¿Cuántas fases tiene el alto el fuego y qué escenarios se presentan?
El alto el fuego consta de tres etapas: una tregua inicial, seguida del repliegue de Hezbolá al norte del río Litani (que divide el sur del centro de Líbano); la retirada escalonada de las tropas israelíes del sur de Líbano en un plazo de 60 días; y, por último, negociaciones entre ambos países para delimitar su frontera, que actualmente corresponde a una línea trazada por la ONU tras la guerra de 2006.
La tregua entró en vigor a las 4 de la madrugada de este miércoles 27 de noviembre y finalizará a mediados de enero, siempre y cuando no ocurran estos dos escenarios, uno malo y otro bueno:
Escenario malo. Israel reanuda los ataques en Líbano antes de que acaben los 60 días, si Hezbolá rompe el alto el fuego unilateralmente —lanzando de nuevo cohetes o atacando a los soldados israelíes en retirada—; o si Israel detecta movimientos de rearme y reposicionamiento de la guerrilla chiita, aprovechando el periodo de calma.
Escenario bueno: que Israel prorrogue el alto el fuego más allá de finales de enero (coincidiendo con el regreso al poder de Donald Trump), si la parte libanesa, tanto el gobierno de Beirut como Hezbolá, cumple todos los puntos del acuerdo y hay voluntad de mantenerlos en el tiempo.
¿Cuáles son los puntos del acuerdo, además del alto el fuego?
Que se cumpla la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada el 11 de agosto de 2006 y que puso fin a la primera guerra entre Israel y Hezbolá, la milicia libanesa chiita creada tras la invasión israelí y armada y entrenada por la Guardia Revolucionaria iraní.
Según lo acordado hace 18 años, tanto las tropas israelíes como los milicianos de Hezbolá debían retirarse del sur de Líbano; los primeros, cruzando la frontera hacia el sur, regresando a sus cuarteles en el Estado judío, y los segundos, cruzado al norte del río Litani que discurre por el sur de Líbano, a unos 40 kilómetros de la frontera con Israel. Esa franja sur de territorio libanés pasó a llamarse “línea azul”, porque allí se desplegó a finales de 2006 una misión de cascos azules, a modo de fuerza de paz de interposición.
Por último, la Resolución 1701 —que se vuelve a rescatar para el actual alto el fuego— contempla el desarme de cualquier organización armada que no sea el Ejército libanés y que éste se despliegue en el sur (unos 10 mil soldados) para colaborar con los cascos azules para garantizar el cumplimiento del acuerdo.
¿Por qué volvió a estallar la guerra?
Básicamente, porque Hezbolá lleva 18 años incumpliendo sus tres compromisos: no se disolvió como guerrilla ni incorporó a sus milicianos armados al Ejército libanés; no se replegó de sus posiciones en el sur del país, sino todo lo contrario, se fortaleció; y el 8 de octubre de 2023 inició una campaña de lanzamiento de cohetes contra el norte de Israel, un día después del ataque terrorista de Hamás.
¿Israel violó también la Resolución 1701?
Sí y no. Israel cumplió su mayor compromiso: se retiró de Líbano en 2006, pero desde entonces ha lanzado ataques, que pasaron de ser esporádicos a diarios desde la irrupción de Hezbolá en la guerra de Israel contra Hamás en Gaza, y se convirtió finalmente en una guerra total desde septiembre, con bombardeos masivos en Beirut y en todo el país, y con los tanques israelíes cruzando de nuevo la frontera e invadiendo parte del sur de Líbano.
¿Por qué Israel decidió precisamente ahora aceptar la tregua?
Porque el primer ministro Benjamín Netanyahu y su gabinete de guerra consideran cumplidos sus objetivos de descabezar la cúpula de Hezbolá y de destruir sus centros de almacenamientos de cohetes y drones, así como sus sucursales bancarias desde donde se financian… sin importar que hayan dejado por medio más de 3,800 libaneses muertos, muchos de ellos niños.
Además, se aprobó el alto el fuego para centrarse en la crisis que causa más angustia en la sociedad israelí: la liberación del centenar de rehenes en poder de Hamás en la Franja de Gaza desde hace más de un año.
¿Está la pelota ahora del tejado libanés?
Definitivamente. El gobierno del primer ministro Nayib Maliki tiene por delante la compleja misión de hacer que, esta vez sí, Hezbolá cumpla con su obligación de retirarse al norte de río Litani y, sobre todo, no vuelva a lanzar cohetes contra Israel, ni a intentar reorganizarse como grupo armado.
Para ello cuenta con cuatro ventajas y dos desventajas que en la práctica supone que Maliki tiene una soga en el cuello:
Las ventajas son la posición de extrema debilidad de Hezbolá, tras el intenso castigo israelí, y el apoyo expreso de la comunidad internacional para que Líbano no se convierta en una nueva Gaza. En este sentido es muy importante que los presidente de EU y Francia, Joe Biden y Emmanuel Macron, respectivamente, se hayan ofrecido a ser valedores del cumplimiento de la tregua; incluso al próximo presidente Donald Trump (declarado proisraelí) le interesa la paz en Líbano y centrarse en su descabellada idea de resolver “en menos de 24” la guerra en Gaza. La cuarta ventaja es la sorprendente (o no tanto) posición moderada de Irán, el gran proveedor de armas de Hezbolá, Hamás, los hutíes en Yemen y el régimen sirio. Este mismo miércoles, el canciller iraní declaró que desea que la tregua sea “permanente”, lo que implica que dejará (de momento) de surtir de armas a sus grupos terroristas en Oriente Medio. Suficiente tiene el régimen de los ayatolás de su propia supervivencia, luego de comprobar que la capacidad militar israelí es muy superior a la suya.
En cuanto a las desventajas, la principal es que Netanyahu sólo aceptó el plan de alto el fuego, luego de hacer firmar a Biden una “carta de garantía” por la que Israel se arroga el derecho a reanudar la guerra en Líbano si considera unilateralmente que Hezbolá ha violado cualquier punto de sus compromisos. Y la otra, que el gobierno libanés no puede acorralar a Hezbolá, porque pondría en riesgo al país de una nueva guerra sectaria. Además, el espíritu combativo de Hezbolá no puede simplemente desaparecer, y resurgirá mientras haya jóvenes chiitas convencidos de que él único camino de ganar a Israel es mediante la resistencia armada al Estado sionista.
Por último, ¿por qué es tán importante el alto el fuego?
Porque demuestra, precisamente, que la vía negociada es la única posible para resolver el conflicto y porque animará a la comunidad a la comunidad internacional a presionar con más fuerza para otro alto el fuego en Gaza, que acabe con la liberación de los rehenes (no sólo los israelíes en Gaza, sino los miles de palestinos, muchos de ellos menores, en cárceles israelíes) y sobre todo que acabe con la agonía que padece la población gazatí, aterrorizada por los bombardeos diarios israelíes y por su cruel bloqueo a la ayuda humanitaria.
Pero, si el conflicto en Oriente Medio no tiene solución por las armas, tampoco funcionará por la vía diplomática, si no se aborda el origen de esta tragedia infinita: la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus hogares para fundar el Estado de Israel en 1948, la humillación de malvivir desde entonces en campos de refugiados o confinados en ratoneras como la Franja de Gaza, o rodeados por cada vez más asentamientos de colonos judíos en Cisjordania.
Si los israelíes tienen derecho a vivir en paz bajo su propio Estado, los palestinos tienen el mismo derecho a un Estado propio y eso Israel debe entenderlo de una vez por todas.