Vivimos una época donde la pantalla de cine se ha convertido en un recipiente adecuado para el glamour y la extravagancia que la inmediatez mediática solicita, todo por encima de la historia que hemos de observar, surgiendo una celeridad narrativa que evoluciona minuto a minuto ante la necesidad de consumo; derivada de la voracidad audiovisual de la propia audiencia contemporánea.
Es así como el producto cinematográfico de superhéroes ha priorizado la experiencia pre y post proyección, dejando de lado lo que puede ofrecer la sala oscura o la emoción colectiva desde las butacas, promoviendo un desfile parafernálico de publicidad desbordada que alimenta la expectativa del cinéfilo postmoderno, teniendo como uno de sus puntos culminantes, el estreno de cintas como Thor: Amor y Trueno (2022), la cual se sostiene bajo la visión desenfadada de su director Taika Waititi, a quien no le interesa más que llegar a estándares de entretenimiento, donde la lógica argumental sea lo menos relevante, y el predominio radique en la estrafalaria amplitud audiovisual que ofrece el séptimo arte.
Posterior a los sucesos de Vengadores: Endgame (2019), Thor (Chris Hemsworth) ha decidido redireccionar su vida fuera de la Nueva Asgard, alejado de los combates sin sentido, y buscando darle un nuevo sentido y significado a su propio camino. Sin embargo, la llegada de Gorr ‘El Carnicero de Dioses’ (Christian Bale) obligará al dios del trueno a tomar acciones que lo encaminarán hacia un nuevo destino que perseguir.
Desde Thor: Ragnarok (2017), Taika Waititi había mostrado su interés por dejar de lado la poca dosis de formalidad que este personaje había desarrollado en sus apariciones del Universo Cinematográfico de Marvel, donde ya de entrada podíamos observar a esta figura de la mitología nórdica impregnada de la comedia que este conjunto de cintas suele proponer, siendo Amor y Trueno el clímax de la propuesta personal que el cineasta quería para dicha franquicia.
Sam Raimi ya nos había demostrado con la reciente Dr. Strange en el Multiverso de la Locura (2022), que a pesar de las ataduras creativas que Marvel Studios llega a lanzar sobre sus cineastas, se pueden obtener resultados cercanos a un trabajo autoral, y es aquí donde la desenfadada historia de Waititi con Thor cobra sentido, entregándonos una fiesta colorida en pantalla, impregnada de la cultura glam de los ochentas, donde el caos y el sinsentido es la columna vertebral de la puesta en escena que rodea al personaje interpretado por Hemsworth.
En esta oportunidad, Thor se aleja de la infraestructura que el cine de superhéroes ha construido para aterrizar en una sátira de autodescubrimiento, una historia que se mantiene a flote a través de elementos muy marcados del absurdo y comedia ligera para lograr un lugar común con el público, logrando ser efectivo de manera intermitente.
El hecho de no tomarse en serio como pieza que forma parte de un engranaje más grande ayuda, de cierta manera, a darle una frescura al impacto que se tiene sobre la audiencia, pero que no alcanza a despuntar en ningún momento, esto debido a la falta de picos climáticos que olvidaron desarrollar o que simplemente no les interesaba transitar.
La falta de contraste narrativo aunado a la ausencia de secuencias de acción de alto calibre, las cuales se prometen a lo largo de la cinta y terminan siendo momentos diluidos ante la saturación de comedia, genera una desconexión irregular con su público, el cual ha sido acostumbrado a un ritmo específico y que podría sentirse decepcionado por ello: ¿quién tiene la culpa de tener que consumir proyectos sin vida? Ese es el gran cuestionamiento de los últimos años.
Si bien, la historia no pretende ahondar en la solemnidad y seriedad del camino del héroe, si intenta crear una contraparte en su tono narrativo e incluso en su atmósfera visual a partir de la aparición de Gorr ‘El Carnicero de Dioses’, quien se opaca en muchos niveles a medida de que la saturación satírica permea a través del absurdo cómico de sus protagonistas, desperdiciando una oportunidad de crear una tensión necesaria para un contraste que brindara un respiro al espectador del espectáculo grandilocuente establecido por Waititi.
Es con lo anterior que el interesante trabajo de Christian Bale se siente desfasado ante un colorido festival de deconstrucción de personajes atrapados en un concierto de glam cinematográfico que no termina por concluir con sus canciones más populares, ofreciendo covers que la gente disfruta, pero que no le emociona en su totalidad.
Al final, Taika logra su objetivo, implementar un universo propio para el Dios del Trueno, donde las normativas de Marvel puedan desdibujarse y, de esta forma, jugar con herramientas libres, donde la acción, la comedia y el caos sean el punto de lanza para lograr un plato de entretenimiento.
La película llegó a salas mexicanas el 7 de julio, agregándose a las cintas de verano de un 2022 que aún le queda un largo camino por recorrer en el plano del mundo del cine.
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