Cronomicón

"... Me gustas mucho, mucho más de lo que esperaba y quiero seguir viéndote, pero antes me gustaría saber qué piensas..."

La regla de los tres segundos (cuento)

¿Qué haces hoy?, quiero hablar contigo. Me dijo en un mensaje. Nada, ¿dónde nos vemos? Le escribí.

Mientras respondía, me metí a la cocina, tomé el cuchillo y emprendí la tarea de partir en cuadros una manzana verde. Comerla con yogurt natural y linaza. Estoy apunto de cumplir treinta y seis años y debo consentir a mi microbiota, según he aprendido más en videos de internet que, por supuesto, de un médico experto.

El vigor que puse en el ritmo al cortar, debió estar tan preocupado por demostrar juventud, que lanzó al vacío un pedazo: parte blanca y jugosa sobre el piso, cáscara verde intacta. Qué pesar. La levanté, pero antes de tirarla al bote de basura orgánica pensé en mi padre.

Son defensas. La regla consiste en levantarlo antes de los tres segundos. No pasa nada, la panza hace magia cuando comemos mugre y la transforma en sabiduría, te digo.

Mi papá no será científico, ni médico, pero es un señor muy sano y, sobre todo, muy seguro. Yo por mi parte disfruto honrar sus ocurrencias y convenientemente decidí meterme a la boca ese pedazo de manzana. Delicia crujiente. Son defensas, dije en voz alta.

No sé, vamos a algún café. Muy bien, a las siete podría ser. De acuerdo, perfecto. Acordamos.

Me comí mi tazón de manzana con yogurt, linaza, chía y miel de agave, sin ningún otro inconveniente.

A las siete cinco, le compartí dónde estaba y a las siete diez por fin nos encontramos. Nos abrazamos y no recuerdo si me besó, pero es muy probable.

Entramos a un café y pedimos un americano y un latte. Con leche de soya, por favor. La mesera mal encarada hizo que nos preguntáramos ¿Crees que le escupan a las bebidas? Y si es así, ¿se habrán lavado los dientes? Nos reímos porque eso solemos hacer juntos. Muchas veces hago trampa y le provoco cosquillas nomás para verlo reír. Pero cuando un chiste aterriza más o menos bien para pintarle una risita, ya sin trampa, entonces gané.

Le conté de mi jornada de trabajo y él a mí otras cosas que no recuerdo porque me concentré en encontrar el momento de preguntarle más serio que nunca, ¿cuál es la razón por la que me citaste?

Le tomó un sorbo largo de café para comenzar: Ahora que estamos saliendo, siento que hay información importante por aclarar. Tengo una relación abierta. Ahí en mi perfil lo puse, por eso asumí que lo sabías, sin embargo, me parece necesario mencionarlo activamente, me dijo.

Lo que dijo después es parcialmente verdad o, mejor dicho, es una verdad que suaviza otra:

Me gustas mucho, mucho más de lo que esperaba y quiero seguir viéndote, pero antes me gustaría saber qué piensas.

Antes de responder me concentré en escuchar lo que yo creo que me dijo sin decirme: Puse esa información a tu alcance, pero tú no la leíste, decidiste ignorar. Tu culpa está en tus ganas de ver sólo lo que quieres ver.

Así de inmovilizado, lo único que atiné a hacer, fue contarle mi encuentro con la manzana, mi papá, la mugre y las defensas. Él se rio y me contó otro: Tengo una tía que se comió un pedazo de mango que previamente cayó al piso y sentenció molesta para evitar cualquier tipo de juicios: ¡Para todo hay medicina!

Mi papá confía en que el cuerpo humano construye inmunidad infalible ante cualquier ataque y su tía en que, existe un tratamiento médico para librarse de cualquier padecimiento.

Lo siguiente, curiosamente, es lo más claro y absoluto que he enunciado nunca. Le dije que por ahora no tenía claridad de absolutamente nada, y que efectivamente, al igual que él, lo quería seguir viendo y además besando y haciendo reír.

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Una especie de resignación existió al aceptar el riesgo. Cuántos invitados inesperados habitaron en mí. Cuánta alerta causaron, cuán combativa fue mi microbiota para encontrar antecedentes, registrar historial. Determinar de entre mis experiencias pasadas, qué defensas actuaron para impedir que esto me enferme.

Decidí tomar la sabiduría de la manzana y el mango, validarla incluso sin masticar. Son defensas y si no lo fueran, de cualquier manera, para todo hay medicina.

(Colaboración especial de la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México, SOGEM, para La Crónica de Hoy Jalisco)

 

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