El Eco, el nuevo filme de la cineasta Tatiana Huezo, pone su mirada y sensibilidad al servicio de los milagros cotidianos. Un documental que se siente como una ficción se cuenta desde la mirada infantil de una comunidad. En su forma de entender la vida con su natural y mágica conexión con la naturaleza, nos desvela la pérdida de la inocencia mientras nos descubren una sociedad matriarcal como el corazón de un lugar donde el patriarcado es la forma en que se aprendió a vivir. Un filme que engrandece los detalles del día a día, o mejor dicho, los dignifica.
“Esta película nace porque estoy metida en este mundo de la infancia desde hace algún tiempo, estoy muy metida en las reflexiones de lo que ocurre en esta etapa de la vida. Surgen muchos de los eventos o de las huellas que nos marcan el resto de nuestras vidas. Tiene que ver con que soy madre, de que veo crecer todos los días a mi hija y ese fue uno de los motores”, expresó la cineasta Tatiana Huezo, en un encuentro con medios nacionales vía remota desde la Berlinale, donde este fin de semana ganó el premio al Mejor Documental y Mejor Dirección de la sección Encounters.
“Yo empecé la idea de esta película antes de Noche de fuego, quería hacer una película sobre la infancia en México. Empecé la investigación antes de la producción de Noche de fuego, llegó a mis manos el libro de esa película y aparqué, dejé estacionado El Eco. Cuando acabé Noche de fuego decidí que no podía dejar morir este proyecto. Lo retomé, luego llegó la pandemia y para mí fue increíble tener una película en puerta mientras la pandemia sucedía. Me fui a vivir al pueblo para continuar con la investigación y cerrarla. Fue una investigación de cuatro años y en cuanto pude tener el financiamiento comencé el rodaje”, continuó.
“Después de Tempestad dije que me gustaría tener una historia que fuera muy poderosa. Que me proponga retos narrativos, emocionales y de implicación personal, porque son unos clavados los que uno se echa como director en cada proyecto, a aguas profundas. Esta película nace de una enorme necesidad de seguir hablando de México, de qué es México, de qué somos, de qué tenemos, desde un lugar diferente al que ya había hecho”, añadió.
UN LUGAR DIFERENTE
En El Eco, un pueblo a más de tres mil metros de altura en el estado de Puebla, no hay trabajo y sus habitantes viven de lo que siembran, de sus animales, y son las mujeres las que se quedan al frente de la vida en este lugar: “Está filmada en una comunidad que se llama El Eco, que está chiquita y tendrá unas 40 casas. Cercana a la zona de Chignahuapan, digamos que ahí está la cabecera, y está como a cuatro horas de la ciudad. Es difícil acceder al pueblo y que está a tres mil metros de altura con un clima fuertísimo de sol quemante y de frío brutal”, dijo.
“La búsqueda del pueblo duró alrededor de seis meses, pero el proceso duró cuatro años incluyendo la familiarización. Yo ya sabía que quería hacer una película de niños así que mi estrategia fue comenzar por escuelas rurales, ahí fue una larga búsqueda y ahí tuve un apoyo increíble por parte de la CONAFE (Consejo Nacional de Fomento Educativo)”, explicó la realizadora.
“Me centré en el estado de Puebla y cuando estuve a punto de tirar la toalla porque no encontraba los ojos que buscaba y el espíritu de los niños, porque uno va con su olfato buscando e intentando reconocer que hay algo que puede ser poderoso y que puede ser película, yo no lo había encontrado y estaba por tirar la toalla cuando pedí la lista de los pueblos y entre los nombres estaba El Eco, cuando lo vi me salté como 20 pueblos para llegar ahí y luego pasaron muchas cosas que me dieron todas las señales para decir que ahí me quedaba y la búsqueda terminó”, agregó.
Y es que el papel de la naturaleza era fundamental en el sitio que ella encontró para poder tener una atmósfera simbólica: “Esto está contextualizado o enmarcado, de alguna forma, por un paisaje alucinante del cual me enamoré, y que se transforma radicalmente a lo largo de un año. Es un pueblo donde el clima es muy extremo. La película empieza en las tormentas, llega el otoño donde es extraordinaria la abundancia y luego el invierno que es helado y todo se transforma, llega la sequía y se mueren los animales”, comentó.
