Cronomicón

"... E intenté recuperar el aliento que las asfixiantes horas sin dormir me habían arrebatado. Cualquiera que me viese me habría confundido con un fantasma..."

Habría que esperar a mañana (cuento)

Tras dos jornadas, llegué a casa sin fijarme en el reloj. No quise enterarme del poco tiempo de sueño que me quedaba. Mis ojos estaban tan resecos como mi boca y tan cansados que ni me molesté en prender la luz, los rayos de luna colándose en mi casa eran suficientes. Era muy tarde y decidí que esa noche tampoco cenaría. Me acerqué al piano en la sala y lo acaricié con las yemas de los dedos. Hacer eso todas las noches era lo más parecido a una esposa preguntándome por mi día.

Me senté frente al teclado bajo la luz nocturna e intenté recuperar el aliento que las asfixiantes horas sin dormir me habían arrebatado. Cualquiera que me viese me habría confundido con un fantasma. Además, una presión aguda en el pecho me invadía y temí que en cualquier momento reventara una costilla. Estaba así por culpa de que volví a tener un día normal. Últimamente han sido tantos que he perdido la cuenta. No me gustan los días ajetreados, pero los días normales tampoco son muy distintos.

En vano, traté de que las notas del instrumento me produjeran un pensamiento nuevo. Llevo semanas intentado lo mismo, pero el trabajo madrugador y sobrevivir a la histeria de la ciudad me deja sin tiempo para pensar, y cuando tengo momentos libres, estoy muy cansado para hacerlo. Hoy ni siquiera tuve la oportunidad de saber cómo me sentía, así que toqué una melodía en el piano, con la esperanza de que este me revelara mi estado de ánimo.

Los rayos de la luna pintaron el piano y mis manos con una luz pálida. Me recordaron al cuadro de un barco en medio de un océano inmutable, bajo un tenue cielo estrellado. Aproveché la oscuridad de la casa como un lienzo en mi mente e imaginé que estaba solo en ese barco, donde mis teclas rompían con gentileza aquel silencio.

Reproduje una tonada que ahuyentó de mi oído un insistente susurro,este reclamaba que cómo es que fui capaz de acostumbrarme a vivir así, pero le respondí que en realidad, la rutina no me parecía mala. Mi yo de hace varios años me odiaría por decir eso, y lo entiendo. Todavía reconozco partes de mi cerebro joven que piensan por mí. Lo sé porque aún conservo el hábito de esperar por un absurdo cambio mágico en mi rutina. Pienso que ese cambio llegará, “solo que hoy no. Habría que esperar a mañana”.

TE RECOMENDAMOS: Punto atrás (cuento)

Ya eran altas horas de la noche, pero por mis dedos tensos y el corazón acelerado, advertí que sería inútil intentar dormir. También estaba demasiado cansado para distraerme con la televisión o algo más. Solo dejé que las teclas se deslizaran entre mis dedos, aun cuando mis manos no las sentían.

Repetí una serie de arrullantes acordes y esperé a sentirme tan agotado que ya no tuviera más opción que dormir. El sueño no llegaba. Pero una vez, mientras tocaba mi parte favorita de la melodía, pensé que cuando muriera, ya no perdería más tiempo esperando un cambio mágico en mi rutina, y eso me dibujó una sonrisa. Estaba seguro de que ese día llegaría, solo que hoy no. Habría que esperar a mañana. Al menos, por fin pude pensar algo, y eso fue suficiente para que recobrase el aliento y mis dedos rígidos se aflojaran. Después de eso, me fui a la cama con los labios amplios y fue entonces que pude dormir esa noche.

(Colaboración especial de la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México, SOGEM, para La Crónica de Hoy Jalisco)

 

Lo más relevante en México