
En los noventa y comienzos del dos mil, las juventudes globales asumieron identidades urbanas consustanciales a su consumo cultural: a los aficionados a los cómics, coleccionistas de figuras de acción, se les sigue llamando frikis; a los apasionados de los videojuegos, gamers. Opuestos a estos estaban los punks o punketos, de peinados extravagantes y contestatarios al consumismo.
De entre toda esta plurifauna de adolescentes y jóvenes moldeados culturalmente por la posmodernidad, llamaban la atención los darks o los oscuros; esta tribu urbana, como su nombre lo refiere, gustaba de vestir de negro y de escuchar rock gótico, industrial, post-punk...
Era todo un movimiento con subdivisiones: los más atildados o elegantes eran los góticos, que recreaban en sus atuendos la vieja moda victoriana; los fachosos y rudos eran los metaleros; estaban también los darketos, que eran un punto intermedio entre los dos anteriores: ni tan finos ni desgarbados en su indumentaria, gustaban de reunirse a las afueras de iglesias góticas y frecuentaban cementerios pletóricos de mausoleos o tumbas monumentales.
Los vampiros y satánicos iban más allá de un posicionamiento estético y gusto musical; su grado de compromiso ideológico era mayor. Los primeros, con regularidad, eran fanáticos de los libros de Anne Rice y daban por ciertas las creencias acerca de una raza maldita descendiente de Caín que sostenía su inmortalidad bebiendo sangre humana. Los segundos, aún no extintos, siguen la filosofía de Anton Szandor LaVey, padre del satanismo moderno, que defiende nietzscheanamente la supremacía de los más fuertes y sugiere asumir una actitud egoísta y narcisista ante los demás: sólo se condescendiente con aquellos que son generosos y amables contigo.
Los marginados de este movimiento eran precisamente los emos. Fieles a los códigos de vestimenta dark, los emos gustaban de peinarse con flecos que cubrían sus rostros; de un deliberado aspecto andrógino, en lo emocional su sello era estar todo el tiempo tristes y taciturnos. Tanto en lo exterior como en lo interior presumían una fragilidad que los hacía chocantes con otras tribus urbanas. La comunidad dark se avergonzaba de ellos y los punketos se asumían como sus antagonistas o, si se quiere ser metafórico, eran sus “depredadores naturales”.
En el panorama citadino, las “glaciaciones culturales” han extinguido a tribus urbanas como los hípsters, que se discernían identitariamente entre lo retro y lo tecnofílico; es un avistamiento inusual toparse con un darketo de gabardina negra deambulando a las dos de la tarde, en pleno sol, por alguna plaza pública.
Las poblaciones que gozan de cabal salud en sus números son los frikis y gamers, y no se diga los otakus o amantes de la cultura japonesa; ellos prevalecen como tribu dominante en las convenciones de cómics en formas evolucionadas como los artistas del cosplay, y en otras más repudiadas como los furros, aficionados a las botargas de animales.
Para sorpresa de muchos, han resurgido, no con la notoriedad de antaño, los emos. Modas van y modas vienen; no obstante, los emos, más que los góticos, vampiros o darketos, sobrevivieron. Caso aparte son los metaleros; ellos parecen inmunes a los tránsitos intergeneracionales: los hay millennials, centennials y hasta alfa, por legado de cuna (padre metalero, hijo metalero).
Los emos están de regreso y es difícil saber dónde se habían refugiado todos estos años; para hacer visible su presencia tienen planeado realizar una marcha por las capitalinas calles de la Ciudad de México.
La marcha será en rememoración de un acontecimiento grabado en la crónica tribu urbana de México, y sobre todo en la capitalina (fue noticia nacional), cuando en la Glorieta de Insurgentes se enfrentaron emos y punketos en camorra campal. El evento lleva por nombre Marcha Emo 2025 en CDMX.
Este hecho histórico juvenil tuvo lugar el 16 de marzo de 2008 y, más allá de quienes hayan sido los incitadores del enfrentamiento, es un dato antropológico que por aquellos años cundió por todo México una emo-fobia; entre la propia comunidad dark eran repudiados principalmente por los metaleros.
Sin punketos a la vista, ni hare krishnas que vengan a poner paz en la trifulca, llegó el momento de los emos para su reagrupamiento en la intención de hacerle ver a la sociedad que no se han ido del todo; que el movimiento persiste en tiempos en los que prevalecen otros colectivos juveniles como los de orientación feminista, anarquista, vegana, animalista...
Aprovechando las facilidades de las nuevas tecnologías, la marcha ha sido promocionada en redes sociales como Instagram, Twitter y Facebook. Una nueva generación de emos seguro responderá a esa convocatoria. Será interesante ver si en este relevo generacional algo de la esencia del movimiento ha cambiado o si, por el contrario, se mantiene fiel a su estética y a su estilo de vida depresivo.
La marcha iniciará en el Eje Central Lázaro Cárdenas, para luego enfilar por Avenida Chapultepec y finalmente terminar en la Glorieta de Insurgentes. Tendrá lugar el sábado 15 de marzo; la cita para todos los emos será a la 1 de la tarde en el Palacio de Bellas Artes.
Considerando que estamos en una época en la que reina la incertidumbre por un futuro incierto, voces de la fatalidad anuncian que estamos asesinando a la madre tierra en la inconsciencia de mantener un ascendente derrotero de progreso tecnológico y económico que sólo obedece a las demandas de lucro de un capitalismo salvaje.
La paz mundial tampoco está garantizada; en el panorama internacional hay conflictos militares que nos advierten que las guerras no son cosa del pasado: hay un orden tripartito liderado por potencias nucleares como China, Estados Unidos y Rusia; cualquiera de los tres puede apretar el botón de sus armas de destrucción masiva.
Hay muchas razones para estar desalentados; la humanidad sufre y más sufren las marginadas minorías sociales y, con ella, todos los seres vivos del planeta. Una cultura plañidera como la emo, de corte juvenil, que pondera la tristeza, posiblemente tenga hoy bastante cabida, sobre todo entre las nuevas generaciones.
Si el emo de antaño se mantenía taciturno y abatido emocionalmente sólo porque así se lo dictaban lo códigos emocionales de su tribu urbana, el emo de hoy, de la llamada generación de cristal, tiene razones de sobra para lamentarse y hasta tiene más licencias sociales y culturales hoy que antes para hacerlo.