La pérdida del dogma y del ritual en tiempos de la deconstrucción de todo lo inmediato nos conduce a un vacío existencial que atrapa en la duda al individuo posmoderno. ¿Qué hago aquí? ¿Quién soy en este momento? Nos enfrascamos en un clamor de inmortalidad que busca refugio en los sueños transhumanistas.
Pero nada nos sacude más ni aclara nuestro pensamiento que la tragedia teñida de crueldad; ser testigo de lo incompasivo que podemos ser rompe nuestra voluntaria inmadurez. Hay un mundo más allá del display de nuestro smartphone, tablet o computadora, y ese mundo es cruel, violento y atroz.
En la adversidad es natural buscar la empatía en la compatibilidad colectiva. Hermanos de un mismo sufrimiento, recordamos en conjunto que existe un Dios y que escucha nuestro clamor con el proceder debido y establecido de rituales y oraciones inveteradas.
Por muy apartados que estemos de la religión, cuando la realidad se nos torna absurda y adversa muchos retornamos a la fe que nos inculcaron nuestros padres. En Jalisco, en el municipio de Teuchitlán, nos deparaba el horror más inhumano: un campo de exterminio. El mal es obra del hombre; el consuelo y el perdón vienen del Creador.
Fue así que familiares de desaparecidos se dieron cita este pasado viernes 14 de marzo en la Glorieta de los Niños Héroes, rebautizada como la Glorieta de las y los Desaparecidos, en el municipio de Guadalajara. El motivo: celebrar una misa para pedir por las víctimas del rancho de Izaguirre, municipio de Teuchitlán, que tal parece era utilizado por el crimen organizado como campo de entrenamiento y exterminio.
La misa la organizó el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco. Este colectivo fue el que irrumpió el pasado 5 de marzo en el predio con el apoyo de la Vicefiscalía en Personas Desaparecidas. Lo que hallaron suscitó el oprobio generalizado de la sociedad mexicana; pero también les dio esperanza de dar con un indicio de sus desaparecidos. Zapatos y todo tipo de prendas encontraron, como si de pacas de ropa se tratara.
La emblemática glorieta quedó vestida de mantas colocadas por el colectivo. En las mantas aparecían retratados los rostros de sus desaparecidos y, para ritualizarlas, colocaron docenas de veladoras cuya luz representa, simbólicamente, la esperanza, la devoción y la guía para el retorno de los ausentes.
El sacerdote oficiante, en su homilía, haciendo suyo el dolor de todos los presentes, hizo un llamado a las autoridades para esclarecer lo ocurrido en dicho rancho. Concluida la misa y como parte del ritual, se esparció tierra en algunas fotografías con la intención de permutarla en tierra bendita para que los desaparecidos encuentren su camino de retorno.
Los rituales nos ayudan a darle estructura y sentido a nuestro posicionamiento en el mundo; lo que nos acontece deja de ser un hijo del azar y, por medio de las significaciones simbólicas del ritual, le damos sentido y encauce. La posmodernidad adolece de rituales; estamos inmersos y sofocados por la realidad profana. Pero, como ya se dijo, la adversidad nos conmina a regresar a la religión.
A la misa y rituales de la glorieta se sumó otro más al día siguiente en el Palacio de Gobierno, en la zona centro de Guadalajara. Convocado por Luz de Esperanza, en demostración del luto y como si de un Incendio de Dolores se tratara, se encendieron 400 veladoras y, con ellas, se reunieron 400 pares de zapatos. Esta vigilia fue replicada en simultáneo en otras 20 ciudades del país, incluida la capital de México.
A la religiosidad de familias condolidas por sus desaparecidos se sumó la voz oportuna de los epíscopos. El arzobispo de Guadalajara, José Francisco Ortega, declaró que no era una novedad encontrar fosas clandestinas en varios estados de la república y que le corresponde a las autoridades ir al fondo del asunto y hacer el esfuerzo por identificar al mayor número de víctimas.
El mitrado cuestionó las averiguaciones previas, señalando cómo las autoridades ya habían visitado, el pasado septiembre, el rancho y afirmaron no haber encontrado indicio alguno de personas desaparecidas.
La Conferencia del Episcopado Mexicano también, en su oportunidad, se pronunció haciéndole idénticos señalamientos a las autoridades responsables en su intención de ocultar los hechos y de no hablar con la verdad sobre estos campos de exterminio.
Si para el gobierno hubo reproches directos y tajantes, para las madres buscadoras, por el contrario, los obispos mexicanos les extendieron su reconocimiento, exaltando su extraordinaria labor que emprenden agrupadas en distintas organizaciones ciudadanas que, impulsadas por su dolor, valentía y tenacidad, logran los verdaderos avances en la búsqueda de sus seres queridos.
Las mujeres y hombres de fe reaccionan al infortunio recurriendo a sus más caras creencias religiosas; en ellas encuentran consuelo y esperanza. Y es así que, cuando el Estado falla en sus deberes y obligaciones, como el procurarnos seguridad, la opción para muchos es la Iglesia o la religión que se profese o por la cual se sienta alguna inclinación o afinidad. Se acude a los ministros o pastores esperando su consejo, guía y consuelo. Y estas personas consagradas tienen una voz que aún es escuchada en una sociedad sitiada por la posmoderna cultura de la volatilidad creencial o del franco agnosticismo.
La sociedad, entre el luto y el agravio, eleva la plegaria y algunos realizan los rituales en espera del ansiado milagro de alcanzar un México donde reine la paz y la tranquilidad.