Imaginen entonces que el profesor entra al salón, toca clase de arte, pero su tono no es el mismo, su semblante alegre, endurecido por la seriedad, quizás hasta sombrío, todo el salón se da cuenta.
Imaginen entonces que su ánimo es tal que toda la clase se calla y los alumnos vuelven a sus lugares, se ven desconcertados, el profesor pasa a su escritorio, abre un cajón y comienza a sacar hojas blancas, de esas que son baratas, de las que uno debe tener cuidado cuando borra para no romperlas. Las divide y le pide a la primera persona de cada fila que tome una y que pase las demás hacia atrás.

Imaginen entonces que el profesor se para en medio del salón, supervisando, le devuelven las hojas sobrantes y él las deja en el escritorio, entonces respira profundamente, se pone en firmes y da la señal de trabajar, la clase está aturdida, todos se miran unos a otros. El profesor comienza a hablar.
Imaginen entonces una caja simple, con solo cuatro líneas, como un mero cuadrado, solo concíbanla, ¿pueden verla? Ahora, ¿qué quieren hacer con esa caja? Quizás nada; tal vez pasar de cuatro a nueve líneas en un espacio, la caja sería entonces más flexible de lo que parece, pongan su lápiz sobre la hoja, solo háganlo.
Imaginen entonces una manzana, cierren los ojos e intenten visualizarla en su mente, si tienen problemas, evoquen su forma, su color, cómo se siente la textura en su mano y a qué sabe. Recuerden justo el momento antes de esa primera mordida, su textura, su sabor. No tengan dudas, cuiden de ser delicados con el lápiz, no impriman fuerza, dejen que se deslice suavemente.
Imaginen entonces una botella, la forma, el color, el contenido. También quiero que pongan atención en dónde se ubica, no puede estar flotando, ¿o sí? Visualicen la luz que se posa sobre ella. Ahora retengan esa imagen y hagan los primeros trazos, sin detenerse, no se preocupen por los detalles, solo sean rápidos, deslícense sobre el papel.
Imaginen entonces que el profesor deja de hablar, que toda la clase se encuentra dibujando, solo se escuchan los lápices plasmando las ideas sobre las hojas, consumidos en un extraño consenso.

Imaginen entonces que suena la campana, algunos alumnos siguen en sus obras y otros se estiran en sus pupitres. El profesor ordena que escriban el nombre sobre la hoja y que entreguen los trabajos. Una vez que el último estudiante le entrega su creación, el profesor los toma todos y los arroja sin ceremonia al bote de la basura.
Imaginen entonces la sorpresa de todos, la cara estupefacta de cada estudiante. El profesor afirma: “Así es el arte”, antes de salir por la puerta hacia el pasillo.