primera plana (McCarthy, 2015).
Ballard va, viene, hace y deshace como si fuera un comando con una cruzada que nace después de 288 casos. ¿Por qué después de tanto tiempo?, nadie lo sabe, solamente que la motivación de su esposa fue aquello que lo orilló a eso, como si de repente le naciera una consciencia por obra y gracia del Espíritu Santo. Sus ayudantes no tienen apellido, uno de ellos cometió pederastia pero todos parecen tener una sensación de realización nacida de la nada con tal de acabar con las maldades de los villanos ricachones. Y esa es la idea, sin más, tan banal que provoca que su discurso se sienta vacío a pesar de cualquier intención de focalizarse en la trata infantil.
Cinematográficamente la cinta es básica, peca de explotar momentos emotivos para chantajear al público, algo que además se realza con la musicalización que parece casi de índoles divinas y en la que resaltan algunos cánticos cuasi gregorianos en latín donde la frase que más duele y resuena dentro de todo el filme se repite: ‘los hijos de Dios no están en venta’. Una frase realmente ambigua considerando que jamás se habla de religiones directamente más que por indirectas insinuaciones ligeras, ni mucho menos se interesa en extender el panorama fuera de este peculiar caso en Latinoamérica. Eso sumado a un relato que busca humanizar en exceso al protagonista, muy al estilo de Eastwood con El francotirador (2014) pero jamás lo aterriza bien.
Caviezel actúa como si estuviera en modo automático, no es capaz de expresar un solo sentimiento de manera efectiva. De hecho, el actor muestra mucha más profundidad y sentir en el discurso de ventas que aparece al final de la película, donde exhorta a todos a comentar, contagiar y hacer que la gente vea esta cinta que revela la atroz verdad detrás de la trata de blancas como si el filme fuera la panacea de ello. Tristemente, se olvida no sólo que existen otras obras interesantes qué señalan ese dilema, sino que pierde un enfoque importante de la problemática para terminar vendiendo un producto explotador con tintes propagandísticos disfrazado de tragedia del cual la mismísima Leni Riefenstahl estaría orgullosa.
No, no está mal tomar el tema de la explotación infantil, del esclavismo que padecen en muchos lados del mundo ni mucho menos el hablar del doloroso y cruento tema de la trata de blancas en niños. Lo verdaderamente terrorífico es querer hacer negocio con ello, tratando de lavar el cerebro de la gente que no conoce el contexto de una historia ‘basada en hechos reales’ que simplemente se dedica a polemizar para generar interés disfrazando de verdades absolutas un relato de ficción. Simplemente, este Sonido de libertad resuena más por un proyecto simple que por ser algo digno de provocar una reflexión acerca del crudo tema que dice tocar, imposibilitado de separar las creencias personales de las ideas para una buena cinta.
Copyright © 2023 La Crónica de Hoy .