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Finanzas para todos: Litio, cobalto y niobio: ¿La nueva geopolítica de los recursos?

En los últimos años, el mundo ha cambiado de rumbo: ya no basta con tener petróleo para tener poder. En este nuevo escenario, otros recursos que antes pasaban desapercibidos o eran considerados secundarios se han vuelto protagonistas. El litio, el cobalto y el niobio, por ejemplo, se han convertido en piezas clave para construir el presente y, sobre todo, el futuro, ya sea en baterías para autos eléctricos, satélites, sistemas de defensa o telecomunicaciones.

Este giro no es casual, pues a medida que la humanidad busca dejar atrás los combustibles fósiles, se ha vuelto urgente encontrar alternativas sostenibles y eficientes. Las baterías recargables son fundamentales en esta transición energética; sin embargo, también lo son los materiales que permiten crear semiconductores o aquellos capaces de resistir condiciones extremas para aplicaciones aeroespaciales o militares. En consecuencia, asegurar el acceso a estos minerales estratégicos se ha convertido en una prioridad para muchos gobiernos, no tanto por su abundancia, sino por el poder que otorgan.

Aquí aparece un dilema: el problema no es que estos minerales se estén agotando, sino que su producción está muy concentrada geográficamente. El litio se extrae principalmente en los salares de Argentina, Bolivia y Chile; el cobalto, en su mayoría, proviene del Congo; y el niobio tiene su principal fuente en Brasil. Esto genera una gran dependencia, tanto tecnológica como política, de unos pocos países. Además, aunque estas naciones poseen el recurso, muchas veces no logran transformar esa riqueza en bienestar, ya que exportan la materia prima, pero no los productos terminados, quedándose así con la parte menos rentable de la cadena, mientras otros capturan el verdadero valor agregado.

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Esta situación recuerda, en cierta medida, lo ocurrido durante el auge del caucho en la Amazonía a finales del siglo XIX y principios del XX. Durante ese periodo, Brasil y otros países de la región dominaron temporalmente el mercado mundial del caucho, indispensable para la naciente industria automotriz. Sin embargo, al no desarrollar una industria propia ni proteger el conocimiento técnico, terminaron perdiendo el control frente a las plantaciones británicas en el sudeste asiático, que ofrecían mayor eficiencia y organización. Lo que comenzó como una ventaja natural se diluyó por falta de estrategia industrial y visión de largo plazo.

A esto se suma un costo social y ambiental: las comunidades locales suelen quedar fuera de las decisiones, los ecosistemas se ven afectados por la extracción intensiva, mientras que la innovación tecnológica local avanza con lentitud. La paradoja es clara, pues se trata de países ricos en recursos, pero con poco margen de decisión.

Si América Latina quiere cambiar esta historia, no basta con extraer más minerales, sino que hay que cambiar de lógica. Se necesita una estrategia compartida que apueste por el procesamiento local, por la investigación científica y por industrias capaces de transformar esos recursos en productos con valor. Para ello, se requiere voluntad política, formación técnica y una negociación firme con los actores globales. No se trata de aislarse, sino de participar con voz propia.

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Existen ejemplos en el mundo que muestran que esto es posible. Algunos países han logrado desarrollar parte de su industria minera y tecnológica, demostrando que se puede avanzar sin renunciar a la soberanía. La clave está en construir una cadena de valor interna: desde el laboratorio hasta la fábrica, desde la mina hasta el producto final.

En definitiva, lo que está en juego no es solo una oportunidad económica, sino una oportunidad histórica. Si los países productores siguen en un rol pasivo, corren el riesgo de ser únicamente el punto de partida de un camino que termina lejos. Pero si toman decisiones firmes hoy, con visión, cooperación regional y compromiso con la sostenibilidad, pueden convertirse en protagonistas de una nueva era.

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