Es difícil imaginar que alguien que estudió contabilidad, trabajó diez años de su vida como agente migratorio, encargado de perseguir migrantes en territorio nacional y que por si fuera poco no atrapó a ninguno, según su propio testimonio, o que más adelante fue vendedor de neumáticos, y que vendió muchos, también de acuerdo con sus propios recuentos, pudiera llegar a ser no sólo un gran escritor, sino una figura central de las letras mexicanas, latinoamericanas y de la literatura universal en general.
En el mes de noviembre celebramos en México el día de los muertos, festividad inscrita en 2008 por UNESCO en la lista del patrimonio intangible de la humanidad, y un aniversario más de la revolución mexicana, el primer gran movimiento de cambio social en el mundo del siglo XX, antes incluso que la revolución bolchevique.
Ello en su conjunto, hace aconsejable recordar a Juan Rulfo, autor de grandes novelas y de extraños oficios, no en este caso para escribirle una Calaverita, que bien valdría la pena, pero más bien para rememorar sus obras maestras, Pedro Páramo (1955) y el Llano en Llamas (1953), de la que esta columna ha tomado prestado el título, tanto por su estrecha estrecha relación con las festividades de las dos fechas señaladas, como por la centralidad de los temas que trata y que son de absoluta trascendencia para preguntarnos por el rumbo y el destino de las cosas en el mundo.
Como es bien sabido, Rulfo mantuvo en su prosa, como preocupaciones centrales, al hombre y la violencia, incluso la violencia de la naturaleza. En algún pasaje del Llano en Llamas, clamaba el Pichón ante el avance de los federales: “hubiéramos ido de buena gana a decirle a alguien que ya no éramos gente de pleito y que nos dejaran estar en paz; pero, de tanto daño que hicimos por un lado y otro, la gente se había vuelto metrera y lo único que habíamos logrado era agenciarnos enemigos.”
La metáfora viene a cuento mas de siete décadas después, pensando justamente en la violencia del hombre y de la naturaleza, aunque vale decir que por la acción directa del hombre, que en fechas actuales han llegado a niveles que superarían cualquier ejercicio de imaginación.
Los conflictos ucraniano, palestino y en otras regiones del mundo, así como los actores regionales y extra regionales involucrados en esas situaciones de crisis y de violencia, han llegado a niveles insospechados y han llevado la cosas a los límites de lo irracional. Cabe sugerir que un mal cálculo, un error, en el marco de la retórica encendida de las partes en conflicto, intentando justificar su conducta demencial puede conducir a un estado de violencia generalizada y extendida con consecuencias imprevisibles, más allá de la destrucción y de la muerte de miles de personas inocentes que ya han causado.
Por si ese contexto de violencia e irracionalidad no fuera suficiente, también la acción del hombre está teniendo efectos cada vez más devastadores en el medio ambiente, en los países y sus sociedades y, desde luego, en la naturaleza. Todos los días nos enteramos de una nueva catástrofe producida por fenómenos naturales atípicos.
Justo es decir que para Rulfo la realidad era el punto de partida, el resto en su obra proviene de su imaginación. Los contextos, las situaciones, los paisajes, los personajes y desde luego los diálogos y el modo de hablar, todo es producto de la imaginación. Tal vez por ello es que cautiva más la lectura de sus novelas. El propio Rulfo nos dice que cualquier persona que tratase de encontrar los paisajes que describe, o los motivos que dieron origen a sus descripciones, no los encontrará. Si acaso decir que la imaginación también es fascinación.
Aunque no lo imaginó Rulfo con los fines catastróficos que pudieran derivar de la situación internacional contemporánea, podría decirse que el mundo pudiera estarse acercando a condición de llano en llamas y corre el riesgo de convertirse en un páramo global.
De momento y con el trasfondo de las icónicas fechas de celebración en nuestro país, es recomendable adentrarse en la lectura y las reflexiones del maestro Rulfo.