
Por un momento, no hablemos de democracia, sino de eficacia. Mientras en los tres meses que lleva Donald Trump como presidente de Estados Unidos los ha dedicado a chantajear y a amenazar a países aliados y rivales, y mientras su “alter ego”, Elon Musk, se dedicaba a hacer su saludo nazi, a exhibir a su hijo X Æ A-Xii por el Despacho Oval y a mandar miles de cartas de despido a funcionarios, aparece sigilosamente China y le mete dos golazos a la supuesta superioridad tecnológica estadounidense.
El 27 de enero, justo una semana después del regreso del republicano al poder, la empresa china DeepSeek anunciaba que había logrado superar en descargas de Inteligencia Artificial a ChatGPT, de OpenAI, con su propio microchip, mucho más económico e igual de eficaz que Nvidia, cuyas acciones sufrieron un desplome histórico.
En un tiempo récord y sin que el espionaje tecnológico estadounidense se hubiese percatado, un puñado de expertos digitales chinos lograron fabricar un modelo de lenguaje artificial tan eficaz y barato que el propio “gurú de la inteligencia artificial”, Sam Altman, CEO de OpenAI, reconoció que el modelo R1 de DeepSeek era, según sus palabras, “impresionante”, tras admitir que los resultados de la IA china son “competitivos a un costo significativamente menor”.
De hecho, las cifras son humillantes para la tecnología punta estadounidense: OpenAI lleva invertidos más de 10 mil millones de dólares en su proceso de investigación y desarrollo de su modelo ChatGPT desde 2023, mientras que el modelo R1 de DeepSeek se hizo en dos meses con un presupuesto irrisorio de 8.5 millones de dólares.
El propio Trump, quien el 21 de enero anunció su proyecto estrella para inteligencia artificial, Stargate, con una inversión inicial de 500 mil millones de dólares aportados por las compañías OpenAI, SoftBank y Oracle, tuvo que reconocer que “el lanzamiento de DeepSeek AI de una empresa china debería ser una “wake-up call” (una llamada de atención) para nuestras industrias de que debemos concentrarnos en competir”.
Pero, visto lo visto, la “llamada de atención” de Trump no está funcionando. Y el que más está sufriendo por descuidar su compañía es el favorito de Trump: el inmigrante (sí, inmigrante) Musk.
5 contra 40 minutos
El 23 de marzo, la empresa china BYD anunció un hito histórico en la industria automotriz mundial: el lanzamiento, por primera vez, de una batería para coches eléctricos que se cargan en 5 minutos, prácticamente el mismo tiempo que tarda un coche de gasolina y mucho más rápido que los 40 minutos que tarda en hacerlo un coche Tesla.
“Nos hemos propuesto resolver por completo la ansiedad de nuestros usuarios por cargar. Nos hemos propuesto que el tiempo de abastecimiento de nuestros vehículos sea como el de los de autos de gasolina”, declaró el 18 de marzo el fundador de BYD, Wang Chuanfu, poniendo a China en la delantera en la carrera automotriz que compite con las otras superpotencias del sector: Japón, Alemania y sobre todo Estados Unidos.
La nueva Super e-Platform de BYD permite abastecer con 1 megavatio la batería de sus coches (400 kilómetros de autonomía) en 5 minutos, el doble de potencia de los prometidos 500 kilovatios (kW) que ofrecerán los supercargadores V4 más rápidos de Tesla, cuyo lanzamiento está previsto para este año, pero para los que Musk (conocido por su vocación para presumir en su red X) no se atreve aún a poner fecha.
El anuncio de la semana pasada de la batería coincidió con otro que afecta directamente a México: la probable retirada del proyecto de construcción de una planta de montaje de automóviles BYD en suelo mexicano, y la consiguiente no creación de diez mil puestos de trabajo.
El diario británico Financial Times publicó el 18 de marzo que la mayor empresa de coches eléctricos del mundo ha “retrasado” la fecha en la que iba a anunciar la aprobación de su anunciada inversión en México y estaría pensando en terceros países, como Indonesia, Brasil o Hungría.
Según las fuentes chinas consultadas por FT, en el lenguaje oficial del régimen comunista, “retraso” prácticamente equivale a cancelación, y ésta se debería a dos motivos: evitar, precisamente, que la cercanía de Estados Unidos facilite el espionaje de su tecnología en baterías ultrarrápidas, pero también se debería a una represalia de Pekín por lo que considera una “política hostil” del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum a las empresas chinas, desde que Trump amenazó con aranceles.
Aunque la presidenta trató de restar importancia a la retirada del megaproyecto chino —”la inversión nunca fue formal”, se limitó a decir al ser cuestionada—, el mensaje es un aviso a navegantes sobre cómo México puede quedar atrapado entre la espada y la pared, entre el chantaje del vecino (en plena deriva autoritaria y proteccionista) y el desplante de la superpotencia asiática (una dictadura consolidada, pero defensora del multilateralismo y las buenas relaciones comerciales con otros países).
Asimismo, es una fuerte advertencia para el gobierno de Trump de que su política de hacer enemigos comerciales a costa de sus prácticas mafiosas, y su empeño en seguir apostando por la economía obsoleta basada en la quema de combustible, está acelerando probablemente el declive de la primera potencia y deja más evidencia la estrategia exitosa de su rival en otros campos tecnológicos del futuro.
Por poner otro ejemplo (al de la IA o la batería ultrarrápida), China es con diferencia el primer exportador en energía renovable y el primer inversor en decenas de países en el mundo; es protagonista de otros hitos tecnológicos como el motor de su tren de levitación magnética Maglev, que alcanza una velocidad de 460 kilómetros por hora, lo que le permite conectar el aeropuerto de Pudong con el centro de Shanghái, a 30 kilómetros de distancia, en sólo 7 minutos.
De hecho, si el avance en tecnología limpia y eficiencia se midiera en kilómetros de vías de alta velocidad de trenes, China (y España) serían los ganadores, con Estados Unidos hundido en la lista de países: 40 mil kilómetros en China (3.974 kilómetros en España), frente de a 735 en todo EU.
Si Musk, en vez de perder el tiempo en aprobar duros recortes de dinero a las universidades (“enemigas ideológicas”) y a la investigación, para dedicarlo a programas absurdos, como la conquista de Marte, se dedicara a gestionar mejor y hacer crecer su compañía Tesla (como le acaba de solicitar-rogar el resto de la mesa directiva), ahora no estaría mirando en la pantalla cómo las acciones de BYD se han disparado un 55% desde la presentación al mundo de sus baterías ultrarrápidas, ni estaría lamentándose por el desplome de un 44% de las acciones de Tesla, ni habría perdido de un plumazo en quince días 150 mil millones de dólares.