Dentro de dos meses, Joe Biden tendrá que sufrir la humillación de entregar la Presidencia de Estados Unidos, a su enemigo ideológico y al que derrotó hace cuatro años —el republicano Donald Trump—, quien a su vez derrotó el 5 de noviembre a la candidata demócrata, Kamala Harris.
Este martes, notó en persona, lo duro que es ser un “lame duck” (en la jerga de la política estadounidense, un pato cojo, un presidente sin poder alguno o que el poco que le queda puede revertirlo su sustituto). Todo lo que haga en estas últimas semanas —como autorizar a Ucrania el lanzamiento de misiles de largo alcance contra Rusia— puede ser revertido a partir del 20 de enero por Trump, cuando se vuelva a sentar en el Despacho Oval.
Silencios clamorosos
Biden, que este miércoles cumple 81 años, se despidió de los principales líderes mundiales en una gira en la que no contestó ni una sola pregunta a los periodistas, no dio grandes discursos y sus apariciones quedaron envueltas en clamorosos silencios, guiones sin fluidez y explicaciones técnicas de funcionarios que solo sirvieron para acompañar el ocaso de un líder que estuvo llamado a poner fin a la era Trump.
Pocos silencios son más clamorosos que los de un político de estatura mundial. Biden llegó la semana pasada a Lima (Perú) para la cumbre del Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC), para posteriormente dirigirse a su último cónclave de líderes del G20 en Río de Janeiro (Brasil).
En ambas cumbres quedó opacado por el protagonismo del presidente chino, Xi Jinping, quien llega a Sudamérica como el líder de la primera potencia inversora (inauguró en Perú el superpuerto de Maracay), el renovado liderazgo como estadista mundial del anfitrión de la cumbre del G20, Lula da Silva, el del primer ministro indio, Narendra Modi (con su país como el más poblado del mundo) e incluso la ruidosa presencia del presidente argentino, Javier Milei, el ideológico ultralibertario de extrema derecha quien fungió en la cumbre carioca como el “enviado de Trump”.
Biden pasó de puntillas por una APEC que representa al 60% de toda la economía mundial, apenas dio declaraciones y en la reunión bilateral con Xi, la tercera y última de su presidencia, se limitó a unos breves mensajes que fueron complementados por el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, en un corrillo con un detalle y candidez que el presidente no ha vuelto mostrar desde su renuncia a la reelección en julio.
Algunos recordaban precisamente la cumbre de líderes de la APEC de Lima de 2016, en la que el entonces mandatario estadounidense, Barack Obama, llegó como presidente saliente y con Trump a las puertas de su primer mandato y explicó los puntos centrales de la transición y de la Alianza Transpacífica en una multitudinaria rueda de prensa.
En seis días de gira por Sudamérica, Biden no contestó una sola pregunta de unos periodistas cansados de gritar para conocer su opinión de los temas centrales de sus dos últimos meses mandato.
“Técnicamente, contestó una”, explicaba una periodista de la Casa Blanca, que se percató que tras el almuerzo de este miércoles con el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, respondió con un sucinto “pacíficamente” a la pregunta del corresponsal de The New York Times de cómo van a dirimir Washington y Pekín sus diferencias sobre Corea del Norte.
Biden hizo varios anuncios durante este largo viaje por la región para apoyar la reforestación, o las inversiones de economía verde, con un compromiso récord de 4,000 millones de dólares a instrumentos de financiación del Banco Mundial, pero la pregunta era siempre la misma: ¿Qué pasará con todo eso cuando llegue Trump?
¿Dónde está Biden?
Biden, de 81 años, ha sido fustigado en las redes sociales por sus despistes y lapsos verbales, especialmente desde el mal debate que protagonizó a finales de junio frente a Trump y que a la postre le costó la candidatura electoral, y, ante la falta de acceso al mandatario en sus últimos dos meses en el poder, la atención se acaba enfocando en sus metidas de pata, por muy inocentes que sean.
El domingo, en una visita a un parque amazónico de Manaos (Brasil), Biden, que leyó un breve discurso frente a un ‘teleprompter’, terminó su intervención y se fue caminando solo hacia la selva, algo que ha sido pasto de los creadores de memes, mientras que el lunes en Río se perdió una de las fotos de familia de la cumbre por una confusión con los horarios y una reunión con el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, quien también se quedó fuera de la instantánea, provocando una broma que con Biden se ha convertido en costumbre.
“En mi opinión es clamoroso que no hayan esperado al presidente de los Estados Unidos, en cualquier otro caso hubiese ocurrido así”, reflexiona una veterana periodista del país norteamericano sobre la anécdota de la fotografía frente al Pão de Açúcar, un marco icónico por el que durante estos días Biden ha circulado en su “Bestia”, en silencio y entre la indiferencia de los cariocas y las banderas chinas que han plantado los admiradores de Xi (con información de EFE).