Escenario

Tatiana Huezo: “En ‘El Eco’ intenté atrapar la vida con la mayor pureza que se pudiera”

ENTREVISTA. La cineasta mexicana habló de su más reciente filme que triunfó en la Berlinale, Morelia y que ahora forma parte de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional

La cineasta Lucrecia Martel con el premio Goya a la Mejor Dirección
La cineasta Tatiana Huezo. La cineasta Tatiana Huezo. (CORTESIA FICM)

Durante la 21° edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) llegó el estreno de El Eco, el más reciente documental que triunfó en la Berlinale de este año dirigido por Tatiana Huezo y que terminó por arrasar con el Premio del Público y del Jurado en Morelia gracias a su mirada humanista de un pueblo que existe en un lugar recóndito de la República Mexicana. Crónica Escenario charló con la realizadora acerca de los retos, la belleza y los ciclos de vida que dan vida a este proyecto que también forma parte de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional.

En el remoto pueblo de El Eco, que existe fuera del tiempo, los niños cuidan de las ovejas y sus mayores. Mientras las heladas y la sequía castigan la tierra, aprenden a vivir con la muerte, la enfermedad y el amor con cada acto, palabra y silencio de sus padres. Una historia sobre el eco de lo que se aferra al alma, sobre la certeza del cobijo que nos brindan los que nos rodean, sobre la rebeldía y el vértigo ante la vida. Acerca de crecer.

“El primer día que llegué ahí fui directamente a la escuela porque los maestros rurales de la CONAFE me llevaron al lugar después de haber pasado por otras veinte comunidades donde no encontraba algo que me hablara”, recordó la también directora del documental Tempestad sobre la génesis del filme.

Sabía que quería hablar de la infancia en un ámbito rural y estaba buscando unos rostros que me dijeran algo y mantuviera los sentidos abiertos. Llegué en un momento de sequía donde vi un remolino de tierra gigante en el lugar donde debería haber una milpa. Luego descubrí a Luzma, la niña que cuida las ovejas con sus ojos negros enormes cuando tenía seis años y ella estaba a punto de dar su primera tutoría en el salón de clases”, expresó la salvadoreña residente en México.

“Una de las cosas que me causaron más impacto y terminó permeando toda la película fue que, en este lugar, sentía que había algo arcaico, como algo que el tiempo había detenido. Recuerdo que estaba muy emocionada y comencé a volar en mi mente, diciéndome que la cinta tenía que ser contada como si los habitantes fueran los primeros o últimos habitantes de la tierra pues están conectados a la tierra inexorablemente de una manera muy profunda”, siguió rememorando Tatiana para hablar del encanto de este lugar.

“Ese lazo era visible con los animales, la naturaleza y el paisaje. Aunque esa sensación inicial fue parte de mi primer sinopsis, la historia no fue contada ya así”, añadió Huezo. “Los agentes de ventas me decían que la idea sonaba a ciencia ficción pero, sorprendentemente, las primeras opiniones que salieron de su proyección en Berlín nombraban algo similar a esa sensación que les brindó la cinta que afortunadamente se coló en la misma”.

Esta sensación que El Eco transmite y que la llevó a ganar el premio de Mejor Documental tanto por el público como por el jurado del certamen, tiene que ver con un punto en específico. “Creo que se asocia mucho a la fragilidad de la vida de esta gente reflejado en estas familias y en la vida campesina que de alguna manera está acosada por diversos factores”, dijo.

“Pareciera que el mundo en algún momento la romperá, ya sea por el saqueo de sus recursos naturales, el cambio climático que los hace perder sus cosechas junto a las tormentas o sequías que afectan incluso a sus animales, o la misma violencia económica que hay en el campo que dificulta la posibilidad de salir adelante y que acaba por definir el destino de algunos personajes de la película. Es algo muy delicado y frágil pero también es resistente”, señaló la galardonada realizadora.

“Esa fue otra de las cosas que se me quedó dentro, la capacidad de supervivencia de estas personas y el eco de esa resiliencia que queda también en los niños, que lo van adquiriendo con lo que les enseñan desde pequeños”, continuó Huezo.

Era bello ver cómo creaban conciencia de los animales y la naturaleza como recurso para sobrevivir. Ese entendimiento profundo de ellos de que en la tierra está la vida me parece enorme pues también permea sus juegos, sus almas y su forma de ver el mundo”, complementó.

Para poder retratar adecuadamente cada detalle que da vida a El Eco, la realizadora tuvo que pasar un largo proceso. “Investigamos por unos cuatro años donde descubrimos cada rincón de su vida cotidiana en el que cuidamos animales con ellos, sembramos la milpa así como poder observar otros grandes momentos que se dieron en la escuela donde me di cuenta que esa mirada profunda en los niños es un reflejo de como intuyen demasiado pronto lo que tiene la vida frente a ellos y que no es nada fácil”, expresó.

Para hablar de la vida y la juventud, también se debe hablar de la muerte y la vejez, algo que completa el panorama del ciclo de la vida y que Huezo también atrapó a través de un personaje clave en el relato. 

