Mayra ama su profesión y cuenta con detalle cómo es su día a día, los retos, las satisfacciones y también la gran responsabilidad de dar “un poco de tranquilidad” a los familiares que han perdido a un ser querido. Incluso, recuerda la primera vez que tuvo que incinerar un cuerpo, un momento que quedó gravado en su memoria, y el momento más difícil que fue cremar a su padre.
“La sensación de meter a una persona al horno sí da escalofrió. La primera vez fue muy impactante, tanto el olor como lo que ves, es algo que te acompaña por mucho tiempo”, comenta.
Tiene un semblante firme, no es muy alta, mide 1.70, es delgada; asegura que ama y respeta su profesión (es la única mujer hornera en los Velatorios del IMSS), ve con normalidad y con una gran responsabilidad lo que podría impresionar a cualquiera y describe a Crónica su día a día con las personas fallecidas que recibe en el velatorio para ser embalsamadas y cremadas.
“La responsabilidad más grande es darle un poco de consuelo a los familiares ante su perdida, el consuelo es que lo vean y digan: ‘parece que está dormido’”.
Por lo regular, esta actividad la realizan hombres, por la fuerza que se requiere para mover los cuerpos, que pesan mucho más que en vida, “es muy pesado pero hay técnicas para moverlos; es más maña que fuerza”, dice, mientras revela que es aún más la carga psicológica, incluso, no le queda energía para realizar más actividades.
Mayra lleva dos años siendo hornera, es quien se encarga de todo el proceso de quienes serán incinerados, desde recibir a las familias, ingresar el cuerpo al horno y entregar las cenizas. No es labor fácil; aprendió a realizar los servicios como si fueran para su propia familia.
“Cuando yo estudié, mi profesor me dijo. Necesitas dejar el servicio como tú quisieras recibir a tu familiar, al más querido, así lo tienes que dejar. Lo tienes que ver y tienes que decir: sí así lo quería yo ver y de ahí va a nacer tu amor por lo que estás haciendo. Yo amo mi trabajo, desde embalsamar hasta entregar el servicio de cremación”.
Ella tiene 41 años, lleva seis tratando con cuerpos y dos años siendo hornera; relata que la primera vez que realizó un servicio de cremación fue muy impactante. Mientras platica con Crónica se toma un tiempo para describir y detallar esos momentos, el olor y las imágenes, que la acompañaron durante mucho tiempo.
“La primera vez que lo hice fue intimidante; estar viendo el proceso desde cero te impacta porque es algo que jamás has visto. Ver cómo se va deshidratando todo el cuerpo hasta los huesos, es muy impresionante. Los cuerpos entran al horno y se mueven cada cierto tiempo, nos ponemos el traje, abrimos la puerta y acomodamos para que se terminen de cremar”.
“Después me acostumbré a ver y oler lo que es parte de mi trabajo, y amo mi trabajo, se escucha feo porque mi trabajo depende del dolor de una familia, pero lo amo con todo el corazón, y trato de que el final del proceso por el que están pasando las familias no sea tan desagradable”.
Una despedida especial con su papá
Cremar a su papá fue uno de los momentos más complicados que ha afrontado, pero asegura que fue un honor para ella, incluso lo vio como una oportunidad para honrarlo.
“Mi papá quería que yo fuera estilista, él me dijo que me pagaba la escuela, era herrero y quería hacerme las sillas del salón y todo. Por no querer desanimarlo le tomé la palabra y estudié estilismo casi dos años, pero iba por compromiso porque realmente no era lo que yo quería; era sólo por amor a él. Siempre me decía que cuando terminara la carrera de estilista quería que yo le cortara el cabello y le hiciera lo que necesitara. Mi papá falleció un año después de la mera crisis de la pandemia”, relató con la voz entre cortada.
Mayra reveló que no pudo embalsamar a su papá, ya que se trataba de un caso positivo de Covid, pero aprovechó ese momento para despedirse y agradecerle con un servicio.