“Hay una pincelada, un apunte en la película que tiene que ver con el cambio climático. Sin decirlo, porque es una película que no explica nada, es una película que te invita a meterte de lleno a la intimidad y la vida de estas personas en este universo, en el eco, pero el clima y el cambio drástico de las temperaturas define también su existencia”, dijo.
LA INFANCIA COMO PRINCIPAL BRÚJULA
Para la elección de este lugar tenía claro que su brújula sería la de los niños: “Esta vez quería voltear la mirada hacia el cuidado de la tierra, hacia la crianza de los niños, hacia la sorpresa que hay de descubrir el mundo de estos pequeños que crecen en el campo y se hacen adultos demasiado pronto porque adquieren responsabilidades desde muy pequeños, adquieren la conciencia de la enorme responsabilidad que tiene el cuidado de la tierra y los animales para su sobrevivencia”, mencionó.
“Esto es algo que se hereda, que siembran los padres y siento que es una película que habla de eso en el fondo, de esta herencia de los papás a los hijos, de la conciencia de saber quién eres y dónde estás parado, en este caso el mundo campesino, y de lo que implica como se forja el carácter y una identidad, para encarar la sobrevivencia tan difícil que hay en el mundo campesino en nuestro país”, destacó.
Como muchas historias fascinantes del cine, ésta encontró su resonancia en el nombre del pueblo que se convirtió en un elemento poderoso para la narrativa del filme, además de que se convertiría en el nombre del documental: “Desde que lo escuché, me sedujo mucho porque pensé que podría ser un elemento simbólico para hablar de lo que va quedando en las almas de estos niños guardado desde tan pequeños. El Eco para mí significa lo que existe en este pueblo que era una forma de vida asombrosa y llena de dificultades pero que está en peligro pero que está acechada por muchas cuestiones como el ahogo económico, por la migración, por los depredadores, por los proyectos que ponen en peligro el territorio de tantos pueblos y comunidades en México desde hace muchos años”, expresó.
“Estas son pinceladas del contexto, pero el fantasma de la violencia sigue sobrevolando sobre la película pero esta vez está fuera de cámara, el foco lo puse desde una mirada completamente diferente al de mis otros trabajos, el peligro sobrevuela pero yo quería estar dentro de las casas intentando atrapar la grandeza y la magia que hay en los momentos cotidianos de la vida, aparentemente pequeños”, enfatizó.
EL PAPEL DEL SONIDO PARA TOCAR CORAZONES
Con ese contexto, las señales de un pueblo que lleva por nombre El Eco y las historias de los niños en la región fue que la cineasta consolidó una idea que le da un peso especial a la sonoridad: “A mí me obsesiona mucho el sonido, creo que en mi vida pasada fui sonidista, me parece muy poderoso lo que puede generar en una película y el espectador. El sonido es una herramienta muy sensorial, que nos despierta los sentidos, que nos despierta en la piel cosas, en el corazón o en la panza. Esta película está recargada en la banda sonora tanto en el directo como en el diseño sonoro que es de una compañera Lena Esquenazi”, explicó.
“Tenía muchos retos esta película, por un lado hay algo de sonidos que viven dentro de los personajes, el viento es un rugido y envuelve en muchos momentos la historia; cuando la abuela está a punto de morir el viento está presente dentro de Montse y de este bosque. Por otro lado estaba el enorme reto de construir la sonoridad de este lugar porque hay mucho eco en muchas partes del pueblo y fue todo un reto atrapar esta sonoridad y luego potenciarla en el diseño sonoro y luego la mezcla que fue con Jaime Baksht”, dijo.
La forma en que potenció el nivel sonoro cobró mayor relevancia con la manera en que la naturaleza se volvía algo inmersiva con el estilo de vida de sus personajes: “Los animales tenían que sonar, con todos los gestos, guturales y corporales. Para mí era muy importante acercarlos a nosotros así como están de cerca con esta comunidad. Es un lugar donde el paisaje humano y el paisaje de la naturaleza y animal conviven de una manera muy cercana, como uno solo, realmente comparten el mundo y eso era una cosa muy fuerte”, expresó.
