Quienes detentan el poder y la autoridad están facultados para cambiar la sociedad; pueden transformarla a su parecer y sentir. En las actuales democracias, propensas al populismo, las mayorías mandan en detrimento de los derechos de las minorías subrepresentadas. En los últimos comicios de los Estados Unidos, el pueblo habló a través de su sufragio y votó por un líder carismático, populista y de orientación neoconservadora; le dio su respaldo a Donald Trump… el empresario inmobiliario neoyorquino.
La decisión tomada en las urnas por la mayoría del electorado estadounidense fue un sía la vieja política afirmativa con valores tradicionales, contraria al progresismo de avanzada, tachado —con acierto o falsedad— de nueva izquierda. En la primera potencia del mundo hubo un viraje hacia la derecha y una reacción contra la cultura woke.
La cultura woke denuncia las relaciones de opresión en los distintos grupos y niveles de la sociedad proponiendo actuar asertivamente contra ellas en favor de una mayor igualdad, proponiéndola como un anhelo añejo totalmente legítimo y sobre todo justo. Desde sus coordenadas ideológicas se entiende que, bajo el patriarcado, la sometida ha sido la mujer y el privilegiado y opresor ha sido el hombre. En el colonialismo, sobre todo en el eurocéntrico, los oprimidos han sido los pueblos nativos, en particular los indígenas y las explotadoras las naciones occidentales.
De esta manera, desfilan todos los marginados reconocidos por esta mentalidad insurgente o libertaria, que hace suyo el clamor de las minorías por ser reconocidas y recompensadas: los grupos LGTBIQ+, las personas de tallas grandes, los discapacitados y, en una línea más reciente, también los animales, considerados víctimas del especismo, primero derivado del teocentrismo cristiano y, en tiempos más actuales, de un antropocentrismo liberal y capitalista.
Los neoconservadores sostienen que la cultura woke, pese a su discurso de inclusión, tolerancia y justicia, ha ido demasiado lejos, pues ha provocado que la lucha de clases descrita por la vieja izquierda ahora se replique en todos los ámbitos sociales, culturales y económicos: mujeres contra hombres, heterosexuales contra homosexuales, obesos contra delgados, carnívoros contra veganos… y así sigue la lista de rivalidades y odios binarios, fermentos de desunión y revanchismo histórico. El resultado de estas confrontaciones, advierten los neoconservadores, no puede ser otro que la decadencia, la fractura y la atomización social.
Los conservadores están de regreso y tienen un líder mundial que ha sabido darles voz. Este hombre, ya lo dijimos, es Donald Trump, quien desde las primeras semanas de su presidencia ha arremetido contra la agenda woke de la anterior administración. Con un récord de 100 órdenes ejecutivas en el alba de su mandato, muchas de estas han afectado los derechos LGTBIQ+.
De entrada, marcó su postura durante el discurso de investidura: su gobierno, en sus funciones administrativas y legales, solo reconocería dos géneros o sexos (como comúnmente se les conocía). De tal suerte que las personas que se identifican como no binarias, intersexuales o transexuales no verían reflejada su identidad en documentos oficiales.
Reconociendo la condición de hombre y mujer como realidades biológicas inmutables, la orden ejecutiva señala que aquellos que insisten en negarlas han permitido que hombres que se identifican como mujeres tengan acceso a espacios íntimos de un solo sexo y que incluso compitan en actividades diseñadas para mujeres.
Siguiendo con estas medidas, en otra orden ejecutiva, Trump cortó el apoyo del gobierno a todas las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión (conocidas como DEI, por sus siglas en inglés), implementadas en todos los departamentos y agencias federales. Este paso reabrió la puerta a la meritocracia: nadie obtendría un empleo o recibiría un trato preferencial por pertenecer a una minoría históricamente marginada.
No conforme con sus iniciativas, el actual presidente también se dio a la tarea de revocar una medida de su antecesor. Durante el primer día de su mandato, anuló una orden ejecutiva de Joe Biden titulada Prevención y lucha contra la discriminación por motivo de identidad de género u orientación sexual.
Las órdenes ejecutivas contra la cultura woke han continuado, para desencanto y alarma de las minorías sociales y culturales. Entre las más golpeadas están las personas trans, que representan el 0.5 % de la población estadounidense. Una de las medidas más aplaudidas por los sectores conservadores fue la que prohíbe al Gobierno Federal financiar, patrocinar, promover, asistir y apoyar procedimientos de transición para menores de 19 años. En su discurso, Trump y sus partidarios sostienen que no existen las infancias trans y que es un atropello someter a menores a tratamientos hormonales o, peor aún, a una castración química o quirúrgica cuando aún no tienen definida su identidad sexual, debido a su inmadurez emocional y psicológica. Para Trump, los médicos están mutilando y esterilizando a un creciente número de jóvenes con la falsa afirmación, a su entender, de que los adultos pueden cambiar de sexo.
Con esta medida, los menores de edad que padecen disforia de género u otros trastornos psicológicos relacionados con la identidad no estarán cubiertos en sus tratamientos por los dos seguros públicos más grandes: TRICARE, que cubre a dos millones de personas menores de 18 años en familias de militares, y Medicare, cuya cobertura depende del Estado.
Trump también ha tomado medidas contra las personas trans en el ámbito militar. En otra orden ejecutiva, las inhabilitó para prestar servicio en el ejército, bajo el argumento de que solo pueden pertenecer a las fuerzas armadas quienes sean aptos física y mentalmente. Por lo tanto, una persona con “identidad de género” quedaría descalificada para cumplir los estrictos estándares que el ejército demanda a sus reclutas. No se especifica en la orden si las personas trans que ya forman parte de las fuerzas armadas continuarán en servicio o serán dadas de baja.
Otro sector señalado por Trump es el de los migrantes: amenaza con emprender deportaciones masivas, alegando que quienes emigran a los Estados Unidos persiguiendo el sueño americano se convierten en una carga para la sociedad y que muchos resultan ser criminales que huyen de sus países de origen.
Las medidas tomadas por Trump contra el wokismo generan ovaciones en los sectores conservadores y abucheos en los colectivos progresistas. Héroe y verdadero adalid de los valores tradicionalistas y nacionalistas para unos; tirano, fascista y retrógrado para otros. Con el actual presidente de los Estados Unidos no hay medias tintas: tiene defensores acérrimos y detractores furibundos.