“La abuela y su muerte fue uno de los momentos más difíciles para todos. Fue un tiempo de crisis para la producción y para mí pues tenía una relación muy cercana con ella. Nos reímos, cantamos, me contó muchos secretos de su vida y terminamos siendo amigas. Cuando ella abrió las puertas de su ser hacia mí, el resto de la familia también lo hizo. Ella fue muy importante para lograr todo esto”, indicó.

“Su partida fue algo inesperado pues era alguien muy fuerte que caminaba, cocinaba, además de siempre ser alegre. Claro que fue un momento de inflexión que, para mí, fue muy triste pero por otro lado muy conmovedor en el sentido de que descubrí, mientras montaba la cinta, que es una película que honra a la muerte pues la mostramos cómo ese proceso natural de la vida”, continuó.

“Esta despedida tan digna a esta anciana de 97 años está llena de canto, cariño, solidaridad y de un sentido de comunidad. Fue ahí que sentí la fuerza rotunda de esa idea para estas familias que es algo que no tenemos en este mundo donde todo se ha vuelto tan individual”, manifestó Tatiana.

Y es que, para la directora, esa sensación de comunidad y de honor a la muerte es algo necesario. “Es lo que forja la identidad de estas personas así como su carácter. Además, en mis cintas anteriores la muerte le es arrebatada a mis protagonistas. Estamos acostumbrados a que eso suceda en México. Entonces este hecho fue uno de los aprendizajes de luz que nos habló y dejó en claro que había algo muy importante para compartir con el público”, acotó.

La fotografía y el diseño sonoro de El Eco son una parte fundamental para sumergirse en esta experiencia que nos lleva por los diversos ciclos de la vida. “Con Ernesto Pardo hablé de cómo el paisaje sería un personaje más de la película. Quería atraparlo como si fuera un ser vivo que se transforma a lo largo del año, que se azota con el viento o se vuelve azul con la neblina. Desde esos verdes maravillosos hasta los colores dorados del otoño tan increíbles existió un trabajo muy importante tanto formal como estético”, aseveró Tatiana.

“Hay una mirada muy aguda de su parte en todo, como la luz y los interiores de las casas. Es un filme de alto contraste así como de una profunda belleza en la naturaleza. Nos propusimos, por ejemplo, que los animales estuvieran muy humanizados y por eso hay un constante retrato de ese reino animal, ya sea el caballo, el perro o las ovejas, que parece que nos hablan. Quería que nos vinculáramos a su mundo y no verlos de una forma apartada”, agregó.

“Con el sonido, le decía a Lena Esquenazi que teníamos que dotar a la fauna de los ruidos que emiten sonoramente. Entonces su cuerpo, estornudos, tosidos o respiraciones, se tenían que escuchar potencialmente para acercarnos mucho a ellos. Es un gran trabajo de su parte pues podemos percibir los vientos que rugen, los pájaros que cantan en la mañana así como la vida del bosque a través de los crujidos de ramas que suenan más a rechinidos metálicos de puerta”, explicó.

“Recuerdo que el ambiente que se grabó inicialmente no expresaba lo que quería así que con ella engrandecimos todos esos sonidos pequeños para transmitir la experiencia sensorial de vínculo que buscaba hacer sentir cosas desde dentro de cada uno de nosotros”, complementó la salvadoreña.

Claro que, detrás de una gran labor que ofreció como resultado un proyecto que ha conquistado a las audiencias y crítica por igual, hubo grandes retos en su producción que fue algo distinta a lo habitual.

“Uno de los aprendizajes en la vida como contadora de historias es la importancia de salirte de tu zona de confort. Ya domine la voz en off, llevé muy lejos las entrevistas largas, ya había explorado todo ese lenguaje y me propuse tener retos nuevos. Quería tener miedo y sentía que no lo lograría, que estaba tomando demasiados riesgos”, afirmó la laureada realizadora.

“Creo que simplemente el largo tiempo de grabación, que creo no volveré a hacerlo nunca, además de que todo cambiaba constantemente y había que sobreponerse para reconstruir las líneas narrativas de lo que sucedía con los personajes. La cinta se fue reescribiendo sobre la marcha”, señaló Tatiana.

No rodé con una estructura dramática establecida como sí lo hice con mis proyectos anteriores. Aquí era la intención de atrapar la vida con la mayor pureza que se pudiera. Siempre tuve la duda durante toda la filmación de no saber si sería suficiente o que no se trataba de nada, si se sostendría o sería un fracaso total al no ser capaz de encontrar algo valioso en momentos tan pequeños de la vida. El aprendizaje más grande de mi vida fue darme cuenta que sí y en ello reside lo extraordinario de esto. Para poder atraparlo, no se puede tener prisa”.

Finalmente, Huezo apuntó hacia el otro reto que también encaró. “Viniendo de hacer Noche de fuego, adquirí muchas herramientas nuevas por lo que decidí contar este documental con un lenguaje cinematográfico más cercano a la ficción. Así que la puesta en cámara también fue un desafío, nos teníamos que mover rapidísimo y decidir qué queríamos filmar primero. Por ejemplo, las tutorías de la escuela que son irrepetibles”, dijo.

“Además, no hay un solo diálogo escrito ni impuesto, las palabras le pertenecen a los personajes, así hablan y reaccionan. Esto, aunado a un ‘dispositivo’ para detonar algunas cosas, más que nada conversaciones, que nos regalaron momentos puros entre los habitantes, niños y adultos”, concluyó.

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