Hasta las elecciones de noviembre pasado, la lucha por el poder en Estados Unidos la disputaban cuatro corrientes: dos progresistas —la tradicional y hegemónica (Jimmy Carter, Bill Clinton, Barack Obama, Joe Biden) y la izquierdista, sin suerte hasta la fecha (Bernie Sanders)— y dos son conservadoras —la tradicional (Richard Nixon, Ronald Reagan, George Bush, padre e hijo)— y la radical —(Donald Trump)—, que dio la sorpresa en las elecciones de 2016, cuando derrotó a la candidata del establishment demócrata, Hillary Clinton.
Este lunes 20 de enero, después de burlar durante cuatro años todos los cargos judiciales en su contra (algunos tan graves como intimidar a funcionarios electorales para que le declarasen ganador de las elecciones de 2020), Trump regresa a la Casa Blanca por la puerta grande, echando a la basura lo que quedaba de decencia en el mundo conservador (Liz Cheney) y expulsando a los liberales a una dolorosa travesía en el desierto.
Sin embargo, lo que pocos previeron hace apenas un año es que dentro de esa corriente de extrema derecha trumpista iba surgir una escisión, una corriente tecnócrata liderada por el hombre más rico del mundo, el histriónico Elon Musk, cuya influencia sobre Trump es cada vez más evidente... y preocupante para conservadores “de toda la vida”.
El ascenso meteórico de Musk en la política estadounidense —inolvidables sus saltitos junto a Trump en sus mítines de campaña— levantó en un principio entusiasmo entre los republicanos, pese a sus ocurrencias (una loteria diaria de un millón de dólares entre ciudadanos que votaron a Trump por adelantado); pero cuando el empresario neoyorquino ganó las elecciones y Musk se convirtió en la voz que susurra al oído del presidente electo, como si de un Rasputín del siglo XXI se tratase, muchos ultraconservadores empezaron a sentir incómodos con el excesivo protagonismo del dueño de Tesla y de SpaceX, empresas que se han disparado en Bolsa desde las elecciones de noviembre.
Este malestar sordo estalló finalmente cuando Musk —a quien Trump lo premió poniéndolo al frente de un departamento de nueva creación para echar a miles de funcionarios federales y acabar con programas sociales— empezó a usar su red X para intimidar a varios congresistas republicanos que consideró no suficientemente leales a Trump.
El encargado de denunciar a gritos al “inmigrante sudafricano” es un viejo conocido del mundo ultraconservador estadounidense: Steve Bannon.
“Es malvado, sólo quiere dinero”
El estratega de la victoria de Trump en 2016 y su exasesor presidencial arremetió esta semana con una dureza inusitada contra el dueño de Tesla, de quien dijo, “es una persona muy malvada”.
“Conseguiré que echen a Elon Musk antes de la toma de posesión. No tendrá un pase azul con acceso total a la Casa Blanca. Es una persona muy malvada”, aseguró Bannon, excesivamente confiado en su poder de influencia, en una entrevista esta semana en el diario italiano Corriere della Sera.
Bannon —quien cumplió pena de cárcel por negarse a ser interrogado por el asalto al Capitolio— se mostró particularmente enojado con Musk al que acusa de querer convertir el segundo mandato de Trump en otra más de sus empresas.
“Pararle (los pies) se ha convertido en una cuestión personal para mí. Antes, como ponía tanto dinero, estaba dispuesto a tolerarlo. Ahora ya no”, declaró Bannon, uno de los rostros más conocidos de la derecha ultracatólica estadounidense junto al cardenal Burke (ambos enemigos declarados del papa “socialista” Francisco).
Sin embargo, no es precisamente la caridad cristiana o la compasión por los pobres y los perseguidos lo que enfurece a Bannon de Musk, sino sus maniobras para convencer a Trump de que no elimine e incluso amplíe las visas de trabajo H1B, para inmigrantes altamente cualificados.
Bannon y Musk coinciden en que los “inmigrantes” deben ser deportados masivamente, como promete Trump (y por lo que votaron millones de estadounidenses, entre ellos hispanos), pero el dueño de Tesla insiste en que hay inmigrantes valiosos para el progreso del país (o al meno de sus empresas).
Por su parte, Bannon defiende que la cruzada contra los inmigrantes no debe tener excepciones, obviando, como tantos millones que votaron por Trump en noviembre, que él mismo es de origen irlandés y su familia también huyó del hambre y ayudó a que Estados Unidos sea la primera potencia.
