El Archivo Municipal de Guadalajara resguarda un invaluable acervo documental que da testimonio de las costumbres, la vida social y los desafíos que enfrentaron las y los tapatíos desde el siglo XVI. Entre sus joyas históricas se encuentran las primeras actas de cabildo de 1607 y documentos como un indulto emitido por el Obispo de la Nueva Galicia que permitió el consumo de carne durante los días de vigilia de Cuaresma y Semana Santa.
Álvaro Martínez, director del Archivo Municipal, relata que este indulto se dio hacia el año 1700, cuando una fuerte sequía afectó gravemente la producción agrícola. Ante la escasez de granos como garbanzo, lenteja y frijol, cuyos precios se multiplicaron, el Ayuntamiento de Guadalajara solicitó al Obispo Fray Antonio Alcalde una dispensa para que la población pudiera consumir carne durante la Cuaresma.
En el documento, el entonces Cabildo Justicia y Reglamento argumentó que los precios se habían elevado de manera alarmante: el garbanzo pasó de 4 a 40 pesos, la lenteja de 2 a 18 y el frijol de 2 a 10 pesos. “Los pobres y de cortas facultades no pueden usar de ellas para su alimento”, se lee en el texto, que solicitaba permitir el consumo de carne y otros productos prohibidos por la Iglesia.
Además de este valioso testimonio, el Archivo resguarda más de 35 mil cajas con fotografías, planos, láminas y documentos oficiales de la organización municipal a lo largo de los siglos. También cuenta con una biblioteca pública que alberga cerca de 12 mil ejemplares.
Entre las tradiciones que ha documentado el Archivo destaca la de los altares de Dolores, una práctica cuaresmal que surgió en el siglo XVIII y cobró fuerza en el XIX. Estos altares eran montados dos días antes del Domingo de Ramos en barrios tradicionales como El Santuario, Analco y Capilla de Jesús, y eran decorados con los colores blanco y morado, además de una imagen de la Virgen de los Dolores.
“Se incluían cítricos que se montaban en una banderilla y entonces la gente, en las casas donde estaban montados, pasaban los parroquianos y preguntaban al anfitrión ‘¿lloró la Virgen?’”, explicó Martínez. Las respuestas aludían a aguas frescas como limón con chía o tamarindo, que eran ofrecidas a quienes preguntaban.
Hoy, como parte del rescate de estas tradiciones, la Dirección de Cultura de Guadalajara promueve la instalación artística de altares de Dolores en museos y fincas históricas.

Cuaresma y Semana Santa: una Guadalajara en pausa
La documentación histórica también ofrece un vistazo a la manera en que se vivía la Semana Mayor en siglos pasados. Durante la Semana Santa, el comercio cerraba por completo, no se permitía el tránsito de animales ni coches, y la vida social se paralizaba. La ciudad se vestía de luto riguroso.
Cada viernes de Cuaresma, en el Templo de San Francisco, se realizaban sermones sobre la Pasión, conocidos como “nescuitiles”. Asimismo, desde 1589, la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y del Santo Entierro organizaba la procesión del Viernes Santo, una tradición profundamente arraigada.
El Domingo de Resurrección marcaba un contraste con el luto: los cofrades dejaban sus capirotes para vestir túnicas y guirnaldas de flores. La imagen de la Virgen de la Soledad era trasladada del Hospital de San Miguel al Templo de San Agustín en una alegre procesión matutina.
Este conjunto de documentos y testimonios conservados en el Archivo Municipal no solo ofrece un recorrido por la historia religiosa de Guadalajara, sino que también permite comprender cómo sus habitantes enfrentaban las adversidades y celebraban sus tradiciones con profundo simbolismo.