“Fue una película en la que yo decidí que no hubiera entrevistas, que no hubiera voz en off, que atrapáramos situaciones de la vida, pequeñas pero vistas, como una gran lupa que mostrara la magia y la grandeza que hay en las pequeñas cosas de la vida cotidiana y el sonido tenía que estar ahí con mucho poder”, agregó.
LA PUREZA DE LOS NIÑOS
Dentro del trabajo destacan dos historias, la que sigue a Montserrat Hernández y la de Sarahí Rojas. La primera nos lleva a una adolescente que se encarga de cuidar a su abuela, la señora María de los Ángeles Pacheco, a quien profesa cariño y paciencia, bañándole (acto que vemos a cámara en uno de los momentos de mayor intimidad que podremos ver en un documental), vistiéndole, alimentándole. A la muerte de ella su mundo se resquebraja, a lo que se suma la negativa de su madre de dejarle practicar las actividades le gustan, lo que le hace tomar decisiones que lastiman pero que son necesarias para ella.
“A Montse fue a la primera a la que me enganché muy pronto desde el primer momento, me tocó verla crecer y cómo se convertía en más rebelde y empezó con esto del caballo y también pelea gallos, por ejemplo, ella los entrena y los vuelve bravos y ahí tiene toda una relación y eso no quedó en la película pero me llamaba mucho la atención como se le forjaba un carácter muy especial, no tan tradicional como muchas veces ocurre con los roles femeninos en el mundo rural”, contó.
“Llegó el momento del rodaje que duró más de un año y Montse se volvió un personaje enorme en la película y había otros dos niños, y un par de semanas antes del rodaje decidieron que no querían estar en la película. Por suerte lo decidieron antes porque esos son los riesgos de los documentales porque si hubiera ocurrido a mitad del rodaje se me viene abajo la película”, continuó.
“Ya le había echado el ojo a Sarahí porque tiene una cara muy melancólica, había visto un poco de su ser porque andaba por ahí deambulando y de repente encontré este cuarto con la pizarra y cuando la vi dándole la clase a los muñecos automáticamente subió al barco y se volvió un personaje muy entrañable. Es una película donde la realidad y la vida nos arrastró y donde muchas cosas que no esperábamos que pasaran sucedieron, como la muerte de la abuela porque hubo que reaccionar muy rápido y superar esas pérdidas”, complementó.
Dentro de las cualidades que hay en el filme nos encontramos con que el riesgo narrativo se encontraba en la forma en que se cuenta, pues para ser un documental se siente como si fuera una historia de ficción: “No había un guión con diálogos. Había un guión muy abierto con puntos específicos pero el reto era seguir a estos personajes y estar muy atentos a esos momentos, sus necesidades y las cosas que les estaban pasando para atrapar estos momentos de pureza, con una puesta en escena, que en realidad era una apuesta en cámara que se pareciera al lenguaje cinematográfico de ficción”, explicó.
“Los diálogos de esta película son de ellos. La película tiene una oralidad muy especial, muy del aprecio a la tierra, muy rulfiana. Una de las cosas que me fascinaban era escucharlos hablar con su ‘ansina’, con sus palabras antiguas que hacen muy atractivo el léxico. Yo sería incapaz de hacer unos diálogos tan hermosos como los que hay en la película, nuestra fuerza estaba en dónde poner la cámara para que la escena nos lleve”, siguió.
En ese naturalismo también hubo una conexión especial con los protagonistas de la historia: “Ellos se sienten muy orgullosos cuando los filmamos, sienten que hay un valor muy importante de grabarlos. Es muy bonita esa conciencia que tienen de ‘esta es mi vida’, ‘este es mi mundo’, ‘esta es mi milpa’ y lo hacen con un gran orgullo, a la hora de cuidar a sus animales, de compartir su intimidad ellos saben que se están mostrando a sí mismos y se sienten orgullosos”.
LA ABUELA: EL AMOR Y LA MUERTE
Uno de los personajes más entrañables del filme es el de María de los Ángeles Pacheco, la abuela de Montse, cuya amistad con Tatiana se convirtió en una guía pero también influyó en las alteraciones del proceso creativo: “Para mí era como un remolino, porque cuando llegó la muerte de la abuela me preguntaba ‘¿qué voy a hacer con Montse?’, porque le está pesando y estábamos a la mitad del proceso y yo veía una historia entre ella y su abuela, entonces tuvimos que reaccionar a eso rápido y reescribirlo todo”, comentó.
