Personas en tránsito desconocen los programas y apoyos que anunció el Gobierno federal y capitalino ante las posibles deportaciones de Estados Unidos a México, además, el área de Movilidad Humana del Gobierno local encargada de establecer acciones para la reubicación de personas migrantes y quienes prometieron establecer planes para mejorar sus condiciones de vida, no respondió a la petición de revelar la estrategia trazada para que las primeras expulsiones instruidas por Donald Trump, no invadan los espacios públicos de la metrópoli, conviertan las calles en espacios insalubres que dañen su estadía, los coloque en situaciones de riesgo en los que sean abusados o violentados, o que su salud y economía se deteriore.
Mientras tanto, los únicos sitios que dentro de sus limitadas posibilidades “abrazan” a migrantes connacionales o extranjeros, son los albergues subsidiados por donativos u organizaciones independientes, los cuales, en sus palabras, están “hasta el tope” y “estiran” sus recursos para alojar a la mayor cantidad de personas en tránsito que antes dormían en las calles de la Ciudad de México. Otros espacios, menos favorecidos, se mantienen en estado insalubre.
A pesar de que la jefa de Gobierno, Clara Brugada, designó a Temístocles Villanueva como el encargado del área que tendría que impulsar derechos plenos sin criminalización, con rediseño del padrón de huéspedes, acompañamiento en trámites, fin a la precariedad en las calles, vinculación laboral, no hubo respuesta del funcionario a la petición de Crónica para explicar el proyecto, aun cuando espacios públicos como la Plaza de la Soledad, en la alcaldía Venustiano Carranza, aloja migrantes con nulas condiciones de salud, educación y protección civil, donde niños y adultos conviven entre la suciedad, a más de un mes de que la mandataria capitalina presenta su estrategia integral para la atención de migrantes.
Mientras tanto, en los campamentos improvisados en la ciudad abundan historias de secuestro, extorsiones, trabajo sexual y robo durante su viaje por el “sueño americano”, sin que alguna de las personas en tránsito fuera informado del proyecto que se anunció desde el 15 de diciembre.
En la Plaza de la Soledad permanecen más de 100 migrantes sudamericanos en espera de que se agilicen sus trámites para avanzar hacia el norte, sin que alguno recibiera ayuda del Gobierno capitalino, ni alimentos o la opción de acudir a un albergue, mientras que organizaciones de la población civil e iglesias se adelantaron a auxiliar con comida, agua y cobijas.
Niños juegan en basureros a cielo abierto
Enfrente de la Parroquia de la Santa Cruz y Nuestra Señora de la Soledad, un campamento de personas en tránsito se asentó desde hace varios meses; con casas de madera han podido sobrevivir al calor, frío y a la lluvia, a pesar de que los espacios son pequeños, con poca ventilación y sin medidas de higiene, los migrantes tratan de que esa zona parezca una colonia más de la capital. El Gobierno de la ciudad no transita por ahí, solamente iglesias llegan a colocar mesas, sillas y stands con guisados e invitan a los extranjeros a “echarse un taco”.
Aunque la mayoría narra historias dolidas que vivieron en su travesía, los rostros de felicidad aparecen cuando ven la comida. Al caminar por los pasillos de la improvisada colonia se observan espacios insalubres, niños bañándose en la calle, al lado de tiraderos a cielo abierto y agua estancada. Algunos han instalado tiendas improvisadas, venden chocolates y paletas; otras casas exhiben en sus puertas reglamentos que dicen “prohibido tirar agua después de las 7:00”. No hay nada que hacer, la mayoría conversa, ríe, toma la escoba para barrer la basura, hay pocas actividades para pasar el día. Los hombres están mejor vestidos que las mujeres, tenis y chamarras que parecen nuevas, pero ellas visten blusas delgadas y desgastadas, pantalones cortos y sandalias en mal estado; parece que la mayoría ha pasado varios días sin asearse.
Otros escuchan música en bocinas conectadas a teléfonos, quienes tienen hijos, los cuidan de que no se vayan a otras calles, a pesar de la situación, las risas entre ellos no faltan. Algunos preparan sus propios alimentos, en un pequeño anafre encendido con leña montan una olla en la que cocinan pollo, verduras y nopales, sin ser un platillo específico, pues es lo que pudieron comprar.
El suelo de la plaza está dañado por la lumbre, los niños juegan entre esas cenizas, rodean la ardiente olla y las llamas con triciclos, algunos la testerean a punto de caerse. Varios migrantes prueban de la misma cuchara para verificar que esté listo, luego de que tocan el piso y las banquetas, meten las manos a la olla.
Alejandra, ciudadana venezolana, lleva siete meses en el campamento, sentada en una banqueta narra a Crónica la esperanza que tiene de llegar a Estados Unidos, sin importar la cancelación de CBP One o las deportaciones masivas, aunque no sabe nada de los planes de los Gobiernos federales y capitalinos para su reubicación.
Sin acciones claras ante la la cancelación del CBP One
Tampoco hubo respuesta de Villanueva luego de que a minutos del inicio del mandato de Trump, fuera cancelada la aplicación CBP One, la cual brindaba permisos humanitarios a personas en tránsito, lo que frena el viaje de aquellos que permanecen en la capital que estaban en espera de una cita con las autoridades fronterizas que analizaban su petición de asilo. Sin importar que hace dos años, la ciudad tuvo graves problemas con migrantes que permanecieron varias semanas en espacios públicos con calidad de vida deplorable.
