Donald Trump admitió en campaña, sin que le temblara la voz, que le gustaría ser dictador, aunque sólo fuera su primer día en la Casa Blanca. A raíz de este preocupante comentario, surgieron voces cercanas al expresidente que alertaban que el magnate populista no estaba bromeando, que es cierto que le escucharon decir que le gustaría rodearse de “generales como los de Hitler”, porque, en su mente de empresario megalómano, no le gusta que le cuestionen o le discutan, le gusta que le obedezcan.
En víspera de las elecciones del 5 de noviembre, el general John Kelly, el jefe de gabinete que más duró en su cargo durante la administración de Trump (2017-2021), expresó públicamente esta semana su preocupación de que el expresidente pudiera cumplir con la definición de fascista.
“Trump gobernaría como un dictador si se lo permitieran”, aseguró el general Kelly, nada sospechoso de ser un progresista.
Pues bien, 75,888,830 de estadounidenses (50.2%) votaron para que Trump gobiernen los próximos cuatro años, a sabiendas de la profunda división que dejó en la sociedad en su primer mandato, de que es un delincuente convicto y de que, al ser este su último mandato, no debe preocuparse de las formas y va a llegar más vengativo que nunca a imponer su agenda radical, ayudado por “halcones” de extrema derecha, conspiracionistas, negacionistas, xenófobos y profundamente antiliberales.
Y este gobierno sin contrapesos democráticos va a ser posible no sólo gracias a que ganó el voto electoral (312 frente a 226 de Kamala Harris) y el voto popular (tres millones más que la candidata demócrata), sino porque arrebató la mayoría a los demócratas en el Senado (53 a 47) y conservó su mayoría en la Cámara de Representantes (218 frente a 209).
Pero el futuro gobierno ultratrumpista (los calificativos conservador y republicano se quedan cortos) no es sólo responsabilidad de más de la mitad de los votantes estadounidenses en las últimas elecciones, sino que es mérito del propio Trump durante su primer mandato.
Jueces trumpistas
En medio de los gritos de queja de Trump hace cuatro años, cuando denunció fraude masivo y que le habían “robado” las elecciones, el magnate republicano escribió en las redes una frase que pasó casi desapercibida, pese a que sus consecuencias la están “sufriendo” ya millones de personas y cuyas consecuencias para el país durará décadas. El expresidente dijo, rumiando su frustración, que al menos había “llenado los tribunales de fieles” que defenderían su legado.
Y tenía razón: Trump nombró a decenas de jueces federales según su ideología y aprovechó la oportunidad de que quedaran vacías, por fallecimiento, tres de las nueve vacantes de jueces de la Corte Suprema, para elegir a magistrados conocidos por sus posturas ultraconservadoras —Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Barrett—, que se sumaron a los tres conservadores que siguen activos, inclinando la balanza para una supermayoría conservadora de seis jueces frente a tres magistradas progresistas en minoría.
Trump se propuso como a misión y lo logró frenar en seco mediante fallos judiciales todo lo avanzado en derechos civiles y progresistas, como el derecho al aborto, el derecho a solicitar asilo, sin temor a ser encarcelado, el derecho de las personas trans o el derecho a ayudas sociales del gobierno en educación, sanidad o vivienda, entre mucho otros.
Ahora que Trump vuelve al poder, reactivará la ofensiva ante cualquier vacante que se libere para nombrar a magistrados y tener así bajo su control total del poder Judicial, para, entre otras cosas, criminalizar a las mujeres que abortan, a los inmigrantes, o lo más inmediato: quedar impune de los cargos criminales por los que fue declarado delincuente convicto y de la treintena de casos judiciales que tiene pendientes, entre ellos incitar al asalto al Capitolio.
Cuatro años después de poner en serio riesgo la democracia de Estados Unidos, Trump logró “asaltar” el Capitolio sin necesidad de profanar el edificio de forma violenta por una turba de trumpistas, sino que lo tendrá bajo su control gracias a que así lo ha querido ahora la mayoría de los estadounidenses.
El gabinete más radical de la historia
Con los poderes Legislativo y Judicial en sus manos, a Trump sólo le falta que el Senado le confirme al gabinete más radical de la historia moderna de Estados Unidos, muchos de los señalados con la clara intención de provocar a sus “enemigos internos”, como la decisión, este jueves, de nombrar secretario de Salud a un negacionista de las vacunas, Robert F. Kennedy, a sabiendas de que las vacunas frenaron radicalmente la letalidad de la Covid-19 (salvando a millones de personas); o poner al frente de las agencias de Inteligencia a la excongresista Tulsi Gabbard, otra renegada del Partido Demócrata (como Kennedy) convertida en republicanas radical y admiradora de Vladimir Putin; o poner de embajadora de EU ante la ONU a Elise Stefanik, una proisraelí que nada tiene que objetar de la políticas genocida de Benjamín Netanyahu contra los palestinos.
Muchos, entre ellos varios legisladores republicanos (off the record, para no enojar al aspirante a dictador), se preguntan en qué estaría pensando el presidente electo para poner como secretario de Defensa del Ejército más poderoso del mundo a un presentador de Fox News, Peter Hegseth; o elegir como fiscal general a Matt Gaetz, sobre quien existe una denuncia por abuso sexual con una adolescente (archivada en extrañas circunstancias), y cuyo único mérito es haberle acompañado como un perrito faldero a todas las audiencias judiciales a las que ha tenido que presentarse Trump para responder por numerosos delitos.
Donde, por desgracia, parece que habrá consenso y no tendrán problemas para ser ratificados por los senadores son la triada de “bestias negras” contra la inmigración: para secretaria de Seguridad Nacional, la gobernadora Kristi Noem, famosa por su envió de tropas de la Guardia Nacional a Texas para apoyar la militarización fronteriza… y por asesinar de un tiro a su perro; para zar de la frontera, Thomas Homan, artífice de las deportaciones masivas en el gobierno de Barack Obama, y quien promete redadas en centros de trabajo a partir del 20 de enero; y de nuevo con asesor presidencial, el siniestro Stephen Miller, ideólogo de la cruel política de separación de familias migrantes en la frontera.
Pero el nombramiento más llamativo y el más polémico es el de Elon Musk como responsable del creado para la ocasión el Departamento de Eficiencia Gubernamental, desde donde promete reducir en un tercio el presupuesto federal bajo la lógica de ordenar sin que nadie le rechiste, como sigue haciendo al frente de su empresa X, la mayor plataforma social del mundo que difunde cualquier bulo que sirva para atacar al “enemigo socialista” o para alabar y defender la nueva era de políticos-empresarios-machos alfa, como Trump… o como él mismo, si un día se decide a conquistar personalmente el mundo, antes de cumplir su sueño de “ocupar Marte”.