Estos son los tiempos de lamentarnos por la impermanencia y fragilidad del entorno natural que paulatinamente va en declive; por capricho de políticas industriales que pugnan por el ‘progreso’ pero que acarrean, a la vez, deterioro ambiental.
La cumbre climática, que ha culminado en Azerbaiyán, sigue siendo el escaparate para los dobles discursos. En la COP29 de Bakú, los países sellaron un controvertido acuerdo para crear un mercado mundial de carbono, que busca implementar el artículo 6 del Acuerdo de París.
Según la Presidencia del encuentro, el objetivo es fomentar la cooperación internacional para reducir emisiones, permitiendo que los países que generen menos CO2 vendan créditos de carbono a los que más contaminan.
En teoría, esto debería incentivar la inversión en proyectos sostenibles y ayudar a cumplir los objetivos climáticos nacionales (NDC).
La presidencia de Azerbaiyán, entre sonrisas forzadas y mensajes de última hora, celebró el acuerdo como una herramienta “fiable y transparente” para desbloquear flujos de inversión de hasta 250.000 millones de dólares anuales.
Sin embargo, para muchos críticos, esta narrativa no es más que un intento de disfrazar una puerta giratoria para las industrias más contaminantes del mundo.
El corazón del acuerdo radica en un esquema que permite a los países más contaminantes comprar derechos de emisión a los que logren reducir su impacto ambiental.
En lugar de recortar sus propias emisiones, las naciones ricas y las industrias fósiles podrían simplemente “pagar” para seguir contaminando, mientras presentan un lavado verde al público y a los inversores.
Lavado verde
El “greenwashing” o lavado de imagen verde es una práctica ampliamente utilizada por empresas para aparentar que sus acciones son “sostenibles”, aunque en realidad carezcan de un impacto positivo real y, en algunos casos, incluso resulten perjudiciales para el clima.
La comunidad científica ha señalado la necesidad de implementar mecanismos rigurosos de control, supervisión y transparencia en los mercados de carbono voluntarios. Los especialistas advierten sobre la importancia de una planificación sólida y estructurada, en lugar de proyectos improvisados que, con frecuencia, son abandonados sin ningún tipo de monitoreo ni seguimiento adecuado.
Olor a fraude
Organizaciones como Greenpeace fueron categóricas al calificar este mercado como una “estafa”. Según sus representantes, estos mecanismos de mercado no son más que una licencia para continuar dañando el planeta mientras se pretende cumplir con objetivos climáticos.
“Esto solo refuerza la dependencia de los combustibles fósiles y perpetúa la contaminación”, advirtieron en un comunicado.
Kelly Stone, de ActionAid USA, fue aún más contundente: “No se trata de acción climática, sino de un lavado verde descarado. Estos mercados de carbono son permisos para seguir contaminando”.
Logro bajo fuego cruzado
La presidencia de Azerbaiyán se atribuyó el mérito de desbloquear años de estancamiento en las negociaciones climáticas, describiendo el acuerdo como un “hito”. Pero la jornada de cierre estuvo lejos de ser un éxito absoluto.
La manera en que se llevaron las negociaciones fue ampliamente criticada por delegados y organizaciones no gubernamentales, quienes señalaron falta de transparencia y una inclinación hacia los intereses de los países ricos y las grandes corporaciones.
Aunque el acuerdo busca formalizar un sistema centralizado de comercio de carbono bajo la supervisión de Naciones Unidas, los mecanismos planteados dejan muchas dudas.
En lugar de ser una solución a la crisis climática, parece ser un negocio redondo para las economías desarrolladas que, con suficiente capital, podrán esquivar los sacrificios necesarios para reducir sus emisiones.
Así es como los objetivos por aminorar la crisis climática se van al caño. Este año, una vez más. La COP29, en lugar de ofrecer soluciones transformadoras de raíz, fue también una kermes que prioriza el beneficio económico sobre la urgencia medioambiental.