
El mundo es desigual y una de las desigualdades más evidentes y universales es la que divide a hombres y mujeres. Comprender las causas y los efectos de esa desigualdad, así como proponer soluciones, es lo que llamamos tener un enfoque o perspectiva de género.
Imagina que diriges una entidad pública de microcréditos y tienes sobre tu mesa las estadísticas sobre pagos e impagos, usos del crédito, historial de los prestatarios en el país, etcétera. Con este panorama general podrías diseñar las condiciones generales de tu crédito, pero ¿qué pasa cuando desagregas estos datos por sexo?

Según el INEGI, 42.2% de las mujeres tiene un alto estrés financiero con respecto de los hombres con 30.7%; además, las mujeres tienen menos capacidad de ahorro, pero, en relación con los hombres, prefieren ahorrar y se endeudan más, aunque se atrasan menos en sus pagos: 26.1% en comparación con 28.5% de ellos. Ante una necesidad económica urgente, recurren más a la familia porque tienen menos acceso al crédito formal. El ingreso promedio de las mujeres es 43.1% menor al de los hombres y los hogares con “jefatura femenina” (un confuso término que parece referirse a hogares monoparentales en los que las mujeres son proveedoras exclusivas) han crecido en el país: en 2023, 3 de cada 10 hogares tenían al frente a una madre.
¿Crees que estos datos modificarían tus políticas de acceso? ¿Te parecería una decisión lógica ofrecer facilidades al crédito para mujeres, que necesitan soporte financiero y tienen una buena estadística de paga? ¿Otorgarías créditos específicos a mujeres para que emprendan un negocio? ¿Crees que hacerlo tendría un impacto tangible en el bienestar de sus familias?
Las preguntas anteriores sintetizan la manera en la cual la perspectiva de género nos permite visualizar la desigualdad que se vive socialmente por el hecho de ser mujer u hombre, y cómo es posible ecualizar estas desigualdades. Gracias a esta perspectiva, tenemos paridad obligatoria y efectiva en los puestos de elección popular, una mejora lenta pero constante en los ingresos, y ya logramos el acceso igualitario en la educación, aunque en las carreras de ciencias y tecnología -las mejor pagadas- solo llegamos a ser un 35% en México según la Unicef.

No obstante, hay grupos a los que esto no les gusta: para ellos, la desigualdad no es un asunto estructural, sino que es derivada de un orden “natural” y, por tanto, generar política para romper ese orden pone en riesgo al sistema que les ha puesto en situación ventajosa. Ojo, no es que no sepan que el mundo es desigual, de hecho, llevan utilizando ese conocimiento siglos para mantener las estructuras, para hacerse millonarios, para sentirse los reyes del mundo: como cuando los anuncios de lavadoras iban dirigidos a las señoras y los de brandy eran cosa de hombres.
Sistematizar ese conocimiento y hacernos preguntas para en lugar de mantener las estructuras cambiarlas en favor de un mundo más justo y menos desigual, es lo que los ultraconservadores han dado en llamar “ideología de género”, tergiversándola como una doctrina rígida, que nos amenaza con la destrucción de la familia, que introduce a los infantes en la sexualidad adulta, que promueve la homosexualidad… una figura monstruosa, un enemigo con una agenda destructiva que, como en las películas, debe ser combatida para salvar a nuestros hijos, a la civilización y al mundo.
*Las autoras, Mariana Espeleta Olivera y María de la Concepción Sánchez Domínguez-Guilarte, son académicas del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia del ITESO