“Le dije, papá así como usted quería que le cortara el cabello cuando yo fuera estilista, este es mi momento de hacerle lo que yo puedo, lo que sé de lo que estudié. El dinero que usted invirtió para que yo pudiera aprender esto; estuvo bien invertido. No lo voy a poder embalsamar, ni podré ponerlo guapo, pero si lo voy a poder cremar. Es la última cosa que voy a poder hacer por usted”, recordó con lagrimas en los ojos. “Me sentí honrada”, dijo.
La única mujer hornera en los Velatorios del IMSS
Asegura que su profesión es un gran reto, entre compañeros, quienes no le creían que era la hornera, y más con las familias de los difuntos que la han rechazado y subestimado por ser mujer. “Yo no sabía que era la única mujer, hace poco me enteré. Me da mucho orgullo pero a veces también me siento apenada. Al principio sentía un poco de rechazo, en ocasiones la gente es hiriente, después me fui acostumbrando y poco a poco lo fui superando”.
Comparte que nunca se imaginó llegar a tener una responsabilidad tan grande, pues trabajando ahí sólo pidió permiso para tomar un curso que se impartió cuando llegó el horno de cremación y pensó que se quedaría en mero conocimiento. Fue la pandemia la que la orilló a colaborar con sus compañeros, quienes incineraban hasta 12 cuerpos al día, cuando normalmente sólo se creman cuatro o máximo cinco.
“Pensé que me iba a certificar sólo para tener más conocimientos, estar informada. Pero llegó la pandemia; vi la carga de trabajo de mis compañeros y pedí permiso de integrarme. Me autorizaron cubrir los descansos de mis compañeros”.
Lo más pesado de su trabajo es mover los cuerpos, sobre todo, pasarlos del ataúd a la plancha con la que los ingresan al horno, “mis compañeros lo hacían ver muy fácil, en ocasiones necesito ayuda. El reto diario es tratar de hacerlo sola, hay veces que lo logro y me aviento solita”.
“Nunca me imaginé que llegaría hasta aquí. Mi papá pensaba que lo mío era casarme, ser ama de casa, y yo no soy así. Mi mamá fue la que me ayudó y la que le dijo: ‘déjala que haga lo que quiera y que sea feliz’. Gracias a mi mamá estoy aquí. Ella siempre me ha dicho, ‘eres feliz, sé feliz’. Me ve cansada pero vale la pena hacer las cosas por amor y no por obligación”.
Mayra tiene una hija de 21 años y un hijo de 24 y ambos admiran la fortaleza que tiene para desempeñar las labores de su día a día, “me dicen ‘no sé cómo le haces’ o preguntan si me desconecto para poder ver y hacer todo lo que hago”.
“Al principio si sientes muchas cosas y conforme va pasando el tiempo te acostumbras. Tu cabeza está en que es tu trabajo, no sabes qué y cómo va a llegar y hay que meterle amor porque lo vas a entregar a sus familiares. Cuando te gusta lo que haces le tienes amor; yo le tengo amor a este trabajo y también amo hacer sentir bien a alguien que está pasando por un dolor que nadie, más que las personas que ya lo vivimos, sabemos cuánto duele y el significado”.
Explica que en ocasiones las familias hacen muchas preguntas y tiene claro que su labor es “tratarles de dar la tranquilidad que necesitan, explicarles que es un proceso rápido, que ya no les duele y que ellos se vayan lo mas tranquilos que se pueda”.
Mayra envía un mensaje contundente a quienes ponen pretextos por encima de las metas y los sueños, o a quienes les dan más importancia a los obstáculos
“Si tu quieres hacer o ser algo, lo puedes ser, nadie ni nada te puede detener; me hubiera gustado ejercer desde antes, pero ni la edad es obstáculo. Tal vez al principio hay trabas pero si realmente es lo que quieres, lo vas a lograr, vas a llegar ahí”.