
Imagina por un momento que estás en las costas de Guerrero, en el siglo XVI. Hernán Cortés no está pensando en oro esta vez, sino en árboles, fibras, resinas y raíces. ¿Por qué? Porque quiere construir barcos. Pero no cualquier barco: necesita naves capaces de surcar el Pacífico rumbo a las islas de las especias en Asia. Para eso, necesita los materiales adecuados, y esos materiales están en los bosques mexicanos… y en los saberes de los pueblos que los habitan.
Este episodio, que podría parecer un detalle curioso en los libros de historia, es en realidad parte de una revolución silenciosa: la de la etnobotánica, el conocimiento profundo que tienen las culturas sobre las plantas. Es también uno de los temas centrales en el trabajo del historiador Jorge Cañizares-Esguerra, quien en su artículo On Ignored Global “Scientific Revolutions”, propone una mirada radicalmente distinta sobre la historia de la ciencia: una que se construyó no sólo en los laboratorios de Londres y París, sino también en las selvas, mercados y astilleros de México, Perú o Filipinas.
¿Qué es la etnobotánica?
La etnobotánica es el estudio de cómo distintas culturas conocen, usan, nombran y se relacionan con las plantas. Abarca usos medicinales, alimentarios, rituales, constructivos y simbólicos. Para muchos pueblos indígenas, una planta no es sólo una especie vegetal; es parte de un ecosistema cultural que incluye lenguaje, cosmología, economía y memoria.
Durante siglos, comunidades en Mesoamérica, los Andes y Asia han desarrollado complejos sistemas de conocimiento botánico. Sabían qué corteza era buena para hacer cuerdas, qué resina servía para sellar canoas, qué fibras resistían mejor la humedad del trópico, o qué raíces curaban ciertas dolencias. Estos saberes eran transmitidos de generación en generación, muchas veces de forma oral.
La ciencia colonial
Lo que Cañizares-Esguerra plantea en su artículo es que estos conocimientos no solo eran importantes, sino fundamentales para el éxito del proyecto imperial español y portugués. Cuando los conquistadores llegaron a América y Asia, no trajeron consigo todos los recursos necesarios para sostener una red marítima global. Tuvieron que aprender de los pueblos locales.
Un ejemplo revelador es el del astillero que Cortés estableció en Zihuatanejo en 1523. Para construir barcos capaces de llegar a Asia, necesitaba sustituir el cáñamo europeo por otras fibras más resistentes, y los alquitránes importados por resinas locales. Así comenzó una búsqueda de recursos naturales —y de saberes indígenas— que transformó la industria naval global.
En Filipinas, los españoles encontraron la palma Manila, cuyas fibras eran ideales para hacer cuerdas que no necesitaban tratamiento con alquitrán. Esa planta se convirtió en el corazón del astillero de Cavite, al sur de Manila. Lo mismo ocurrió en Centroamérica y la costa del Pacífico sudamericano. Lo que hoy llamamos “etnobotánica” fue entonces una tecnología imperial crucial.
Piratería etnobotánica
Cañizares-Esguerra utiliza un término provocador para describir este proceso: piratería etnobotánica. Con esto se refiere a cómo los imperios coloniales apropiaron conocimientos botánicos locales sin reconocer ni retribuir a sus verdaderos autores: los pueblos indígenas, afrodescendientes y asiáticos que sabían cómo usar las plantas de su entorno.
En muchos casos, esos conocimientos fueron recolectados por misioneros, médicos o comerciantes, y después reescritos, traducidos o patentados por europeos como si fueran descubrimientos propios. Lo que hoy figura en libros de historia como avances científicos “occidentales”, en realidad tienen raíces indígenas y populares.
Este borramiento de autoría ha sido sistemático. Cañizares-Esguerra cita el caso del mineralogista austríaco Ignaz von Born, quien en el siglo XVIII presentó como propias técnicas de amalgamación para la extracción de plata que habían sido desarrolladas en Potosí por alquimistas criollos e indígenas dos siglos antes.
Redescubrir el mapa del saber
¿Por qué importa todo esto hoy? Porque seguimos viviendo con una visión de la ciencia que ignora sus múltiples orígenes, y que da por sentado que la innovación nace sólo en ciertos centros del mundo. Recuperar la historia de la etnobotánica —y de los saberes marginalizados— es una forma de descolonizar el conocimiento y reconocer que la ciencia ha sido, desde siempre, una creación global, mestiza y plural.
En México, esta historia sigue viva. Los mercados tradicionales, los herbolarios, las cocineras tradicionales y los artesanos que usan fibras naturales son los herederos de una sabiduría que desafía el olvido.
Y como nos recuerda Cañizares-Esguerra, quizá ha llegado el momento de mirar hacia esos saberes con otros ojos. No como curiosidades folclóricas, sino como parte de una ciencia creativa y revolucionaria.
Para saber más:
Cañizares Esguerra, J. (2017). On ignored global “Scientific Revolutions”. Journal of Early Modern History, 21(5), 420-432.
Friedberg, C. (2015). La Etnobotánica Mexicana. ETNOBIOLOGÍA, 11(3), Article 3.
Etnobotánica: Aprovechamiento tradicional de plantas y patrimonio cultural. (2024). ResearchGate. https://www.researchgate.net/publication/26523544_Etnobotanica_Aprovechamiento_tradicional_de_plantas_y_patrimonio_cultural
Schultes, R. E. (1941). La etnobotánica: Su alcance y sus objetos. Caldasia, 3, 7-12.