“Por primera vez en mi vida hice una película en la que se fue reescribiendo todo sobre la marcha porque mis películas anteriores siempre me voy a rodar con una estructura dramática muy dibujada y un profundo conocimiento de lo que le pasa a los personajes, sé el clímax antes de rodar, ubico bien el corazón de la historia y a partir de eso construyo todo lo demás como ocurrió en El lugar más pequeño y Tempestad y en esta película no había grandes conflictos o eventos, el reto era atrapar pedazos de la vida y hacerlo bien y confiar en que eso era suficiente, que estos niños eran unas joyas enormes y eso bastaba”, añadió.
A diferencia de sus filme anteriores donde la muerte se percibe de una forma cruel, a Tatiana le permitió encontrar un acto de amor que influyó en el tono del documental: “Cuando llegó la muerte de la abuela había que reponerse porque era como mi abuela también. Fue una amistad muy fuerte de cuatro años pues nos queríamos mucho y ella fue la que me dio la entrada a este pueblo. Cuando ella me abrió la puerta, las puertas del pueblo de El Eco se me fueron abriendo también”, comentó.
“Yo tenía mucho miedo de pedirle permiso para grabar como la bañan. Tuve que pedirle permiso a todos los hijos, explicarles cómo iba a ser con un gran cuidado y los hijos me dieron permiso y a la última que le pregunté fue a ella, porque era la que más miedo me daba. Ella tenía 99 años y cuando le pedí permiso fue de los momentos más lindos, porque le decía que era importante captar a Montse bañándola y la luz de su cuarto era tan bonita que quería capturar ese momento. Y la abuela me dijo ‘¿qué es lo que usted quiere?’ y me dijo ‘claro que sí’, incluso me decía de qué lado de la tina se veía más bonito”, agregó.
“Fue un momento muy bonito filmar con ella y luego hubo que construir su ausencia en la película”, mencionó.
“Ya que veo la película a distancia, a propósito de honrar la muerte, siento que es un regalo para esta película, porque si bien es un momento triste y un momento de despedida, sin embargo la muerte es parte de la vida, es un proceso natural, triste pero acompañado y solidario. Ese es un momento muy bonito que me llevo porque a diferencia de mis películas anteriores, ahí la vida es arrebatada. Esta vez la muerte me da mucha luz porque es una despedida amorosa de un anciano”, enfatizó.
EL ECO EN LA BERLINALE
Este documental fue visto por primera vez en la Berlinale, un evento familiar para la cineasta al que sin embargo llegó con mucha incertidumbre: “Yo tenía mucho miedo. Tengo 15 años trabajando con unos temas que me han implicado, que me parecen urgentes y muy importantes, que tienen que ver con lo que nos están pasando en México. Esta vez decidí hablar desde otro lado y, la verdad, tenía miedo de cómo iba a ser recibida. Para mi sorpresa ha tenido un recibimiento muy emotivo, yo conozco otros recibimientos como el de Tempestad que causó furor aquí mismo en la Berlinale, pero esta película causa algo que, aunque se trata de un mundo campesino, toca cosas que son muy universales y hay algo que captura la atención del público con mucho amor”, recordó.
“El primer Q&A (preguntas y respuestas), que fue el de la premier y duró alrededor de 50 minutos con muchas gente en la sala fue con mucha sorpresa y con mucho gozo de recibir noticias de un México distinto, del que no se conoce afuera, de una luz inmensa y una fuerza poderosa, que muchas veces no está en nuestro cine. Tenemos muchos años hablando de cosas muy importantes del tiempo que vivimos y que a todos los cineastas nos ha tocado y hemos querido guardarlo en nuestras películas pero esta película siento que, no sé, el público me ha dado las gracias de una manera muy efusiva y amorosa, por una sensación tan grande del ser humano, porque hay algo muy inspirador y no es romántico, porque está rudísima la vida”, contó.
