Cronomicón

Letras Rebuscadas: Fobia al ocio (ociofobia) o el miedo al tiempo libre en una sociedad de la exigencia y la superación

Estamos en lo profundo de las contradicciones culturales en esta postmodernidad. La automatización de las labores, gracias a la maquinización, ha liberado a la humanidad de las antes cadenas de la manualidad más básica.

Procurarse hace unas décadas una vestimenta apropiada resultaba, sobre todo para las mujeres, una afanosa tarea: implicaba desde ir al río o al lavadero comunitario con un jabón de pan a tallar prendas una por una; luego tenderlas al sol y después prender el carbón para calentar la plancha lista para desarrugar camisas y vestidos... De cocinar mejor ni hablamos; esta era otra odisea. Si las labores de casa requerían de gran destreza y laboriosidad, en los trabajos destinados a los hombres como la labranza o la industria, el lidiar con máquinas básicas o herramientas rudimentarias comprometía tiempo y habilidad.

Momentos para la recreación, el ocio o la piadosidad eran escasos. Las revoluciones industriales, por fortuna, nos han liberado del yugo de los quehaceres del hogar y del trabajo. Disponemos, hoy de más tiempo libre. Pero, ahí la contradicción: la automatización y las exigencias de una sociedad capitalista altamente teologizada nos han obligado a mimetizarnos, como entes productivos, con nuestros propios rudimentos tecnológicos y con las dinámicas de una economía de mercado.

Ociofobia

Estamos más que nunca comprometidos con la eficacia y la productividad; nos enseñan los hierofantes de la competitividad, desde un credo liberal e individualista, que tenemos que ser exitosos y notables a costa de cualquier sacrificio. Bien decían nuestros abuelos: “el tiempo es dinero” y, agreguémosle, el tiempo no se desperdicia. Hay que estar sin descanso generando dividendos o prosperando, ascendiendo y mejorando sin pausa.

Rivalizamos y disputamos con nuestros compañeros de escuela y de trabajo: ¿Quién se queda con los mejores puestos o logra, como emprendedor, hacer prosperar su marca? Pues obvio, el que tiene más grados académicos, diplomas, el que sabe más idiomas, el que no descansa ni los fines de semana... Hay un miedo al ocio que ya califica como una neura que se manifiesta como una ansiedad por no estar haciendo nada productivo o de provecho.

El término, acuñado por Rafael Santandreu en 2017 para este padecimiento, es ociofobia y se ha vuelto muy común en las nuevas generaciones, sobre todo entre los millennials. Esta generación en particular fue educada, por los cánones neoliberales, para despreciar el tiempo libre y evitar en la medida de lo posible el aburrimiento. Pero nuevamente, vaya la contradicción, hay toda una industria del esparcimiento que nos invita a desentendernos de nuestros deberes y del cultivo de nuestros talentos.

A finales del siglo pasado, un Giovanni Sartori con su libro: Homo Videns advertía cómo la televisión literalmente enviciaba a los niños manteniéndolos largas horas frente al monitor. Hoy los servicios de streaming como Netflix rivalizan con los videojuegos de Nintendo, Sony... y las redes sociales en ocupar ociosamente a los usuarios. A los jóvenes de hoy les sobran distractores. ¿Será que en la medida que crecen nuestros nativos digitales y que se confrontan con esta cultura de la competitividad caen en la cuenta de todo el tiempo que desperdiciaron y hacen el esfuerzo por recuperarlo?

Sociedades hipermodernas como las asiáticas, en las que destacan ejemplos como Japón, China, Corea del Sur..., con una robusta cultura del ocio tecnológico, nos presentan, vaya la contradicción, el caso de estudiantes que, con sobrada disciplina, dedican casi todas las horas del día a estudiar robándole horas al sueño y, si a pesar de todo su afán no logran destacar en la escuela o en la universidad, quedan tan afectados ante el fracaso que optan por suicidarse. Cuando se insertan al mercado laboral, para nada su calidad de vida mejora.

Anime: "Zom 100: Cien cosas que quiero hacer antes de convertirme en zombi"

Como lo ilustra con sobrada ironía el manga llevado a la pantalla como anime y serie de televisión: “Zom 100: Cien cosas que quiero hacer antes de convertirme en zombi” (2023), tuvo que llegar un apocalipsis de muertos vivientes para que un joven pudiera contar con el tiempo libre necesario para hacer todo aquello que soñaba o deseaba en verdad.

Estar esclavizado 18 horas en la oficina como la norma y no la excepción llevó a implementar políticas empresariales en Japón que permiten dormirse en el trabajo (Inemuri). La idea es que no te despejes de tu puesto: si necesitas cerrar los ojos, descansar, hazlo en la silla de tu escritorio.

El individuo de estas sociedades postmodernas se ha programado para tener algo que hacer ante la voz del capataz o el itinerario de la agenda, de modo que cuando dispone de un momento para el ocio no sabe qué hacer; le gana el miedo.

Trabajar se vuelve su estado habitual, la faena de la jornada lo hace sentirse seguro y cómodo, sabiendo qué hacer; sacarlo de esta rutina lo llena de incertidumbre, lo abruma. Como si no estuvieran el Internet, las consolas o el smartphone para ir en su rescate. La modernidad crea la patología y a la vez tiene el remedio.

No hay que confundir la ociofobia con la adicción al trabajo, aunque son muy próximas; hay que entender que son cuadros clínicos de dos ramas diferentes. La adicción al trabajo es como tal eso: una adicción que empuja a la persona a estar todo el tiempo trabajando; pero no siente una angustia, temor o ansiedad por el tiempo libre como le ocurre al ociofóbico.

El ociofóbico presume como preseas o medallas la cantidad y no la calidad de logros que ha realizado, de objetivos que ha superado. En estos términos de eficacia numérica aquilata su felicidad. No le importa o no repara mucho en la calidad de esos logros.

Un punto grave con esta neura es que es transmisible de padres a hijos por un asunto de crianza. Estos padres tienden a buscarles a sus hijos todo tipo de clases o cursos en los que ocupen su tiempo. Su intención es cultivarlos lo más posible: que hablen a temprana edad una segunda lengua además de la materna, que toquen algún instrumento, que practiquen varios deportes... lo cual, per se, no es malo si no se exagera, considerando que la infancia, la adolescencia y buena parte de la juventud son etapas de vida en las que es natural no tener tantas responsabilidades y poder disponer de tiempo para el juego y el esparcimiento.

Santandreu propone que aprendamos a aburrirnos más sin cargos de conciencia. No hay nada de malo en no hacer nada; en sentarnos en la ventana y mirar la calle; y, vaya, sin tanto romanticismo, en dedicarle al videojuego unas horas o en ver dos capítulos seguidos del anime o serie que nos tiene enganchados.

Hay que buscar el sano y sabio equilibrio. El descanso, mental o físico, es necesario para mantenernos eficaces y productivos.

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