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El legado del papa Francisco

El papa Francisco, extraordinario teólogo y exégeta práctico, continuó lo iniciado en el Concilio Vaticano II siguiendo a Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Fue un Pastor que cuidaba de la Tierra, “nuestra casa común” como él la llamaba.

¿Quién podrá olvidar aquellas impactantes imágenes en medio de una Plaza de San Pedro, lluviosa y totalmente vacía por el confinamiento de la pandemia? Ahí él solo, acompañado virtualmente por millones de personas llenas de incertidumbre, lo escuchamos consagrar al mundo al corazón Inmaculado de María, devolviéndonos la paz y la esperanza.

Papa Francisco

En abril de 2022 insistió que “hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado […] hemos desatendido los compromisos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes […] nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios […] suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común […] Con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.” Terminó la consagración recordándonos a los profetas del antiguo Israel, pidiendo perdón y misericordia: “Madre de Dios y nuestra […] te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.” Algunos la llamaban diplomacia, pero era mucho más: una búsqueda constante de la paz, dirigida no solo a los católicos, ni siquiera únicamente a los cristianos, sino a toda la humanidad.

¿Cómo olvidar la barca repleta de migrantes y refugiados de todas las edades, diversas razas, religiones, culturas y momentos históricos que bendijo en una Plaza abarrotada recordándonos que todos estamos en la “misma barca”? Pidiendo por los que sufren por las guerras y el hambre, insistía que ni los muros ni las armas construyen la paz.

Parte de su legado fueron sus viajes a las periferias de la fe y de lo humano: a Mongolia, el Congo, Sudán del Sur, Indonesia y Myanmar, entre otros. Pero también a los cinturones de miseria, a las cárceles del mundo y de su propia diócesis a abrazar a los descartados, los pobres y los delincuentes, para contagiarlos de la esperanza en el amor, como Jesús en la Cruz.

Como el Buen Pastor, con el dolor de su propia agonía y la alegría de estar con sus ovejas, unas horas antes de morir nos regaló su testimonio de Nos Amó (Dilexit Nos), su última encíclica. Mostrándonos que sus acciones no respondían a teorías, sino al dominio del corazón. Con su ejemplo nos enseñó que “todo se unifica en el corazón, donde reina el amor”.

Impulsando la misión de la mujer en el corazón de la Iglesia, antes de cada viaje acudía a María a pedirle por ese periplo. A su regreso, a agradecerle. Ahí, junto a ella, pidió ser enterrado. No es casualidad que haya entregado su último suspiro como Buen Pastor entre las fiestas de la Resurrección y la Divina Misericordia.

Dra. Luz María Álvarez Villalobos. Profesora del Departamento de Humanidades de la Universidad Panamericana.

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