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La conferencia internacional de este jueves en París debería servir para frenar la agresión del Estado judío y la provocación del grupo chiita, y que no arrastren a una guerra civil al país de las 14 confesiones

Misión: salvar a Líbano de Israel… pero también de Hezbolá

Oriente Medio El presidente de Francia, Emmanuel Macron, recibe en el Palacio del Elíseo al primer ministro libanés Nayib Mikati, en víspera de la conferencia internacional sobre Líbano (MOHAMMED BADRA/EFE)

Si hay una palabra peor que guerra, a secas, es guerra civil. Esta misma semana, el ministro francés de Defensa, Sebastien Lecornu, advirtió que teme “una guerra civil inminente” en Líbano, el único país del mundo donde conviven hasta 14 corrientes religiosas (entre musulmanes, cristianos, drusos y sí, judíos), pero en la que sólo una de ellas —la chiita— cuenta con un Ejército paralelo al Ejército nacional libanés —la milicia armada de Hezbolá— y no responde a los intereses de Beirut, sino de su amo que lo financia, entrena y envía armas: Irán.

No es casualidad que quien haya lanzado esta alerta sea el jefe de las Fuerzas Armadas de Francia, teniendo en cuenta que este país, con fuertes lazos políticos, históricos y culturales con Líbano (fungió como protectorado de 1926 a 1943, hasta que París reconoció la independencia de Líbano) acoge este jueves en París una conferencia internacional para para reunir ayuda humanitaria para la población libanesa, víctima de la venganza militar de Israel, el vecino del sur que ya ha demostrado al mundo en Gaza que eso de respetar el derecho humanitario internacional contra civiles del bando enemigo no les preocupa lo más mínimo (ahí están los más de 15 mil niños palestinos muertos por fuego israelí, por poner sólo un ejemplo).

De hecho, la otra misión que se ha propuesto el presidente Emmanuel Macron con la conferencia es concientizar al mundo de la necesidad de reconstituir al Ejército libanés y de que se cumpla la resolución 1701 de la ONU, que exige el cese total de las hostilidades entre Israel y Hezbolá, la retirada de las fuerzas israelíes del Líbano y el desarme de la guerrilla chiita, para que tomen el control de todo el territorio las fuerzas libanesas bajo un mandato único del gobierno de Beirut, apoyados por el despliegue de cascos azules bajo el mandato de la ONU (FINUL).

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La resolución 1701 fue aprobada por unanimidad el 12 de agosto de 2006 por todos los miembros del gobierno libanés, incluidos los dos representantes de Hezbolá. Ese mismo día, el líder del grupo, Hasan Nasrala, aseguró que su milicia honrará sus compromisos. Un día después, fue el gabinete israelí, liderado por el primer ministro Ehud Olmert, el que también votó por unanimidad el fin de la guerra y la retirada de las tropas del sur de Líbano.

Pero Hezbolá nunca se desarmó ni puso a sus milicianos a las órdenes del Ejército libanos, sino todo lo contrario: tras adjudicarse la “victoria” por el fin de la guerra, siguió aumentando su poder, en número de milicianos mientras Irán no cesó de enviar armas, al punto de convertirse en una especie de “Estado dentro del Estado”, con control territorial en el sur de Beirut (en su feudo en Dahiye), y el sur y este de Líbano (valle de la Bekaa).

Por su parte, Israel cumplió en un principio su compromiso de retirarse del sur de Líbano, pero siguió violando sistemáticamente todas las resoluciones de la ONU concernientes a la ocupación de territorios palestinos y los altos del Golán sirios.

Además, la renuncia al gobierno del moderado Olmert, quien al menos intentó un proceso de paz con los palestinos con la conferencia de Annapolis, abrió el camino para la llegada al poder del hombre que más ha torpedeado cualquier intento de un arreglo diplomático y pacífico en Oriente Medio y quien más ha apostado por la humillación del pueblo palestino y por la “limpieza étnica”, mediante la aprobación masiva de asentamientos ilegales para los colonos judíos en Cisjordania y Jerusalén Este, haciendo prácticamente inviable un futuro Estado palestino.

Tras la destrucción de Gaza y el descabezamiento de la cúpula de Hamás, a manos del gobierno más extremista y supremacista judío de la historia, ha llegado el turno al Líbano, sometido desde hace más de un mes a intensos e indiscriminados ataques israelíes, que no cesan pese a haber logrado descabezar también la cúpula de Hezbolá.

Por ello y para salvar a Líbano de convertirse en una nueva Gaza, es más necesario que nunca una ofensiva diplomática fuerte, que, por un lado, obligue a Israel a un cese del fuego en sus dos frentes (y de paso acabe con la pesadilla de los rehenes en la destruida Franja); y por otro lado, obligue a Hezbolá a que deje de engañar a sus compatriotas chiitas (haciéndoles creer que tienen en sus manos la victoria) y se comporte como un partido político que defienda no sólo los intereses de su gente, sino de todos los libaneses.

La conferencia de París podría ser, si hay voluntad, el principio del fin de la crisis crónica en Oriente Medio. Pero no será posible si Estados Unidos mantiene su postura ambigua e hipócrita, en la que pide en voz alta a Israel que negocie un alto el fuego, mientras en voz baja sigue enviando todo tipo de armas con las que el Estado judío ataca a la población. Tampoco será posible si Irán sigue armando a grupos terroristas aliados en la región, como Hamás, Hezbolá, los hutíes de Yemen e incluso el régimen tirano del sirio Bachar al Asad. El ayatolá Alí Jamenei —considerado por la oposición iraní no como el líder moral de los chiitas, sino el líder de la policía moral y de los jueces y guardias revolucionarios que aterrorizan a la población— debería entender a estas alturas que no sólo está presenciando cómo la furia israelí está desmantelando sus grupos aliados en la región, sino que Irán puede ser muy pronto el siguiente frente de guerra.

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