Cronomicón

Una biblioteca andante. Su manera de leer, casi mágica; absorbía cada palabra, cada emoción, con la intensidad de un crítico literario y la calidez de un amigo

SOCIEDAD FANTÁSMICA: Recuerdo a Pedro Miguel Guillén, un editor inolvidable

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La vida a menudo nos sorprende con encuentros fortuitos que, sin saberlo en un principio, se convierten en capítulos esenciales de nuestra historia.

Tal fue mi relación con el escritor Pedro Miguel Guillén Mejía. Su legado no reside sólo en las páginas que ayudó a construir, sino también en las lecciones que dejó impresas para mejorar mi escritura. Recuerdo cuando le presenté a mis mujeres y a mis hombres, reunidos por vez primera en un archivo, y con el nerviosismo propio de quien será escudriñado por otros ojos. Eran cuentos que brotaban de mi alma, llenos de matices y sensaciones, sin embargo, sabía que necesitaban el pulido necesario para trascender más allá de mis alas.

Cuando tuve la primera sesión con Pedro, sentí una combinación de nerviosismo y emoción. Él, una biblioteca andante, estaba al otro lado de la pantalla. Su manera de leer era casi mágica; absorbía cada palabra, cada emoción, con la intensidad de un crítico literario y la calidez de un amigo. Con cada comentario, con cada corrección, se convirtió en un guía que, con generosidad y tacto, me ayudó a moldear a mis protagonistas, dotándolos de su propia existencia.

Una de las lecciones más valiosas que me impartió fue la importancia de la trama. Con paciencia, me hizo reflexionar sobre mis personajes que a menudo emergían del papel como sombras vibrantes en su esencia, pero ausentes de una dirección clara. El Maestro, me hizo ver que una historia necesita un hilo conductor, una trama que atrape al lector desde la primera línea. Algunas de mis mujeres, y de mis hombres, que antes parecían vagar sin rumbo, empezaron a encontrar su camino, y los vi cobrar vida en una narración estructurada. Recuerdo el entusiasmo con el que habló de Ofelia y Ángela, con sus ojos iluminados me comunicaba que había hecho algo mágico con ellas. Con Salvador, me hizo ver que necesitaba darle un sustento a su sufrimiento, una razón para dejar de ser. Su entusiasmo era contagioso y me hizo sentir que habíamos conseguido algo especial, que en esas páginas, que con ahínco revisaba, había una conexión genuina con las letras que tanto le apasionaban. Las historias que narramos tienen la capacidad de unir mundos, y los cuentos que él editó, se convirtieron en un puente entre dos vidas que, en su diferencia, se convirtieron en inseparables.

A medida que profundizábamos en el proceso creativo, otra curiosidad aparecía: su interés por los finales inesperados. En su pluma, habitaba una chispa de fascinación por el giro sorpresivo que muchas veces diseñaba en mis relatos, tanto que, en las lecturas, como un detective, trataba de identificar el final antes de que éste se presentara, era como un niño que se divertía buscando el tesoro escondido, y con su magna sonrisa, me comunicaba que había acertado en el final. Era un ganador. Nuestro diálogo se transformaba en un juego, una danza entre el surrealismo de la escritura y el pragmatismo del día a día. La risa que surgía de nuestras interacciones se convirtió en una forma de conectar, en un intento de descubrir la frontera entre la experiencia vivida y la ficción. Nunca hubo juicio, sólo curiosidad y un deseo compartido de comprender la psicología detrás de la locura y la entrega de los personajes que creaba. Pero lo más significativo de nuestras reuniones iba más allá de las correcciones y las sugerencias.

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Cada sesión de trabajo se convertía en una auténtica fiesta del pueblo, donde sus palabras se acompañaban con la tambora que sonaba a lo lejos, y las críticas constructivas, en risas compartidas. El ambiente era cálido, casi festivo, donde los relatos se mezclaban con anécdotas de vida, donde la literatura parecía ser sólo una excusa para celebrar la creación y la conexión humana. En su presencia, aprendí que la escritura no está aislada; es un acto social, un intercambio que se nutre del calor humano y de la pasión compartida.

Hoy, mientras escribo estas líneas en su honor, le agradezco por no sólo ser un editor, sino también un maestro y un amigo. Le agradezco por iluminar mi camino literario y la enseñanza de buscar la trama en cada historia que tengo aún por contar. Tu legado, querido compañero de letras, será siempre parte de mi esencia. Gracias, Pedro…

*Claudia Huerta (@Bigcrassh) es Bióloga de profesión. Durante quince años, ejerció como docente en el área de ciencias a nivel preparatoria. A la fecha, mantiene un profundo compromiso con la divulgación de la ciencia y la literatura. Es una incipiente escritora, con una obra autopublicada

 

 

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