A escasos 30 kilómetros al norte del suntuoso Palacio de Shaab de Damasco, donde hasta la noche del viernes durmieron Bashar al Asad y su familia, y en cuyo garaje estacionaba su enorme colección de coches de lujo —entre ellos un Ferrari F5 de más de 3 millones de dólares—, se encuentra la siniestra prisión de Sednaya,símbolo del régimen de terror que heredó tras la muerte de su padre, el sanguinario Hafez al Asad hace 24 años.
Poco después de la huída del dictador y su familia a Moscú el domingo, una de las primeras decisiones que tomaron los insurgentes tras la caída de la capital siria fue dirigirse a la cárcel militar de Sednaya, para liberar a los presos políticos.
Lo que encontraron, según los primeros testigos, fue lo más parecido a lo que vieron los rusos tras la liberación del campo de exterminio de Auschwitz: decenas de cadáveres torturados, aún sin enterrar en las fosas comunes que rodean el centro penitenciario; presos esqueléticos o con signos de maltrato, y celdas con sogas colgando de los techos, donde eran ahorcados los presos frente a sus compañeros, para alimentar aún más el terror.
¿Dónde están los presos?
En estos tres primeros días de libertad —luego de medio siglo bajo la tiranía de Hafez al Asad, que heredó en el año 2000 su hijo, el oftalmólogo Bashar al Asad—, la carretera entre la capital siria y Sednaya sigue colapsada de carros abandonados por personas desesperadas que decidieron llegar a pie a la prisión, con la esperanza de encontrar con vida a sus familiares presos, sobre todo tras correrse el rumor de que existía una cárcel subterránea en la que estarían encerrados miles de presos.
Con viejas fotos impresas o en celulares, los familiares gritan los nombres de los presos mientras otros tratan de tirar muros y puertas con la esperanza de encontrar pasadizos secretos que conduzcan a nuevos pabellones. Pero lo único que encuentran son celdas abiertas, miles de documentos quemados a las prisas por los carceleros antes de huir y “entre 40 y 50 cadáveres” de presos, los últimos de los miles que fueron asesinados por los guardias al servicio de Asad.
“La mayoría de estos cuerpos son de ejecuciones recientes”, declaró el director del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, Rami Abderrahman.
Desde que el grupo islamista Organismo de Liberación del Levante (Hayat Tahrir al Sham o HTS, en árabe), heredera de la exfilial siria de Al Qaeda, controlara Damasco, las puertas de esta cárcel, que estaba gestionada antes por la Policía Militar siria, se abrieron y aparecieron varios videos en los que se mostraban a algunos presos con claros signos de tortura.
El activista que no resistió la tortura
Uno de estos cadáveres con signos de tortura es el del activista Mazen al Hamada, desaparecido desde 2020, cuando fue detenido por las fuerzas del régimen.
Al Hamada fue un activista que organizó y participó en concentraciones a favor de la democracia desde los primeros días de las protestas antigubernamentales en Siria, iniciadas en marzo de 2011.
En 2012, las fuerzas del Gobierno lo detuvieron por intentar introducir de contrabando leche materna en un suburbio asediado de Damasco.
Fue arrestado dos veces y torturado durante casi dos años en conocidos centros de detención. Tras ser liberado, regresó brevemente a su ciudad natal, Deir al Zur, en el noreste del país, pero huyó de Siria cuando se convirtió en objetivo del grupo terrorista Estado Islámico (EI). Tras llegar a los Países Bajos en 2014, trabajó para llamar la atención sobre los horrores del sistema penitenciario sirio.
A su regreso al país árabe, el 22 de febrero de 2020, fue detenido en el aeropuerto internacional de Damasco y desde entonces se encontraba en paradero desconocido.
Hasta 20 mil presos hacinados
Desde el comienzo de la crisis en Siria en 2011, en el marco de las revueltas populares de la llamada ‘Primavera Árabe’, la prisión de Sednaya se había convertido en el destino final tanto de opositores pacíficos a las autoridades como de militares sospechosos de oponerse al régimen. Según estimaciones de Amnistía Internacional, la cárcel tendría encerrados al momento de la liberación entre 10,000 y 20,000 detenidos.
Tras las primeras horas de caos, la mayoría de los presos liberados huyeron a sus casas o se reunieron con sus familiares en una mezquita a 20 kilómetros de Sednaya, anunciada por los insurgentes como punto de encuentro.
Mientras, el resto seguirá buscando las próximas horas y días hasta que asuman que probablemente el hijo, el padre o el sobrino, víctima de la represión que estalló en 2011, al calor de la Primavera Árabe, habrá muerto por por las torturas o ejecutados en el “edificio blanco”, adjunto a la cárcel, levantado exclusivamente para hacer honor al nombre por el que era conocido todo el recinto: “el matadero humano”.