El destino es un término que puede significar muchísimas cosas. Puede ser, de forma muy literal, el punto final de un trayecto o un lugar en específico al que uno se desplaza. En filosofía, está relacionado de buena forma con la teoría de la causalidad, pues todo lo que ocurre tiene una causa que lo genera. Incluso se llega a asociar con una disposición divina similar al karma.
Otra idea comúnmente ligada al destino es la suerte, que, buena o mala, se cree como el conjunto de sucesos o circunstancias normalmente imprevisibles o no intencionadas, que se consideran predeterminados para la vida de alguien. Esa pequeña brecha entre ambos temas está muy presente en la comedia de acción Tren bala, del realizador David Leitch.
Para Ladybug (Brad Pitt), el robo de un maletín dentro de un tren bala en Tokio se convertirá en el vehículo de enfrentamientos violentos, situaciones extraordinarias o a veces hasta absurdas, donde la mala fortuna del protagonista parece seguirlo a todos lados. Pero tal vez no sea la mala suerte la que lo mete en semejantes dilemas en búsqueda de cumplir su simple misión y salvar su vida, ¿acaso es que era su destino estar ahí?
Mediante un ensamble actoral destacado que incluye nombres como Aaron Taylor-Johnson (Kickass, 2010), Joey King (La princesa, 2022), Bad Bunny, Logan Lerman (Percy Jackson, 2010), Zazie Beetz (Deadpool 2, 2018), Hiroyuki Sanada (Ringu, 1998), Brian Tyree Henry (Eternals, 2021) y Michael Shannon (La forma del agua, 2017), el guion de Zak Olkewicz, basado en la novela de Kotaro Isaka, teje una interesante red de eventos alrededor del protagonista que elevan esa pregunta en medio de la acción sin parar.
Leitch sabe sacarle provecho a todos ellos, por mucho o poco tiempo que tengan en pantalla, demostrando una buena mano para tratar estos temas de elenco coral en una trama que más allá de esa cuestión existencial resulta ser una anécdota donde el entretenimiento no falta ante un ritmo trepidante que se sostiene con una buena explotación del absurdo que ayuda a que la suerte (o el destino ) fluya en la mayoría del metraje de manera destacada.
Si bien el ensamble brilla, es Brad Pitt quien como hilo conductor de esta locura de ultraviolencia combinada con comedia negra que remite a la técnica narrativa y estética del británico Guy Ritchie, se lleva el centro de atención pues es su famosa mala suerte la que, al parecer, lo ha metido en este embrollo sin salida. Su Ladybug se encuentra entre el idiota carismático iluminado y el tipo rudo de acción que no quiere serlo porque está en plena reconstrucción espiritual. Esa mezcla de inocencia, estupidez y violencia innata lo hacen el perfecto personaje para el relato.
La manera en que el guion se va desarrollando es en una especie de actos que van mostrando líneas temporales diferentes, como hilos de vida que de repente se encuentran en este tren con un solo destino: la Muerte Blanca. Es así que podemos ver la relación de dos hermanos matones que no se parecen, de una engañosa jovencita, de un padre vengativo, un popular personaje de anime y una asesina en serie que confluyen en la ruta del tren bala hasta ese exagerado, pero brillante desenlace.
Lo más destacado, sin duda, es la acción, algo en lo que Leitch es maestro desde la ayuda sin crédito que le tendió a su compañero Chad Stahelski en John Wick (2014), pasando por Atómica (2017) y la secuela del mercenario bocazas de Marvel, Deadpool 2 (2018). Aquí, ya sea en combates mano a mano o con peleas más irreales que los efectos de baja calidad que a veces se perciben en la cinta, vuelve a montar grandes secuencias que mantienen el ritmo del tren.
Sin embargo, hay pausas en la ruta de este tren bala, pues existen puntos en la trama después de un inicio brutal donde se estanca y el relato no avanza. Pero cuando decide hacerlo, no para hasta el clímax exageradamente largo pero satisfactorio de una locura de trama en la que resuena frecuentemente esa pregunta: ¿lo que nos pasa es cuestión de suerte o es acaso el destino en el que lo que parece fortuito no lo es del todo?
Es ese contenido ideológico que mantiene el interés de la audiencia, planteado en medio de golpes, balazos, cuchillazos y uno que otro buen chiste ácido. Si no fuera por estas cuestiones un tanto filosóficas, la cinta se convertiría en una película veraniega entretenida pero vacía. Afortunadamente, Leitch lo lleva a buen puerto ofreciendo una que otra sorpresa, con algunos cameos inesperados y una escena en medio de créditos que reafirma la cuestión del karma como un remate a un buen chiste.
Con una interesante aventura que no sale del Tren bala, recordando a aquella joya distópica futurista de Bong Joon Ho, Snowpiercer (2013), pero sin la crítica social y con mucha más acción, sangre y risas, este proyecto de David Leitch demuestra que es un realizador al que se le da bien este género, dotándolo de cierta profundidad para que podamos viajar desde principio a fin en una película donde la suerte nos acompaña hasta nuestro destino final.
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