En diversas producciones contemporáneas enfocadas en lo fantástico y el horror, existe una vertiente que manifiesta una fascinación especial por aquellas obras del género aparecidas durante finales de los setenta y principios de los ochenta. Baste mencionar como ejemplos el slasher/revival X de Ti West; el remake del clásico La masacre de Texas (Texas Chainsaw Massacre) de David Blue García; la tercera (y al parecer última) entrega de la revivida saga de Halloween, concebida originalmente por John Carpenter y que está por estrenarse; e incluso el lanzamiento de la cuarta temporada de la afamada serie Stranger Things. Todo esto denota una especie de fijación romántica hacia esos contenidos, esa estética y esa forma de hacer cine por parte de productores, realizadores y, desde luego, de cierto sector de la audiencia quienes son aficionados a dichas obras.
A esta lista bien podría sumarse El teléfono negro (The black phone, 2021) el séptimo largometraje del cineasta norteamericano Scott Derrickson, el cual -con la ayuda del guionista C. Robert Cargill- adapta para la pantalla un cuento corto homónimo escrito por el autor norteamericano Joe Hill.
La acción es situada en el año 1978, en un poblado de Colorado, en donde varios jovencitos han desaparecido sin dejar rastro. Las autoridades sospechan que el causante podría tratarse de un secuestrador serial (al cual han bautizado como El Raptor), pero no han podido hallar alguna pista que los conduzca hasta él, sumiendo a la comunidad en el temor y la angustia.
De forma paralela a estos sucesos, un menor llamado Finney Shaw (Mason Thames) es atormentado por sus propios horrores, emanados tanto de su padre alcohólico (interpretado por Jeremy Davies) quien le maltrata a él y a su hermana Gwen (Madeleine McGraw); como del bullying al que es sometido por un trío de menores en su escuela, aunque en este último caso recibe el apoyo de Robin (Miguel Cazarez Mora), el cual pone a raya a los abusadores, e insta a Finney a aprender a defenderse por sí mismo. Tristemente, Robin termina siendo víctima de El Raptor.
Mientras lidia con su situación familiar, vuelve a ser presa de acoso (al no contar ya con la protección de Robin), y descubre la atracción que siente por una de sus compañeras de clase, Shaw finalmente también termina por caer en las garras de El Raptor (encarnado por un escalofriante Ethan Hawke), quien le encierra en un sótano, con un colchón desvencijado, un sucio retrete, algunas alfombras viejas… y un teléfono desconectado el cual, en palabras de su secuestrador, no funciona, aunque a veces suena sin motivo aparente. Poco imagina Finney que ese aparato inservible será un vehículo por donde recibirá una inesperada ayuda y apoyo de tipo sobrenatural, y será (literalmente) la clave de su supervivencia.
El relato funciona muy bien, gracias a una suma de atinadas decisiones. La primera de ellas reside en su elenco estelar, encabezado por Ethan Hawke quien consigue crear un personaje siniestro y repulsivo, construido no tanto a base de expresiones faciales y gestos intimidantes o aterradores, ya que su rostro no se ve o aparece cubierto por diversas máscaras el 99% del filme; sino más bien a partir de la modulación de la voz, diversas posturas y la más pura expresión corporal. Un asesino enmascarado en el cual convergen características de varios personajes célebres del cine slasher setentero y ochentero: un poco del desquiciado y bestial Leatherface, del silencioso y letal Michael Myers y hasta del pesadillesco pero carismático Freddie Krueger.
Lo mismo ocurre con sus protagonistas infantiles. Además de soportar bien el rol protagónico, Mason Thames consigue recrear para la pantalla a un simpático, tímido y atribulado Finney, sometido por El Raptor a todo tipo de tormentos físicos y mentales. Por su parte Madeleine McGraw crea a un personaje fuerte, quien sabe defenderse (y defender a su hermano), provista de mucho humor, pero también de mucha candidez, haciendo que se robe la escena en varias ocasiones.
Otro gran acierto de El Teléfono Negro son sus logradas atmósferas, de constante opresión y zozobra e influenciadas por diversas fuentes. Una de las más claras fue partir de algo real, al recrear el asombro, la incredulidad y finalmente la inseguridad y psicosis que aquejaron a la sociedad norteamericana durante los años en los cuales transcurre la trama, generados por el surgimiento de un nuevo monstruo, quien pobló las narrativas del cine y la televisión en los años por venir: el asesino serial.
Al trasfondo del relato, también se puede discernir otra presencia: la del novelista Stephen King, lo cual no es de extrañar no solo porque él es padre del escritor Joe Hill, sino porque este último ha sido fuertemente influenciado por la obra de su progenitor, sobre todo en sus primeros trabajos. En la película se pueden apreciar varias de sus constantes temáticas (y que ha logrado ser plasmada en algunas de sus adaptaciones cinematográficas): microcosmos sociales en los cuales la violencia se encuentra allí, presta a estallar, las familias disfuncionales muchas veces fragmentadas a consecuencia del abuso del alcohol por parte de uno de sus integrantes, donde los infantes se encuentran en alguna situación de vulnerabilidad, acosados por los temores propios de esa edad y quienes, en algún momento de la narración, deberán de enfrentarse solos (sin auxilio de algún adulto) a algo inconmensurable, que los rebasa y pone a prueba todas sus habilidades y su capacidad de sobrevivir.
En ese aspecto, El teléfono negro viene a ser algo así como un lúgubre pero entrañable relato de maduración, donde el protagonista reúne toda la información que le es brindada por la vía paranormal, la combina con sus propias experiencias personales, y termina por convertirlo todo en herramientas para enfrentar su situación y a su captor, sobreponiéndose al miedo y dejando de ser solo una víctima pasiva y elevando a mantra salvador el consejo de Robin: “algún día tendrás que defenderte tú mismo”. Frase que viene a ser el leitmotiv oculto de la cinta. De esa forma, Derrickson potencia el relato original, y crea una obra inteligente y sensitiva sobre las infancias violentadas, pero también sobre la resiliencia.
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