Escenario

‘¡Que Viva México!’: Una desatinada cinta sin sentido

CORTE Y QUEDA. El icónico Luis Estrada regresa a la pantalla grande con el cierre de su saga de cine con carga política pero con un discurso en el que trata a los espectadores como ignorantes

Fotograma de '¡Que Viva México!'. Fotograma de '¡Que Viva México!'. (ESPECIAL)

Luis Estrada es un director que se ha puesto la etiqueta de incómodo y de estar siempre mostrando las incongruencias del poder, así ha sido desde La Ley de Herodes (1999) que fue censurada ante su gran carga política y cuyo pase en la Cineteca Nacional es recordado por la ínfima calidad de la copia que se exhibió, siguiendo la tendencia de hacer este cine con sus siguientes trabajos, El Infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014), la que comenzaba a demostrar cansancio en la fórmula, la cual se agota de forma excesiva en su nuevo trabajo, ¡Que Viva México!.

Francisco Reyes dejó el pueblo de su familia para buscar fortuna en la ciudad de México, lugar donde ha prosperado, se ha casado y es padre de dos pequeños. Un día recibe la noticia de la muerte de abuelo y es forzado a regresar al lugar para la lectura del testamento, lo que le lleva a reencontrar a su familia, que vive en la pobreza absoluta y que ve en él la oportunidad de obtener dinero. 

¡Que Viva México! tiene muchos defectos y pocas gracias, es de entrada llamativa la forma en que tras la manufactura de La Dictadura Perfecta se note un retroceso en la técnica de Estrada, una cinta donde somos testigos de una fotografía plana y que salta de tonos de color de una escena a otra sin sentido, de una edición que parece encargada a un matarife, a una dirección que por momentos nos recuerda los programas de televisión de comedia mexicana, cayendo por momentos en cuadros que parecen teatro filmado, musicalizados de la peor forma pensada. Parece que en esta ocasión al director se le olvidó la maravilla que es la edición y la forma en que ésta ayuda a hacer una cinta más dinámica.

La cinta es protagonizada por Alfonso Herrera, quien como el nuevo rico nunca logra convencer, sobreactuado por momentos, invisible en otros, y, aun así, ser de lo mejor del cuadro de actores. Como su esposa Ana de la Reguera no luce, no transmite, no convence, no pudiendo hacer nada ante el papel se le ha entregado, unidimensional en todo sentido. A su alrededor giran Marius Biegai, Sonia Couoh, Vico Escorcia (desperdiciada totalmente), Edwarda Gurrola, Zaide Silvia Gutiérrez, Mayra Hermosillo, Salvador Sánchez (tan plano como nunca), Leticia Huijara, Cuauhtli Jiménez, Fermín Martínez, Silverio Palacios, José Sefami (sobreactuado al infinito), Ariane Pellicer, Álex Perea, Luis Fernando Peña, Manuel Poncelis, Daniel Raymont, todos desaprovechados, representando clichés tan baratos, sacados de los peores estereotipos mexicanos, que impiden se sientan reales o sátiras sino simples figuras de fondo sin sentido.

Mención aparte merecen Damián Alcázar y Joaquín Cosio, a los que se les entrega la tarea de dar vida a tres personajes cada uno, salvándose Cosio en el papel del hermano mayor de la familia, quien resulta más listo de lo que se ve, aunque Alcázar se encuentra en uno de sus peores cintas, con papeles insalvables y que están lejos de sus capacidades interpretativas, aunque eso sí, no puede evitar recitar sus alabanzas al presidente de una forma tan directa y cínica como lo puede hacer sólo alguien que endiosa a otros.

La cinta desaprovecha a uno de los mejores repartos hemos visto en una cinta mexicana en un trabajo sin pies ni cabeza, que busca desesperadamente ser la cinta que defina la realidad, aunque en los hechos se sienta como un spin off de “Charrito” de Chespirito, con ese mismo tono de humor y actuaciones. La mayoría de los personajes sólo están para hacer bulto, sin que en realidad tengan importancia en la trama, sólo haciendo bola decorativa en las secuencias.

La cinta abusa de los estereotipos, el más burdo es el de la figura del homosexual de la cinta, al que hace lucir rastrero, poco fiable, víctima de violencia sexual pero que la permite porque es la de su hombre, también habla de los artistas que terminan manteniendo relaciones con sus seguidoras menores de edad como si fuera lo adecuado. Es importante destacar que Luis Estrada rinde varios homenajes a cintas del pasado, destacando la casi copia a calca de los niños jugando con las hormigas de La Pandilla Salvaje (The Wild Bunch, Peckinpah) y la recreación de la toma de la foto de Viridiana (Buñuel) pero cayendo en lo grotesco en esta última. Y el más claro es el que le hace a Pedro Infante, primero en la figura de Alcázar que remeda a Los Tres Huastecos (Rodríguez) y en la botarga en que convierte a Luis Fernando Peña, al que hace parecido al actor de la época de oro.

Es imposible hablar de la cinta sin referirse a la parte política, ¡Que Viva México! se disfraza de crítica al gobierno actual para convertirse en realidad en una justificación total de él, sus “ataques” en realidad vienen seguidos de ideas que dicen en realidad la política actual no está equivocada y que, si hay cosas malas, son parte de la herencia que el pasado dejó, aunque sean políticos que ahora militen para ellos.

A diferencia de las otras cintas de esta saga, la sátira no existe, desaparece, temerosa de molestar, ahora sí, al gobierno en turno, pareciera que busca desesperadamente convencer a la gente que la 4T es la salvadora del universo y que sus errores son menores, haciendo hincapié que el México que retrata es el que el presidente de la República cree existe y que, entonces, así debe ser así retratado, haciendo los comentarios ácidos no tan fulminantes y que parecen un pretexto para realzar la visión de realidad que este gobierno quiere impulsar. Y en realidad no extraña, teniendo a Damián Alcázar era imposible que fuera algo contra la postura política del actor.

Pero no es su discurso político lo que hace esta cinta no funcione, lo que lo hace es que trata a los espectadores como ignorantes a los que se les puede manipular, tal y como lo hacen los políticos, con situaciones forzadas, forzadísimas, sin sentido y que sólo sirven para ir aumentando un metraje que se siente eterno, con una duración mayor a las tres horas pareciera que le sobran más de dos, las situaciones se alargan sin sentido y, lo peor, sin significar nada. En esta ocasión la brújula le ha fallado a Estrada y en vez de provocar la reflexión ante la actualidad, lo que provoca son bostezos y ganas de sacarse los ojos. 

¡Que Viva México! puede resumirse de forma perfecta con una escena de ella, la cinta es como el homenaje que realiza el personaje de Alfonso Herrera en la tumba de su abuelo, esa simple imagen situada al final de la cinta refleja de forma correcta todo lo que puede decirse de la cinta, de sus intentos de significado y, sobre todo, del recuerdo deja en el espectador.

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