Después de una larga espera de casi tres años, regresa una de las series emblemáticas de Netflix creada por los hermanos Duffer, aquella en la que el suspenso y la nostalgia ochentera eran explotados a través de la historia de Once (Millie Bobby Brown) y los extraños hechos sucedidos en el poblado de Hawkins que se convertirá en la cuna de lo indescifrable en Stranger Things.
Ahora, dividida en dos partes y después de una tercera temporada entretenida pero que exacerba de forma descarada los mediados de los 80 en su afán de ampliar el relato y llevarlo fuera del pueblo maldito de Hawkins. La cuarta temporada comienza con siete episodios estrenados el pasado 27 de mayo con miras a una segunda parte que será de dos episodios que concluyan el arco de un relato que regresa a las bases de la serie.
Ahora tenemos más de un frente. Primero, encontramos a los héroes normales de Hawkins, Dustin (Gaten Matarazzo), Lucas (Caleb McLaughlin) y Mike (Finn Wolfhard) que enfrentan los cambios sucedidos después del enfrentamiento en el centro comercial tanto en sus relaciones personales como en el desarrollo de sus amistades. Por otro lado, la familia Byers trata de adaptarse a una nueva vida con Once y su ausencia de poderes, mientras Jonathan (Charlie Heaton), Will (Noah Schnapp) y su madre, Joyce (Winona Ryder) lidian con la pérdida de Hopper (David Harbour).
Mientras se hace palpable este mundo de diferencias en un aparente estado de paz, una nueva amenaza llegará desde el Upside Down que representa el mayor peligro que Once y sus amigos tendrán que encarar. Viejos fantasmas, caras conocidas y una que otra sorpresa rodean estos primeros siete episodios que ahora toman el contexto de la década y el casi final de la Guerra Fría para darle un tono diferente a la serie.
Si bien esta cuarta entrega se cuelga de la nostalgia por una década que los Duffer aman, aquí retoman ese elemento de terror y suspenso que tanto se palpaba en la primera temporada, dándole gran parte de su éxito. Aquí, los hermanos se apoyan en una de sus cintas favoritas, Pesadilla en la calle del infierno (Craven, 1984) para dotar de guiños a ese nuevo villano así como al tono oscuro, salvaje y atemorizante de la misma.
Es interesante ver cómo los personajes han dado el estirón, no solo de forma física sino en una evolución que los ha llevado por diferentes infiernos. En ese sentido, es Once, la heroína anónima de Hawkins, la que más crece. También sucede lo mismo con Hopper, quien adquiere otra capa en su personalidad después de estos episodios. Los personajes secundarios son claves y aquí, las nuevas caras funcionan no sólo para refrescar la serie sino para soportar el relato más allá de los clásicos personajes con los que ya hemos compartido escena por tanto tiempo.
Pero la gran virtud es el tono, que de repente se convierte en el más oscuro de la serie y que los mismos Duffer buscaban para este relato de enfrentamiento entre el bien y el mal. De repente, el villano se siente amenazante, peligroso, un verdadero riesgo latente para los chicos que parecen estar perdidos sin Once a su lado. Aunado a temas de iluminación y efectos especiales, tanto los Duffer como Levy y Nimrod Antal, realizadores detrás de estos primeros episodios, consiguen una atmósfera de pesadilla que se equilibra entre el humor característico de la serie y lo violento/grotesco, encontrando de buena forma no sólo a los fanáticos de cepa sino a aquellos que por vez primera pueden acercarse al mundo extraño de Hawkins.
Las referencias siguen existiendo a toda esa cultura pop ochentera, desde la música en la que resalta Running Up that Hill de Kate Bush hasta el contexto social intenso, pues no sólo vivimos la tensión de la Guerra Fría y sus consecuencias finales, sino que esta vez deciden enfocarse en una etapa oscura de la historia norteamericana que encaja de maravilla con el planteamiento de horror de estos episodios, ni más ni menos que el periodo del Pánico Satánico donde hasta jugar Calabozos y Dragones significaba invocar a lo pagano.
Es así que Stranger Things 4 marca el inicio del final, uno que de repente comienza a hilar e interconectar todo lo sucedido en lo anterior no sin presentarle a su público una que otra grata sorpresa en un guion que, a pesar de la larga duración de los episodios, presenta de nueva cuenta una sensación de amenaza latente que ni siquiera los demogorgons podrían dejar. De repente, el inicio del final se siente como un paso maduro hacia un desenlace que pinta para ser aterrador pero entretenido.
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