Dentro de las reacciones de la gente a su filme una de las que más especiales le han parecido es el de la prensa: “Algo que ha llamado la atención, sobre todo a los periodistas y de críticas que han hablado de la película con mucho júbilo. Una de las cosas que han dicho es que es un retrato, y que yo no había visto, que es un retrato del matriarcado mexicano que no se ve, del que no se habla y eso me ha llamado mucho la atención porque yo nunca hubiera tenido esa reflexión a grandes rasgos y pienso que sí es un matriarcado dentro de un sistema completamente patriarcal por la vida en las comunidades y la idiosincrasia y el sistema de cómo funciona, pero son las mujeres las que están tirando para adelante con la vida, con la crianza, con el cuidado de los animales, con las siembras y cosechas, porque los hombres tienen que salir a buscarse la vida para poder mandar dinero y que las familias salgan adelante”, dijo.
“Pienso que uno de los valores más grandes es la enorme intimidad a la que te invita la película a entrar y también ha llamado mucho la atención de que es una forma narrativa diferente. Me puse retos nuevos, porque yo ya experimenté con las entrevistas y la voz en off, y ahora me puse muchos retos informales que son distintos a los que he usado. Quise poner una puesta en cámara más atrevida y bueno, parece de repente que es ficción y eso ha llamado la atención. Quise ser más efectiva para poder atrapar con una manera más asertiva la fuerza que hay en la realidad”, añadió.
RETRATO DEL MATRIARCADO DENTRO DEL PATRIARCADO
Esta idea del matriarcado en el filme y la conexión de los padres e hijos estaba presente desde el proceso creativo de su anterior filme: “Cuando hice el casting de Noche de fuego y entrevisté a 800 niñas una de las preguntas fue, ‘cuéntame cómo es tu relación con tu mamá y tu papá’ y yo creo que el 70 por ciento de las niñas, la respuesta era un silencio o una lágrima, o un ahujero que yo sentía y tenía que ver con ‘mi papá no está’, ‘mi papá está en Estados Unidos’, ‘mi mamá es madre soltera’ o ‘mi papá se fue cuando yo era bebé’, yo pensaba que ahí estaba otra película porque fue algo que me llamó mucho la atención”, recordó.
“Me vino a la memoria este pensamiento de cuántas familias hay en México de la ausencia del papá por múltiples razones y es una realidad que también está en El Eco y eso está interesante. Las mujeres de esta comunidad no son personajes femeninos estáticos, sino que se mueven de lugar y se atreven a decir lo que no les gusta”, continuó.
“No me gusta hacer películas pensando en hacer polémica, no las hablo ni desde el feminismo porque al final es una realidad y hablan solas, solo me enamoro cuando encuentro personajes combativos y distintos a los que están representados desde hace tantos años en el cine o la televisión, porque no son de un solo color las cosas”, complementó.
LA INFANCIA, UN SALTO AL VACÍO
Pero siempre es la infancia. La manera en que los niños experimentan su realidad es lo que más ha cautivado a la cineasta en todo el camino de su filme: “Para mí el clímax era el momento donde las ovejas corren desbocadas, ahí veo al corazón de esta película, quizás es muy abstracto pero para mí esa secuencia encierra muchas de las sensaciones que tiene un niño cuando está creciendo. Ver a tu mamá cansada después de trabajar todo el día y sentir”, explicó.
“Cuando uno ve a su mamá triste, cuando la ve llorar o la escucha llorar, pienso que es uno de los momentos más perturbadores que un niño puede tener y esa sensación está en esta escena, cuando por primera vez un niño está percibiendo una sensación sobre la muerte, cuando está frente a una pérdida irrevocable e irreparable también siento que es un momento que se vuelve huella y El Eco de ese momento se construyó ahí, con Montse, la cámara y la abuela, siento que es un momento muy sensorial y está este momento maravilloso que me da Sarahí cuando juega con la gallinita y enfrente está un abismo y eso es algo que no planeamos”, siguió.
“Pienso que por algunos momentos la infancia es eso también, no saber qué hay enfrente y aventarse al vacío con los ojos cerrados, es un momento de incertidumbre pero con mucha ternura sobre lo que es el ser humano y también está ese momento de Toño abrazado el árbol, porque cuando se es niño puede abrazar el árbol y sentir un profundo consuelo”, concluyó.
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