“Aquí hay mucho frío, nos enfermamos mucho, hay muchas ratas, muerden a los niños, tienen que pasar entre las ratas. Cuando salimos de Venezuela fue complicado el pasaje, porque somos cinco, mi marido, tres niños y yo y a los niños les recobraron mucha plata y a nosotros entrando a la Región del Darién. Ahí hubo muchos muertos, niños, mujeres embarazadas y familias; Dios nos dio la fuerza y sabiduría de pasar, ahí ya no aguantaba, pensaba que no íbamos a salir nunca, llevábamos dos días caminando”, dijo Alejandra.
“Cuando pasamos la selva Necoclí todo fue diferente, nos secuestraron en Tapachula, nos quitaron plata, lo único que teníamos porque antes de cruzar, en Guatemala, mi marido trabajo y la fue guardando. Cuando cruzamos pagamos 20 pesos por la canoa”.
— ¿Con las autoridades cómo les fue? — “Nos cobraron quinientos pesos por los cinco”, responde. Alejandra interrumpe para decirle a sus hijos que no se alejen del campamento, aunque disimuladamente voltea para para limpiarse las lágrimas.
— ¿Qué plan tienen con la llegada de Trump? — “Esperar, tenemos fe de que vamos a pasar porque en este mundo hay un Dios que cambia el corazón y todo y que se lo cambie a ese señor para que no deporte a migrantes. Del Gobierno, aquí en México no sabemos nada. Nos vamos a mover hasta que nos hagan la cita con el CBP One, he hecho cuatro registros con ellos, se han eliminado tres, confiando en Dios que nos ayude, si en siete meses se vuelve a eliminar, la tenemos que volver a hacer”, dice con la voz entrecortada.
En la mente de Alejandra no existe la posibilidad de que se le rechace el “sueño americano”; aunque su alternativa no es quedarse en México, si no residir en Costa Rica; “mandar plata para Venezuela y tener lo que uno quiere, casa, negocio. En la ciudad mi marido encontró trabajo en un hospital, él es maestro y eso nos ha ayudado, cuando pasemos (a EU) con el favor de Dios, si a él le sale trabajo de albañilería y lo mío es la belleza, cejas, pestañas, cabello, trenzas”, narra mientras observa al cielo a manera de súplica a Dios.
Albergues comunitarios sostienen a la población migrante
En la capital los albergues subsidiados por el Gobierno dejaron de existir, en Iztapalapa y Cuauhtémoc fueron cerrados tras la baja del flujo de personas en tránsito y hasta el momento, ninguno ha sido reabierto, aún con las amenazas de Trump de deportaciones. En la colonia San Pablo, en Iztapalapa, existe la Casa del Migrante “Arcángel Rafael”, la cual sobrevive con donaciones y aunque luce en buen estado, no está en la posibilidad de recibir a nadie más, ni hay coordinación con los Gobiernos para alojar las próximas llegadas migratorias.
“Nuestras casas están llenas, están esperanzados en que les llegue la cita, algunos se están planteando quedarse en México y eso va a acrecentar el número de solicitudes ante la COMAR y no están preparados, se van a desbordar. México tendría que fortalecer a la COMAR con mayor presupuesto y agilizar procesos, no basta que les den un papelito y se queden en la calle, tiene que haber políticas de integración. No hay espacios suficientes, recursos, todavía hay cientos en estado de calle, más los que vienen en camino la realidad nos rebasa a todos, lo preocupante son las violaciones a los Derechos Humanos”, mencionó Juan Luis Carbajal, director de la casa “Arcángel Rafael”.
“La primera responsabilidad es del estado, nosotros nos mantendremos como estamos, es imposible rentar otro espacio, la gran responsabilidad es para la Secretaría del Bienestar, para la alcaldesa, para Temístocles, que tiene buena voluntad, pero eso va a ser insuficiente, el problema es mucho mayor, se van a llenar las calles de deportados, que eso vuelve complejo a ciertas colonias en temas de paz, bienestar o en el consumo de drogas. El gran trabajo es para la presidenta, no doblegar su discurso”.
“La señora presidenta tiene que pensar qué va a hacer con todas las personas en la calle, va a ser una antesala forzada en la que Estados Unidos va a decir quédate en México pero ¿Para qué? ¿México cómo les va a garantizar la seguridad en las fronteras que están controladas por el crimen organizado? Es un tema que los Gobiernos federal y de la ciudad deberían de tener una estrategia”.
En dicho refugio permanece Alonso, un venezolano en espera de cita, quien mantiene su fe en Dios como la única esperanza para cruzar al “otro lado”, no obstante, también fue víctima de extorsión y privación de la libertad en el mismo sitio que Alejandra.
“Llevo ocho meses de viaje, salimos a Colombia y entramos a la selva, nos robaron, se veían muchos muertos y en los otros países pasamos solos en bus porque teníamos algo de dinero. En México fue más fuerte la subida desde Tapachula, en Hidalgo, roban, nos secuestraron dos veces, nos pedían dinero, pagábamos y nos soltaban, cuatro días o una semana, dependiendo de qué tan rápido diéramos el dinero”.
Otro de los espacios de ayuda es la Casa refugio para migrantes y mochileros, en la colonia Popular Rastro de la alcaldía Venustiano Carranza, sitio que ofrece alojamiento barato, sin embargo, las condiciones en las que permanecen no son ideales para una buena calidad de vida. Entre ropa húmeda, suciedad, moscas, mobiliario roto y ventanas tapadas con cartones, niños y adultos conviven hasta que algún día, su cita en CBP One sea resuelta.