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Las jefas

Mariana Espeleta Olivera y María de la Concepción Sánchez Domínguez-Guilarte

¿Alguna vez en una encuesta te han preguntado quién ejerce la jefatura en tu familia? Parece lógico asumir que ese lugar corresponde al proveedor (o proveedora) principal. Ya lo dice el refrán: “el que paga manda”. Pero en realidad, ¿qué significa esa categoría?

Ya en 1930, en su encuesta censal, el INEGI preguntaba por los jefes de familia. Quería saber si vivía en la casa que se censaba y si esta era, o no, de su propiedad. Si bien no se especificaba si era hombre o mujer, el análisis reciente de los microdatos permite saber que en 1930 el 81.6% de los hogares estaba encabezado por un hombre y el 18.4% por una mujer.

Si revisamos las notas metodológicas de los censos y otras encuestas, encontraremos que la jefatura de hogar o familia es ambigua y se refiere, más bien, a la percepción de quien responde en función de sus propios parámetros, no tiene que ver con la proveeduría ni con otra cualidad específica. En 1930 se hablaba del “referente moral” y actualmente el INEGI señala que la jefatura la ostenta la persona “que se identifique como tal, sin importar si es hombre o mujer o si contribuye o no al sostenimiento económico”. Sin embargo, la supuesta neutralidad de la pregunta no implica la neutralidad en los hechos.

Jefa de familia

Aunque en el argot mexicano nos refiramos a nuestra madre como “jefa”, un repaso por los censos y otras encuestas nos indica una realidad diferente: en 1960 el porcentaje de hogares percibidos con jefatura femenina era del 12%. En 1970 fue el 15.2%; en 1980 el 14.8%; en 1990 el 17.3%; en el 2000 el 20.6%; en 2010 el 24.5%; en 2020 el 30%, y en 2023 el 33%.

Aparentemente la situación avanza para las mujeres en cuanto al liderazgo en sus hogares, pero en realidad lo que estas cifras reflejan es que cada vez hay más hogares monoparentales, donde a falta de un hombre las mujeres asumen el rol de la jefatura.

La Encuesta Nacional de Hogares 2017 nos permite saber que de cada 100 hogares en México 53 son biparentales, 18 monoparentales y 28 se definen bajo la categoría de “otros”. Cuando cruzamos estos datos no hay sorpresas: un apabullante 85% de los hogares monoparentales consideran que una mujer es la “jefa”. Mientras que en los biparentales el 80% de la jefatura es masculina.

Pero ¿por qué tiene que haber un (a) “jefe (a)”? La respuesta quizá radica en la manera en la que la familia nuclear ha sido equiparada con la “célula de la sociedad”, una estructura que replica en pequeño a todo el cuerpo social, cruzado de jerarquías y relaciones de poder. Así, en las familias hay un(a) jefe(a), un(a) gerente, y unos subordinados. Sin embargo, en el contexto actual parece poco adecuado pensar en estos términos.

Jefa de familia

En épocas de democracia, de derechos para las infancias, de repartos de responsabilidades económicas y de cuidados, de lucha contra la violencia familiar, valdría la pena pensar a la familia de una manera más horizontal.

¿No es un poco raro pensar que si él lleva más dinero sigue siendo el jefe, y cuando él no está entonces ella asume su rol en ausencia?

El concepto de jefa o jefe de hogar pertenece a un modelo patriarcal (usted disculpará la palabra, pero es lo que hay) que se asocia con el control de dinero y el poder, la imposición de valores y jerarquías estrictas, que no reflejan al México real, donde las mujeres son referentes desde otros lugares, más allá de lo económico, y donde los padres son respetados, y amados, más allá de su función de proveedor.

Y, por supuesto, donde los hijos no son seres subordinados que solamente deben obedecer órdenes.

Mariana Espeleta Olivera y María de la Concepción Sánchez Domínguez-Guilarte, académicas del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia del ITESO

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