El 5 de noviembre, el mundo estaba en ascuas, expectante ante una contienda electoral. Estados Unidos celebraba su sexagésima elección presidencial. Los contendientes: la fórmula republicana, conformada por Donald Trump y James Vance, y la demócrata, integrada por Kamala Harris y Tim Walz. Los sondeos de opinión presagiaban un triunfo apretado de Harris.
Las casas de apuestas le alzaban el brazo a Trump. Con formas mixtas de votación, el pueblo estadounidense sufragó. Contraviniendo los pronósticos, el magnate inmobiliario de Nueva York ganó de forma contundente, obteniendo 312 votos electorales; la todavía vicepresidenta quedó rezagada con tan solo 226.
El regreso de Trump a la presidencia alarmó a muchos gobiernos del continente. Nicolás Maduro, dictador de Venezuela, solicitó la intermediación del Papa ante el retorno de los republicanos al poder. En Cuba y Nicaragua tampoco había mucho que celebrar.
Quienes sí festejaban eran las derechas hispanoamericanas. Desde Argentina, el presidente libertario Javier Milei le envió sus felicitaciones a Trump a través de los canales institucionales y en redes sociales. La contestación tardó, aunque no mucho: Milei tuvo su llamada con el presidente electo de la potencia del norte. El portavoz de Buenos Aires, Manuel Adorni, resumió la conversación telefónica en dos mensajes de X con una frase: “Usted es mi presidente favorito”.
Trump tiene admiradores entre los presidentes del mundo; quizás no muchos, pero al menos en el continente, además de Milei, está Nayib Bukele, presidente de El Salvador. Sin rezago alguno, Bukele le escribió en su cuenta de X: “Felicitaciones al presidente electo de los Estados Unidos de América, Donald Trump. Que Dios te bendiga y te guíe”.
Los latinoamericanos más conservadores están con Trump. Esta realidad también se refleja en el ámbito doméstico estadounidense, como lo demuestran las estadísticas de la votación. La candidata demócrata obtuvo el 53% del voto latino, mientras que Trump rompió su propio récord con el 45%, lo que significó un aumento de 10 puntos respecto a la elección anterior en la que participó. Desglosado por sexo, los hombres latinos que votaron por él representaron el 53%, mientras que las latinas alcanzaron un 37%, un porcentaje nada despreciable.
Que el votante blanco, de fe protestante, de clase media baja y sin estudios universitarios tenga comprometida su preferencia electoral con el Partido Republicano no causa ninguna extrañeza. Incluso, existe un Cinturón Bíblico en el sureste de Estados Unidos, donde la influencia de los pastores evangélicos, pentecostales y bautistas es significativa.
¿Estado laico? No, gracias. Esta es la consigna en estados, del Cinturón Bíblico, como Alabama, Tennessee, Georgia, Misisipi, Luisiana, Oklahoma… Los líderes religiosos de esta región son acérrimos enemigos de las ideas progresistas y de la migración ilegal; reclaman el derecho ciudadano a poseer armas y muchos están a favor de la educación en casa. Para ellos, el mejor maestro para un niño es su propio padre o madre, bajo la premisa de que la escuela está pervertida por ideologías anticristianas. Sobre el aborto, es obvio: quisieran prohibirlo en todo el país.
A este tradicional electorado republicano ahora se suman, como vimos anteriormente, los latinos avecindados en Estados Unidos, que conservan sus creencias católicas más tradicionales o se ha convertido a algunas de las iglesias protestantes igualmente críticas del progresismo. Para estos latinos, perfectamente cristianos y conservadores, el candidato que los representó y con quien se sintieron identificados fue finalmente Trump.
Trump es el candidato y ahora el presidente de los creyentes, su esperado mesías; esto es música para los oídos ultraconservadores desde el Río Bravo hacia el norte, pero también para los del sur, como veremos a continuación.
Sin embargo, este multimillonario de abolengo y ascendencia alemana no es precisamente un dechado de virtudes ni de intachable moralidad; calificarlo como un caballero cristiano es, por demás, irrisorio. Lo persigue una estela de escándalos financieros, sexuales y políticos. ¿No incitó acaso a las muchedumbres de sus seguidores a tomar el Capitolio, a dar un golpe de Estado, tras desconocer el triunfo electoral de Joe Biden?
Trump es el primer presidente o expresidente de Estados Unidos en ser condenado en un juicio penal; un jurado popular lo declaró culpable de 34 delitos. Para las mentalidades de sus más fervientes seguidores, todas las justificaciones son posibles; para ellos, «Dios escribe derecho en renglones torcidos».
El signo de su predestinación, que sustenta esta narrativa mesiánica, fue el intento de asesinato que sufrió en Pensilvania, el 13 de junio de 2024. De milagro, salió solo con un roce de bala en la oreja. Este es el milagro, la prueba de que Dios está con este hombre de turbio historial, pero de muy buenas intenciones.
Un mesías para todos. Sí el mote también se lo compraron ciertos sectores conservadores mexicanos, señalados de ultraderechistas. A este sector opositor a la Cuarta Transformación y a su Segundo Piso lo representa y encabeza el actor y fallido contendiente a la presidencia de la república: Eduardo Verástegui.
Haciendo a un lado el nacionalismo derechista mexicano, tradicionalmente antiyanqui, estos mexicanos vieron en el triunfo de Trump una revancha del destino: perdieron las elecciones en México, ganó Claudia Sheinbaum; pero, desde el norte, el “elegido”, según sus lucubraciones conservadoras, la pondrá en cintura.
En redes sociales como YouTube, TikTok y Facebook, estos grupos conservadores se unen al concierto del mesianismo pro-Trump al proclamarlo como el nuevo Ciro. A su entender, al igual que el emperador persa que liberó desinteresadamente al pueblo de Israel, así Trump salvará a Estados Unidos y a las naciones del continente del globalismo marxista, el cual amenaza con imponer una agenda progresista: LGBT, feminismo, aborto y Black Lives Matter, financiada por el multimillonario George Soros y su Open Society.
Una solución de raíz. Si el imperio del norte y sus grandes empresas transnacionales impulsan mundialmente la agenda progresista, con sus banderas feministas, izquierdistas, proabortistas, woke y ambientalistas, con este cambio de administración muchos esperan que Trump, el “mesías de los conservadores”, le ponga fin a dicha agenda.
Estos sectores conservadores esperan demasiado de Trump: sueñan que por su sola influencia y presencia internacional, acabe con la guerra en Ucrania y Gaza, y que, fiel a sus ideas, gane la batalla cultural contra el progresismo. Quizás esté a la altura de sus expectativas, aunque cabe la posibilidad de que los decepcione. Esto no lo sabremos hasta que asuma y ejerza su segundo mandato.