“El problema es que los tecnofeudales los están utilizando en su propio beneficio y la gente está furiosa”, declaró Bannon, en alusión al alto número de ejecutivos y técnicos nacidos en otros países, entre ellos, recordó, Musk, que es un “inmigrante sudafricano”: “El 76% de los ingenieros de Silicon Valley no son estadounidenses. Los extranjeros están quedándose con los mejores empleos”, denunció.
Musk “tiene la madurez de un niño” y “francamente, la gente que rodea a Trump está cansada de él. Hemos visto su naturaleza intrusiva, su falta de comprensión de los problemas reales y su apoyo sólo para sí mismo”, añadió.
Musk, presidente, Trump, primera dama
Acostumbrado a usar su portal Breitbart para difundir bulos y calumnias contra políticos y activistas progresistas, a Bannon no ha debido gustarle en absoluto el creciente número de internautas que se mofan de su exjefe Trump, con memes como el que aparece de primera dama, vestida de gala y del brazo del “presidente Musk”, o Trump de bebé sentado en una periquera frente a la mesa de escritorio del Despacho Oval, mientras Musk habla por teléfono. Tampoco ha debido gustarle que algunos analistas llamen maliciosamente a Musk “presidente en la sombra” e incluso que un legislador republicano por Texas, Tony Gonzalez, comente en público que, si Trump es el presidente, “Musk parece nuestro primer ministro”.
El propio Trump (cuya mente megalómana debe estar hirviendo con semejantes burlas) no logró mostrarse indiferente y declaró ante jóvenes ultraderechistas del movimiento Turning Point USA–, que “no, que él (Musk) no va a ser presidente, eso les puedo asegurar. Y estoy a salvo. ¿Saben por qué no puede serlo? Él no nació en este país”.
Pero las redes (las mismas que usan a placer Trump y Musk para atacar a sus rivales) no tienen piedad con nadie y de inmediato replicaron al comentario del presidente electo con memes con la frase de Tywin Lannister en la serie “Juego de Tronos”: “Cualquier hombre que tenga que decir ‘Yo soy el rey’ de ninguna forma es un verdadero rey”.
Escandalizado por este vuelco de las burlas hacia Trump, en vez de hacia Musk, Bannon volvió a la carga para denunciar que el único objetivo de Musk es “convertirse en trillonario y hará lo que sea para garantizar que cada una de sus empresas esté protegida o consiga un mejor acuerdo o gane más dinero. La acumulación de riqueza y, a través de la riqueza, de poder: ese es su objetivo. (Pero) Los trabajadores estadounidenses no lo tolerarán”, concluyó.
Biden, de acuerdo
Paradójicamente, Bannon ha encontrado un aliado, aunque en las antípodas ideológicas: el todavía presidente Biden, quien, a modo de testamento político, se despidió de la nación con una alarmante advertencia: “Hoy, una oligarquía de riqueza extrema, poder e influencia está tomando forma en Estados Unidos y amenaza toda nuestra democracia”.
“Esta concentración de poder en manos de unas cuantas personas ultrarricas tendría peligrosas consecuencias, si no hay contrapesos que frenen su abuso de poder”, declaró Biden, sin nombrar directamente a los magnates Trump, Musk o Mark Zuckerberg, el último que ha traicionado sus valores éticos —eliminó los controles antiodio en Facebook, Instagram y WhatsApp—, con el único objetivo de seguir ganando más dinero, aunque ello suponga dejar a miles de internautas vulnerables en manos de los acosadores.
Que ideólogos tan dispares como Bannon y Biden coincidan en el mismo diagnóstico debería hacer saltar todas las alarmas sobre si Trump, aconsejado por su particular Rasputín, piensa arrastrar al país hacia una “oligargía de tecnócratas”, más preocupados por los beneficios de sus compañías, que en los apuros de los ciudadanos para intentar pagar medicinas, viviendas o seguros médicos.
Como bien dice The Washington Post en su cabecera, “Democracy dies in the darkness” (la democracia muere en la oscuridad), pero lo trágico es que el actual dueño del diario que derribó a Nixon, por destapar sus corruptelas, es Jeff Bezos, y como ha dejado claro, al igual que los otros magnates, su objetivos es ganar dinero y congraciarse con Trump, no arrojar luz sobre su pasado oscuro y corrupto.