Para encontrar una situación parecida a la que deben estar pasando millones de inmigrantes actualmente en Estados Unidos habría que retroceder en el tiempo, hasta el 19 de febrero de 1942, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt firmó una orden ejecutiva que convirtió bases militares en campos de concentración para inmigrantes japoneses, en represalia por el ataque de Japón a Pearl Harbor y tras difundir la prensa el bulo de que los nisei(segunda generación de nipones en EU) se disponían a cometer ataques en suelo estadunidense.
A partir de ese momento, toda persona de raza oriental (sea ciudadano estadunidense o inmigrante) pasó a convertirse en un criminal en potencia o directamente en un espía al servicio del emperador japonés. Comenzó así una histeria antinipona que degeneró en el internamiento forzoso de 120 mil personas inocentes en diez campos de concentración, y no fueron liberados hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
83 años después de uno de los capítulos xenófobos más oscuros de la historia de EU, otro presidente, Donald Trump, planea sus propios campos de concentración, entre ellos la infame cárcel de Guantánamo, en la base que EU tiene en el oriente de Cuba, para acoger próximamente hasta 30 mil inmigrantes “criminales”. “Son tan peligrosos que ni siquiera confiamos en sus países de origen para que se los queden, porque no queremos que regresen. Así que los enviaremos a Guantánamo. Es un lugar duro. Es un lugar del que es difícil salir”, declaró, equiparando a los deportados con los acusados de terrorismo yihadista.
Trump ni siquiera necesitó un bombardeo como el de Pearl Harbor, con más de dos mil marines y pilotos estadounidenses muertos y gran parte de la Flota del Pacífico destruida; le bastó con el asesinato en febrero de 2024 de la joven Laken Riley a manos de un indocumentado venezolano, para declarar, por ley, la cacería de inmigrantes, alegando que todos son potenciales asesinos y todos son “invasores” que cruzaron la frontera con México, una doble calumnia para que la opinión pública estadounidense vea a todos los inmigrantes como criminales y los identifique con una raza en concreto: la hispana.
“Es como si lleváramos una estrella de David en la cara”, se lamenta el salvadoreño Agustín, enfermero en un hospital de Baltimore, quien, pese a tener “greencard”, denuncia que ha recibido insultos en la calle —“Go back to Mexico, beaner” (“Regrésate a casa, frijolero”)— y comenta que no sale a la calle sin los papeles, para evitar problemas con la policía, como les ha ocurrido a algunos conocidos, interrogados por la policía simplemente por su aspecto “sospechoso”.
“En la hora y el lugar equivocado”
A poco más de una semana desde el regreso al poder de Donald Trump, los peores temores de los inmigrantes hispanos se confirman: “Están arrestando a migrantes por encontrarse en la hora y el lugar equivocado”, declaró Christopher Harris, exlíder del sindicato de la Patrulla Fronteriza de California.
Además, denunció Harris, cualquier arrestado que no demuestre que tiene los papeles en regla corre el peligro de ser deportado automáticamente, por culpa de las órdenes ejecutivas de emergencia firmadas por Trump.
“Pasadas administraciones han tenido lo que se llama ‘prioridades’ de deportación enfocándose solamente en aquellos con récord criminal”. Sin embargo, advirtió Harris, ahora “están arrestando por igual a personas con récord criminal o no”.
Lejos de desmentir esta denuncia, el “zar de la frontera”, Tom Homan, declaró a ABC News que no hay indocumentados criminales o no, sino que todos lo son, puesto que entrar ilegalmente en el país es un crimen, no importa si entraron para cometer delitos o para intentar sacar a su familia adelante.
“Cualquier inmigrante indocumentado debe temer ser arrestado en cualquier momento, no importa que no tenga o no un récord criminal”, reiteró Homan, lo que está generando una sensación de paranoia entre los inmigrantes.
Según datos divulgados por el canal NBC, el 48% de los arrestados el pasado domingo no tenía antecedentes criminales, ni siquiera por faltas leves. Entre los detenidos por los agentes del ICE se encontraba un veterano puertorriqueño del Ejército estadounidense, cuando se encontraba en un negocio en Newark (Nueva Jersey), donde solicitaron ver los “papeles” de todos los trabajadores.
“Es como si volviéramos a la pandemia”
“Antes llevaba a mis hijos al colegio y luego me iba al trabajo; ahora van solos y no estoy tranquila hasta ver por la mira de la puerta que regresan solos y no acompañados por un agente”, declaró Jennifer, de origen mexicano y que se niega a facilitar sus apellidos.
María, otra migrante sin papeles (pese a que lleva 30 años en EU) y que también forma parte de la numerosa colonia de mexicanos en Chicago, confesó a “El País” que sale a comprar o a la lavandería a primerísima hora, y que evita desde hace una semana los centros comerciales y “porque los agentes delICE (siglas en inglés del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) se centran ahí”.
“Es como si volviéramos a la pandemia”, comenta resignada María, aunque al menos señala que “gracias al confinamiento aprendimos a mantener la despensa surtida, por eso no nos está costando estar encerrados en la casa. Si nos falta algo, salimos a la calle como si fuéramos de perfil, procurando que nadie nos vea… Yo tengo que seguir trabajando, pero empiezo mi jornada a las seis de la mañana y no creo que a esa hora me vaya a encontrar al ICE, aunque nunca se sabe…”.
“Sacaremos a esta basura”
Envalentonada por Trump, que llamó “radical de izquierdas” a la obispa de Washington que le dijo que los inmigrantes no eran criminales que tuviera piedad de las familias que (como la suya) huyeron del hambre y las guerras, la nueva secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, dirigió en persona la primera redada en el barrio neoyorquino del Bronx y, tras el arresto de varios migrantes, declaró: “Seguiremos eliminando a este tipo de basura de nuestras calles”.
No lejos de allí en el Bronx, Óscar Martínez relataba para el portal alemán de noticias DW su encuentro con Natalia Méndez, que llegó a Estados Unidos en 1992 desde el pueblito de Ahuehuetitlán, México, sin saber español. Allí relató cómo la pandemia obligó al cierre de su restaurante La Morada, juntó la comida que se iba a tirar y donaciones de amigos, y durante el año más mortal de la pandemia cocinó y repartió 5,000 comidas semanales a los más hambrientos del barrio. en la zona del Bronx.
“Cuando le pregunté cómo iba a sobrevivir su restaurante, la señora Natalia me contestó: Debemos siete meses, nos van a cerrar, pero no tenemos miedo, sino satisfacción, hemos hecho lo que el humano debe hacer”. escribió el periodista en un artículo cuyo título resume el nivel de crueldad del nuevo gobierno de EU y la angustia por la que muchos estarán preguntándose desde sus escondites y : “¿A qué migrantes conoce usted, señor Trump?”.