La nueva Línea del Cablebús, que va de Constituyentes a Vasco de Quiroga, ha demostrado que más que un transporte público es un atractivo turístico para visitantes y capitalinos; incluso podría decirse que es también un verdadero ejemplo de socialismo. Todos, sin distinción alguna, son curiosos y quieren disfrutar de las vistas que tanto se presumen en redes sociales.
Al llegar al lugar es notorio el contraste de las clases sociales, desde los fifis con sus lentes, bolsas y tenis de diseñador, hasta aquellos que viajan con sus tenis rotos; a lo lejos, en la fila, un grupo de mujeres y niños indígenas. Realmente es un referente socialismo.
Todos esperan, por igual, parados bajo el sol y el mismo tiempo; en fin de semana la línea para el acceso se desborda hasta la banqueta y hay que esperar entre 40 y 45 minutos para subir; no hay oportunidad de que los que tienen más pasen primero, ni con mordida, todos son iguales. Eso sí, ya en cierta zona, las personas de la tercera edad pueden ingresar a una fila especial y avanzan mucho más rápido.
La espera es similar a la de un juego en un parque de diversiones
Como si fuera la atracción de un parque de diversiones —al que sí pueden entrar todos—, se escucha una grabación que da instrucciones mientras esperas en la fila; el personal de limpieza y de Cablebús también da indicaciones.
Parejas, familias enteras, grupos de amigos y uno que otro solitario llegan en fin de semana. Algunos planean la visita, otros sólo van de paso y aprovechan que tienen “tempo libre” y coinciden en que el objetivo es ver el panorama y pasar un buen rato; muchos de ellos lo ven como una económica opción para salir de paseo con toda la familia, una aventura aérea por sólo siete pesos.
La emoción de los más pequeños es notoria, ponen al descubierto que es la primera vez que subirán, señalan las cabinas y gritan de emoción, si hay más de dos menores en las familias se abrazan y brincan, sus padres los alientan mientras esperan, “ahí te vas a subir mijo, pero pórtate bien, si no, nos vamos”.
Los adultos mayores aprovechan cualquier escalón y zonas de descanso para sentarse, algunos hasta llevan banquito. La fila es inmensa, pasa los 300 metros desde el acceso hasta la entrada de Los Pinos.
“En fines de semana, si vienes a las siete de la mañana está vacío, pero desde las nueve y hasta el cierre; no para la gente”, comentó uno de los trabajadores a Crónica.
En la fila destacan los güeritos quejándose bajo el sol y tapándose con lo que tienen a la mano y también aquellos que traen sombrilla, aperitivo y refresco para toda la familia.
Luego de 40 minutos de espera, finalmente inicia el viaje, los 10 pasajeros de la cabina son primerizos. La mayoría adultos, sólo una niña; a pesar de ello, es más la emoción de los cuatro hermanos que se organizaron sólo para disfrutar del Cablebús, son dos mujeres y dos hombres de edad avanzada, su vestimenta y manera de hablar ponen en evidencia que son clase alta, “que bueno que nos juntamos para venir, mira qué vista tan espectacular. Valió la pena la espera”.
En cuanto la cabina avanzó más rápido todos los que viajaban en ella se espantaron, “se siente muy feo”, exclamó la madre de la niña; “mira mamá allá abajo, que alto estamos”; “no quiero ver, no quiero ver”. La pequeña se comienza a reír y exhibe a su mamá contándoles a todos que “le dan miedo las alturas”.
“Si que está muy alto y va rápido, pensé que era mucho más lento; mi hermano nunca nos dijo eso”, comentó una de las hermanas.
La niña, de unos 12 años, se dirige a sus padres y comienza a platicarles que en unos cuantos metros se verá el Panteón de Dolores; la otra pareja de señores se une a la plática y comenta; “también vamos a pasar por la nueva Cineteca”.
“Mira el Popo, que padre se ve”, “Allá está Santa Fe”, “Me acuerdo cuando íbamos a la Feria de Chapultepec y nos subíamos a la montaña rusa, se siente igual de feo”, “Hay que venir más seguido, pero entre semana”, “¿Quieres que te tome una foto?”, son los mensajes dentro de la cabina. En un abrir y cerrar de ojos, todos terminaron conviviendo y hasta tomándose fotos como grandes amigos de una ocasión.
En cada estación se acerca personal para preguntar si alguien baja y si todo está bien; mal para aquellos que esperan subir en una estación que no es terminal; todos los que viajan desde Los Pinos van hasta la última. Desde lo alto se distinguen las flores de cempasúchil que todavía adornan el panteón, “es inmenso, no tiene fin”.
Cada que sale de alguna estación las señoras siguen espantándose por la velocidad de la cabina; el recorrido está por terminar, duró 20 minutos, “vale la pena la excursión, la vista es preciosa”. “Hay que venir otra vez y de ahí nos vamos al tren que va a Toluca”, le dice el padre a la niña.
Al final del recorrido, el personal pidió que todos descendieran, como si fueran buenos amigos, los nueve comenzaron a organizarse para regresar, “hay que preguntar en dónde está la fila”, “hay que esperarnos un rato para que se obscurezca”. Todos se volvieron a formar, eso sí, los cuatro hermanos aprovecharon la fila de los adultos mayores para ingresar más rápido.